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Tribuna
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El abrazo

No ha sido un abrazo al paso, casi involuntario, de tropezón dulcificado. Ha sido un abrazo para las cámaras y ha ocupado primeras páginas. Felipe González y Berlusconi se abrazan. Una vez más, González, nuestro González, nuestro González universal, enseña el justo camino incluso a sus compañeros de la Internacional Socialista, y al abrazar a Berlusconi otorga legitimidad a un nuevo centro-derecha telegénico aunque algo neofascista.Y lo de Berlusconi ha sido un anticipo, porque en cuanto se le ponga a tiro Fini González le da un beso de película, y no digamos si el objeto de su deseo es Alejandra Mussolini o la señora integrista que preside el Parlamento italiano. A González le encanta derribar viejos molinos de viento, los viejos y malbaratados prejuicios de la izquierda, y abrazarse a los molinos de poliuretano y acero inoxidable que representan lo que él considera modernidad y cosmopolitismo, Además, el abrazar a Berlusconi era como recuperar a Craxi, en otro tiempo no tan lejano norte y guía, tanto de Felipe González como de Berlusconi, hasta el punto de que nuestro González universal declarara en las páginas de EL PAÍS que Craxi tenía la función histórica de superar la inutilidad política del voto italiano dirigido al PCI.

Fracasó Craxi en aquel empeño, ¡y de qué manera!, pero no Berlusconi, y el anticomunismo fundamentalista de Felipe González ve en Berlusconi a ese hombre providencial que ha vengado una vez más las desgracias de Kerertski, los complejos de inferioridad ética y épica de aquella parte de la socialdemocracia siempre a los pies de la señora baronesa, y un día de éstos que nadie se extrañe si González y Berlusconi se cogen por el talle y montan alguna Internacional.

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