Más allá del 12 de junio
Los resultados de las elecciones europeas dejan poco margen para la confusión interpretativa: ha ganado claramente el PP, demostrando su capacidad para romper techos en territorios en los que hasta ahora venía teniendo serios problemas de implantación electoral (País Vasco, Cataluña, Andalucía, etcétera) y obteniendo muy buenos resultados entre la población urbana. La derecha española ha dado así un paso muy serio hacia el poder político nacional.Sin embargo, el proceso vivido por la sociedad española durante los últimos meses, del cual los resultados del 12 de junio son, en cierto modo, un corolario, no deja de presentar aspectos inquietantes para la convivencia, la política y la izquierda. En el plano más general, se ha convertido al ciudadano (sujeto de derechos y deberes) en mero cliente, a quien se adula y recuerda sólo sus derechos (como "audiencia" desde los medios de comunicación, como elector desde la política) y nunca sus deberes. Este machacón discurso amoral (cualquier moral es en primer lugar un catálogo de deberes) no trasladará sino pésimas consecuencias hacia la convivencia. Por otro lado, la denuncia anónima y la consiguiente indefensión, vale decir, el método inquisitorial, caso de contaminar, como algunos pretenden conseguir, el Estado, y muy especialmente la judicatura, meterá al país en una máquina del tiempo que tiene su primera parada en el nada agradable siglo XVII. En lo referente a la política, dos notas.
La lluvia caída en la legislatura anterior (Juan Guerra, Filesa ... ) se convirtió en una auténtica inundación cuando, durante la primavera de este año, el jefe de los guardias huyó con el dinero y al jefe del dinero se le vio entre dos guardias. Que tamaño dislate habría de tener efectos políticos y electorales sólo podía ser negado por quienes, presos de un ciego pesimismo antropológico, piensan que las coyunturas políticas corren automáticamente parejas con la evolución del PIB y de otras macromagnitudes. Por suerte, no es así, y el voto no sólo responde a la posición (económica), también se ve influido por la convicción. En este caso, de manera decisiva. Las capas medias urbanas, especialmente las asalariadas, que, como es lógico, tienen un balance social negativo con el Estado (pagan más de lo que obtienen de las administraciones), pueden entender su sacrificio económico, pero no pueden soportar la amenaza de un Estado corrupto.
Ahora bien, quien crea que castigando al PSOE elimina el problema comete un gravísimo error. Es ahora cuando todos los partidos, y en primer lugar el Gobierno, han de juramentarse para taponar esa vía de agua que amenaza con hundir el barco de la democracia y no sólo en España. Medidas jurídico-políticas y códigos de conducta han de sustituir y pronto las palabras de tanto savonarola e inquisidor como ha surgido en los últimos meses. Decididamente, la práctica de tirar piedras no hace virtuosos a los pecadores, y todos han pecado.
Sería terrible que al final tuvieran razón ciertos políticos de la derecha al pensar que a ellos la limpieza se les exige exclusivamente de la cintura a los pies y no en lo tocante a la cartera. Por desgracia, una interpretación elemental de algunos resultados obtenidos por el PP en lugares en donde su actitud política ha sido todo menos condescendiente con la decencia (Cantabria y Burgos, por ejemplo) podría avalar, aunque abusivamente, estos escatológicos y disolventes pensamientos.
Durante más de diez años, una parte de la opinión pública ha renegado de las mayorías absolutas. A Ja vista de la situación parlamentaria salida de las elecciones generales del 93, quien no esté completamente cegado por el sectarismo antisocialista se habrá dado cuenta de que la frase de Billy Wilder es aplicable con toda razón a los sistemas electorales y a sus distintos resultados. En efecto, "nadie es perfecto", y si las mayorías absolutas producen efectos perversos, también lo son y mayores los acarreados por una multiplicidad de minorías. Sobre todo, cuando, como en el caso español, hay partidos que acuden a las urnas con la explícita consigna de no contaminarse en asociación poselectoral alguna que conduzca a la formación de Gobiernos estables.
En distintos ámbitos territoriales, el CDS primero, los partidos nacionalistas vasco y catalán siempre e IU ahora han explicitado su voluntad de trasladar a los Parlamentos, no el debate, sino la misma acción de gobierno. "Acuerdos puntuales", se predica, negando en la práctica la estabilidad y hasta la división de poderes con un desparpajo que horrorizaría a Montesquieu (quien, por cierto, sigue saludablemente vivo).
La inestabilidad así obtenida trajo negras consecuencias en el pasado europeo. La República de Weimar, el sistema italiano anterior a 1921, la III República Francesa o la II República Española, labraron su ruina a base, entre otras cosas, de esas negativas. Quienes no quisieron estar juntos en el Gobierno acabaron juntos en las cárceles de Mussolini, Hitler, Pétain o Franco. Por suerte, las cosas no son ahora ni tan acuciantes ni tan trágicas, pero los electores, es de suponer, desean que sus votos sirvan para formar Gobiernos estables. Si no se alcanza la estabilidad, la opinión pública rechazará por ineficiente el sistema proporcional, que, corregido en las elecciones generales y puro en las autonómicas y municipales, es el que rige en España. Sistema éste que, al exigir listas de partidos, también soporta, y no sin causa, las críticas que se derivan de la opacidad, supuesta o real, en la confección de las mentadas listas.
En todo caso, antes de que las voces contra el sistema proporcional se conviertan en un clamor, la pretensión de los partidos-bisagra de alzarse con el santo y la limosna desde posiciones electoralmente minoritarias producirá un vuelco hacia nuevas mayorías absolutas, rompiendo con su avaricia el saco de la paciencia ciudadana.
es presidente de la Comunidad de Madrid.
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