Lo importante es volver a empezar
Una familia del derruido barrio de Dobrinja trata de rehacer su vida tras dos años de cerco a Sarajevo
Dobrinja es un gran suburbio del suroeste de Sarajevo, junto al aeropuerto de la capital bosnia, en el que se mezclan 15.000 personas. Senad y Dina Misira, musulmanes de 42 años, con dos hijos de 14 y 8, viven aquí desde hace 15 años, en un piso propio de un bloque de tres plantas. El interior es confortable y luminoso, con alfombras, suelo de madera, televisión en color y una cocina adecuadamente amueblada. Hasta aquí, casi todo como en cualquier vivienda de clase media baja en muchas ciudades de Europa.El edificio de los Misira está sin embargo agujereado por proyectiles y su portal está protegido desde hace dos años con sacos terreros, como todos los locales de la calle y las entradas a las viviendas de esta amplia barriada, cuadriculada por varias avenidas. La puerta es un plástico atado al marco metálico y por los grifos sale ahora agua durante dos horas cada dos días. La corriente que da vida a la televisión es también una novedad, porque en estos 75 metros cuadrados se han consumido en dos años todas las velas del mundo.
A 50 metros del bloque de Senad y Dina, y medio siglo después, está Stalingrado, que es la primerísima línea de fuego. Allí las casas no tienen nombre, se llaman edificios panzer: se alinean reventadas, entre restos de muros por los que crece la hierba, abrasadas a cañonazos, con agujeros donde hubo ventanas.
El mojón que da entrada a Dobrinja, la simbólica frontera de la parte más devastada de la ciudad, es el esqueleto de lo que fue un rascacielos de moderna arquitectura, sede del periódico Oslobodenje. Varias crucetas metálicas antitanque, pero ningún soldado, separan la zona de libre circulación del vedado territorio serbio en esta parte de la capital.
Cuando en la lejana primavera de 1992 comenzó la guerra en Sarajevo, Dina se fue con sus hijos a encerrarse a casa de sus padres, en la parte vieja, convirtiéndose en refugiada en su propia ciudad, asediada por los cañones, los morteros y los francotiradores serbios. Senad se quedó en Dobrinja, protegió como pudo las pertenencias y se dispuso a defender su hogar. Unos y otros en el barrio fueron agrupándose con quienes se sentían más seguros: croatas con croatas, serbios con serbios, musulmanes con musulmanes. Dobrinja, situado estratégicamente, se convirtió en frente de guerra y comenzó la lucha casa por casa.
Antes de que las tropas de las Naciones Unidas consiguieran el control del cercano aeropuerto, los radicales serbios apuntaron sus cañones contra Dobrinja, donde eran más numerosas las otras dos comunidades étnicas. "Día y noche, durante meses, cayeron sobre nosotros miles de proyectiles", evoca Senad.
La familia regresó a su piso en abril de 1993, cuando el cañoneo fue sustituido por las armas cortas. Los enemigos luchaban cara a cara a ambos lados de la calle. Entonces todavía era imposible dormir porque de noche reinaba el tableteo del fusil ametrallador. Salvo Senad, nadie salía de casa. Los ruidos de la guerra eran las únicas referencias de la calle.
La escuela de la que habla la madre, a la que los soldados franceses dotaban de lapiceros y gomas de borrar, era el garaje de uno de los bloques en los que se juntaban los niños del vecindario para recibir algunas clases.
En febrero de 1994, soldados franceses se desplegaron en Mojmilo, frente a Dobrinja, como fuerza de interposición entre las tropas serbias y bosnias, en lo que fueron los inicios del alto el fuego que Sarajevo vive ahora desde hace casi cinco meses. "Sólo en abril de este año hemos comenzado a salir a pasear", reconoce Senad con una sonrisa.
Creen que Sarajevo nunca será dividida y dicen que pueden seguir viviendo juntos. "Un vecino serbio, Visnja Milosevic, se fue de su piso con su familia al comienzo de la guerra, dejándolo tal cual. Después nos ha escrito pidiendo perdón y nosotros le hemos mandado fotografías del apartamento, para que vea que las cosas siguen como ellos las dejaron. Nadie ha tocado nada". Asegura Senad que "la gente de este barrio está mezclada étnica y profesionalmente y nos protegemos unos a otros. Seguramente los que han cometido genocidio no podrán vivir aquí, pero el resto, seguro que sí".
La familia Misira vive de lo que tenía ahorrado antes de que comenzara la guerra, cuando Dina todavía trabajaba en una oficina, y de la ayuda de las organizaciones humanitarias. Pero la parte fundamental es, sin duda, el pago en especie que el Ejército hace a Senad: azúcar, harina, cigarrillos. Si se tiene cigarrillos (cuatro marcos alemanes el paquete de Marlboro y un marco y medio la cajetilla de algo nacional infumable) se puede comprar de todo en Sarajevo; hasta los puestos de los mercados colocan carteles avisando que aceptan el pago en tabaco.
¿Y sobre la paz? "La gente corriente quiere un acuerdo que acabe ya con la guerra, aunque sea perdiendo algo de terreno. Otra cosa es lo que piensan los políticos". A los Misira les preocupa cómo funcionaría en la práctica una partición y, sobre todo, la calidad de los territorios que serían atribuidos, "porque no son lo mismo unos kilómetros de pedregal que una parte fértil y bien comunicada". "De todas formas lo más importante es poder volver a empezar".
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