11 con Maradona
Argentina golea a Grecia y presenta una brillante carta de presentación colectiva
Argentina se presentó en el Mundial con un rostro curtido y, al mismo tiempo, risueño. Tuvo que transitar de puntillas por un choque plagado de trampas dado el fútbol barriobajero del contrario, y lo hizo con el porte de un señor equipo. Los griegos fueron una banda en toda regla. Perdieron los papeles en el primer minuto. Practicaron con reiteración las entradas a destiempo, el juego sucio, apenas encontraron una salida en ataque, toda la defensa estuvo agujereada y el portero caminó como un sonámbulo.El grupo de Alfio Basile tardó dos minutos, un tiempo récord en este Mundial, en expresar su inmensa superioridad. Batistuta ridiculizó a Minou. con un remate muy blando: el balón rodó silbando hacia el marco. El tanto fue un sedante para los argentinos. Los griegos dieron cera desde el primer minuto. El acoso y derribo de Tsalouchidis sobre Maradona, por ejemplo, fue espeluznante. Le persiguió arriba y abajo y le cosió a patadas los gemelos, el tobillo y el peroné. No había pasado ni siquiera un cuarto de hora y Diego había cargado ya con cuatro faltas. El juego trompicado se adueñó de la medular. Hubo muchos balones divididos, y el arqueo y zancada de Redondo salió muchas veces trompicado. Intentó siempre que pudo jugar la bola, y cuando lo consiguió su fútbol resultó plástico. El ejemplo más clarividente fue el segundo gol: Redondo abrió hacia la izquierda para la carrera de Chamot, y su progresión hacia el vértice del área lo culminó de nuevo Batistuta con un disparo con efecto que se coló por el ángulo izquierdo del marco griego. El tanto, al filo del descanso, recompensó el esfuerzo del colectivo de Basile por sobrevivir en aquella jungla, y premió el instinto goleador de Batistuta.
El marcador no condicionó la segunda parte. Argentina, con el compás de Redondo como punto de referencia, siguió al mando del juego. Los griegos intentaron lavar su imagen con un fútbol más trenzado. Es, sin embargo, un equipo muy anónimo, plagado de jornaleros. Todo lo contrario de los argentinos, jugadores cuyo sello no tiene discusión. El caso más evidente es el de Maradona. Un golazo premió su esfuerzo sobre la cancha. Tomó un balón con la zurda en la media luna, lo corrió de un toque y en parelelo hacia el primer palo y lo ajustició con su infinita sutileza futbolística a la escuadra derecha de Minoti. Fue el octavo gol que suma el astro argentino en un Mundial. No está para jugar un partido, pero valen más diez minutos de Maradona que una década de fútbol griego.
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