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MUNDIAL 94

Romario rompe el sueño americano

Un Brasil con 10 hombres sudó para doblegar al equipo anfitrión

Santiago Segurola

El sueño americano acabó en una fecha poco apropiada: el 4 de julio, el día de la patria. Brasil se rebeló contra la fuerza del destino e impuso su categoría sobre el mal aspecto que cobró el encuentro. Todo el aparato escénico invitó a la sorpresa. Durante una hora, los brasileños acumularon todas las desgracias posibles en un campo de fútbol: perdieron sus oportunidades en el área, sufrieron la expulsión de Leonardo y sintieron el paso del reloj. Parecía que los dados del partido estaban cargados contra Brasil, a pesar de su infinita superioridad, pero en última instancia aparecieron Romario y Bebeto para derrotar a la fatalidad.Cuando el partido se dirigía al cuarto de hora final, Romario hizo lo que debieron hacer sus compañeros mucho antes. Encaró, regateó, sorprendió y desequilibró. Luego cedió la pelota a Bebeto, que la cruzó a la red. El honor del fútbol estaba salvado. El sueño americano era imposible.

Ningún partido se ha vivido con tanta intensidad en el suelo americano. El escenario invitaba a una interpretación extrafutbolística: el día de la Independencia, una nación entregada por primera vez a las emociones del juego.

Brasil manifestó la distancia sideral que hay entre los dos equipos. Estados Unidos renunció al juego porque no tenía futbolistas capaces de detener a sus rivales. Su honor estuvo sostenido por una defensa pobladísima, apretada en el área, sin otro criterio de organización que la extraordinaria densidad de defensores en torno al portero Meola. Esa actitud, obligada por las diferencias entre las dos selecciones, convirtió al partido en un monólogo. Un equipo atacó y el otro defendió.

El problema fue la forma de atacar. Brasil tiene ahora cualidades de mucho mérito, pero ha perdido alma. Es una selección ordenada, con una gran facilidad para recuperar la pelota y una autoridad incuestionable para imponer su paciente estilo Pero hay algo mecánico, monocorde, en el juego de Brasil. Es un equipo que llega porque tiene calidad, pero sorprende poco. Todo es muy correcto, demasiado correcto. Los jugadores vienen, tocan y pasan, y se desmarcan, y reciben, y se van.

Así siempre. Todo esto convierte a Brasil en una selección predecible, aunque siempre dificil de contrarrestar.

Romario es el único que tira un cable al pasado. Juega para sorprender, para provocar lo inesperado. Y por ahí han llegado las victorias de Brasil en el mundial de Estados Unidos. Cuando el fútbol se vuelve recurrente y un punto mecánico, es necesario un tipo como Romario. Nunca estuvo tímido para intentar el desborde, y casi siempre se fue. A Romario le pertenecieron las escenas grandes del partido. El tiro al palo, el mano a mano magistral ante Meola, cerrado con un tiro defectuoso, y la jugada del gol. Se retrasó hasta la media cancha para recibir, y desde allí fabricó una hermosa carrera: el regate largo, la conducción de la pelota y el pase a Bebeto. Brasil, que había sacado mil cuerpos de distancia a los americanos, necesitaba algo más que la supremacía en el juego. Necesitaba la diferencia que marca el atrevimiento. Y ahí siempre les queda Romario.

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