Una nueva etapa
El desenlace de los comicios del día 12 abre una nueva etapa política a la que, según el autor, hacen oídos sordos los socialistas y sus aliados convergentes. Mientras, IU-IC ve confirmado su proyecto como una izquierda coherente e ilusionadora.
Los resultados de las elecciones europeas confirman que estamos entrando en una nueva etapa política en España. Si nos sumergimos en las ínterpretaciones de las tendencias electorales comprobaremos que se están generando diversas convulsiones que alteran a su vez tanto las fronteras orgánicas como el contenido de las diversas opciones. Esta nueva etapa ya venía anunciada en las encuestas preelectorales de marzo y abril de 1993, y en menor medida se plasmó en los resultados de las últimas elecciones generales. Parecía ser que una amplia mayoría de la población, incluso estimulada por las apelaciones lanzadas en aquella campaña, era partidaria de una reorientación de izquierdas.Entonces, creo que no es exagerado afirmar que, en cierta forma, se secuestró el desiderátum mayoritario. Felipe González y Jordi Pujol reforzaron unos pactos que garantizaban la continuidad de unas políticas. A mi entender se cometían dos errores. El primero mantener una política de enfoque unilateral y parcial en el campo económico y paralizante o defensiva en el campo del llamado impulso democrático. El segundo, quizá el de mayor calibre, practicar de facto una sordera social expulsando a los sindicatos fuera de los límites de cualquier acuerdo, mostrando una escasa voluntad de repartir esfuerzos y sacrificios ante la crisis. El día 12 una parte importante del electorado, vía abstención o vía cambio de voto, ha denunciado categóricamente el incumplimiento del compromiso electoral. Felipe González no fue consecuente ni con el mandato solicitado ni con su falsa contricción de haber entendido el mensaje. Y a pesar de tratarse de unas elecciones europeas, la gran mayoría acepta la clave española de unos resultados, contundentemente orientados hacia otros derroteros.Y no olvidemos que fue el propio Felipe González quien en primer lugar ubicó la carga de la prueba electoral en una ratificación de su política española. Además, la coincidencia de elecciones y resultado en Andalucía, autonómicas y europeas, refuerza el carácter doméstico de la respuesta ciudadana. Más indicativo aún es interpretar comparativamente los resultados del PSOE y de CiU. Si bien Pujol pierde más de 350.000 votos respecto al 93 y no avanza en su pretensión hegemónica en Cataluña (se queda en el 3 1 %), sí que puede presumir de una relativa ratificación de su política. 0 sea, el PSOE se ve seriamente desmentido y CiU en parte ratificada ¿A qué base social y sobre qué intereses se está gobernando? Y por la izquierda IU-IC ha visto confirmado su proyecto como una izquierda coherente e ilusionadora. La constatación del alza de esta opción enriquece la pluralidad política avalando otras posibles salidas.
Los que parece que no quieren hacer caso de estos resultados son el PSOE y CiU. Los primeros a la espera de que los efectos de la anunciada recuperación económica les permita recuperar voto. Los segundos, como siempre, haciendo cálculos partidistas en defensa de los intereses financieros españoles y catalanes, a los que hoy representan mejor que nadie. El Gobierno actual parece agotado en su capacidad de reacción, y el voto que recoge el PSOE cada vez se concentra más en las capas de mayor edad y en las zonas rurales. Es harto ilustrativa la lista de los resultados en las ciudades de mayor población de toda España. Algunos ya advertimos que el último congreso del PSOE se celebraba a pesar de la sociedad, sin ninguna voluntad de cambiar por mor a una ciega confianza en un liderazgo inamovible. Se apreciaba, lo que hoy es incuestionable, un estado de ánimo como de acogotamiento político y social, agravado por las tensiones internas, con escasa capacidad de reacción. CiU continúa marcando el ritmo y el margen de maniobra. Sus dirigentes ya han ad vertido que no aceptarán ningún cambio de programa ni ningún compromiso sobre la cuestión. Y precisamente es prácticamente imposible en contrar una salida progresista si se continúa confundiendo estabilidad política con 176 votos en el Congreso, impidiendo cualquier debate sobre los programas. No es de extrañar que en este contexto una gran mayoría de los millones de nuevos abstencionistas sean. ex votantes del PSOE. Se está contribuyendo a instalar una concepción endógena de la política, alejada de la sociedad tanto en su lenguaje como en sus propuestas. El problema no es tanto cómo interesar a la gente mediante ofertas de marketing político, sino cómo saber realizar una política articulada sobre los problemas sociales. Esta nueva etapa, desde la izquierda debería significar una gran dosis de radicalidad. Y ello es ineludible en tres grandes apartados: primero, en el del diálogo social para abordar los problemas económicos y una política rigurosa que multiplique y redistribuya los beneficios de una posible recuperación, entrando en las postergadas reformas estructurales con un respeto mediambiental. Segundo, en el campo de la regeneración democrática para potenciar os parlamentos, vivificar la representación elector al, abrir las formaciones políticas y garantizar el pluralismo. Tercero, en el terreno de la Administración pública necesitada de una drástica reforma que combinase racionalidad con profundización del autogobierno, hacia un Estado federal. Sin lugar a dudas todo ello comportaría un cambio de gobierno, de programas y de alianzas como parece que demandaba una gran parte del electorado. Me temo que por empecinamiento en el status quo también debería conllevar un relevo de liderazgo. Cuanto más tarde se aborda más empeorarán las condiciones y más habrán avanzado los poderes fácticos en el diseño del relevo conservador. Y el horizonte del 95, elecciones municipales y autonómicas queda demasiado en la lejanía.Rafael Ribó es presidente de Iniciativa per Catalunya
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