La seguridad
No ganó. Y lleva camino de no ganar ninguna etapa en su carrera más complicada. Ni contra reloj larga, ni cronoescalada. Ni etapa de montaña. "Quizás me reservé demasiado en el llano", cuenta. "Salí bastante relajado. Quizás temí más de la cuenta a la montaña. Y aún así, hubo momentos en que me quedé clavado en las infernales rampas". La experiencia, quizás, jugó en su contra. Por la mañana había decidido poner un piñón más grande, un 23, en detrimento de un 13 que le permitiera volar en el falso llano. El día de Follonica, pensó todo lo contrario. Se sentía tan fuerte, que puso un diente menos en sus pinones. Y quizás gracias a su prudencia, mantuvo una gran regularidad. Aventajó a Pantani en sólo 49 segundos en los 17 kilómetros llanos; subió la diferencia a un minuto un segundo en la zona montañosa más suave. Siempre regular, pero con ganas y ambición. Y en la zona de máximo sufrimiento para mover sus 80 kilos sólo perdió dos segundos frente al mejor escalador. Distancia que incrementó al final en 18 segundos en los últimos kilómetros de descenso, cuando las piernas son ya de algodón. Y todo, sin perder la gorra. Y mantiene el optimismo: "Pantani y Chiapucci tienen la llave. Además, ahora Berzin se verá obligado a seguir a Pantani si éste ataca. De poco le valdrá la experiencia del Mortirolo, cuando dijo que se había equivocado al seguir a Pantani. Y esa experiencia nos servirá a los demás: allí le vimos desfallecer. Sabemos cómo hacerle daño. Además, su equipo está muy castigado".Induráin vivió con tranquilidad los momentos previos a la salida de la etapa. Más, por lo menos, que la aficionada italiana, morena y rotunda, llegada deLa Spezia, dispuesta a comérselo a besos y que montaba guardia en el sombrío vestíbulo. No se iría sin un beso, un autógrafo y una foto. "Sí, ya se que su hermano está soltero, pero a mí me gusta Miguel, sólo Miguel". Eran las 13.30. Induráin acababa de comer. Un poco de pasta, pollo cocido, jamón de york y fruta. Después, una siesta. Faltaban más de dos horas para la salida. Antes -se había levantado a las nueve-, un reconocimiento en bicicleta de los 35 kilómetros de recorrido que le esperaban. "He ido a marcha suave y ya me ha parecido duro", explica. "Los primeros cinco kilómetros son de callejeo, luego vienen 15 de falso llano y después, la montaña. Habrá que saber dosificarse bien".
Los comisarios permitían cambiar de bicicleta en cada recorrido, una para el llano y otra para la subida, pero Induráin no estaba por la faena. "Si usara la cabra de contrarreloj en el llano, ganaría como mucho dos segundos por kilómetro, o sea, 40 segundos en total. Pero luego calculas lo que te costará el cambio de ritmo, la adaptación y todo eso, y llegas a la conclusión de que lograrías el mismo resultado pero con mucho más esfuerzo. No tiene sentido". Más tiempo en elegir los desarrollos. Elección prudente: platos de 53 y 39 dientes, y ocho piñones: del 11 al 23.
Así que Induráin salió a la palestra con una bicicleta tradicional, pero con algunos cambios: apoyos para los codos en plan manillar de triatleta, llantas de cerco ancho Shamal; palancas de cambio en el cuadro en lugar de en las manetas de freno. Un único objetivo: limar al máximo el peso.
"Muy dura, muy dura", repetía José Miguel Echávarri de la cronoescalada. "Pero es lo que queríamos, ¿no?", añade.
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