Un 'agarrao' con un patrimonio de 30.000 millones
"Chorreaba agua por todas partes". La pasajera de aquel vuelo de Aviaco de Ibiza a Madrid aún recuerda a Abel Matutes Juan empapado en la terminal del aeropuerto ibicenco. Llovía a cántaros en aquella mañana otoñal de principios de los ochenta, y el mayor contribuyente de Baleares, en viaje relámpago a la capital, había dejado su coche en la carretera, lejos del edificio. "¿Está lleno el aparcamiento?", le preguntó sorprendida a Matutes, y no dio crédito a sus oídos cuando le escuchó que prefería ahorrárselo.Su sentido del ahorro es proverbial. Viaja con tarifas baratas cuando se paga él mismo los billetes de avión; los periodistas españoles acreditados en Bruselas ironizan sobre los taquitos de queso y los cacahuetes que les invitaba a compartir en su despacho de comisario europeo, y en Ebusos, el club de la buena sociedad ibicenca, nadie se acuerda de cuándo fue la última vez que pagó unas copas.
Las grandes fortunas no se construyen, sin embargo, ahorrándose el chocolate del loro. Y la de Matutes es una gran fortuna. El valor patrimonial de sus empresas asciende a 30.000 millones, sin contar el banco que fundó su abuelo, según sus dos biógrafos apócrifos, los periodistas Joan Cerdá y Javier Uli, que publicaron en febrero Abel Matutes / La política, los negocios. El político / empresario estimó su patrimonio en 1987 en 3.000 millones pero hace más hincapié en el orgullo que le inspira "haber creado más de 4.000 empleos".
Sea cual fuere su hacienda, lo cierto es que Matutes se vio obligado a "luchar desde el principio por constituir un patrimonio propio, tras acabar sus brillantes estudios en la Universidad de Barcelona" en 1963, afirma Alfonso Salgado, su biógrafo oficial, que acaba de editar un libro réplica al anterior. A sus 22 años, no partió, sin embargo, de la nada. Las navieras familiares y la Banca Abel Matutes Torres constituían una sólida base en la que apoyarse en los años sesenta para aprovechar el auge del turismo en Ibiza."Para destrozar la isla con sus desmanes urbanísticos", aseguran los ecologistas de Els Verds. "Esos aspectos del paisaje", reconoce hoy en día Matutes, "quedaron relegados a un segundo término frente a la necesidad de crear riqueza". Esta confesión no significa que se haya enmendado del todo. De ahí su empeño el año pasado en que el Parlamento balear modificase la Ley de Espacios Naturales para poder urbanizar parcialmente, asociado con el presidente autonómico, Gabriel Cañellas, el humedal de Ses Salines de Ibiza.La amargura de ser alcaldePara el empresario exitoso, la política vino como por añadidura. Gracias a Manuel Fraga, obtuvo en 1968 -el mismo año en que se casó con Nieves Prats- la medalla de plata del Mérito al Turismo, y dos años más tarde, el delegado del Gobierno en la isla se fijó en él para, con tan sólo 28 años, nombrarle alcalde. Matutes recuerda esa época como la etapa más amarga de su vida. Concluyó con su dimisión justo antes de que el 8 de febrero de 1971 fuese volado su hotel de 10 pisos, ínsula Augusta, construido en la cabecera de la pista del aeropuerto. Obtuvo, según Salgado, una indemnización del Estado que "no alcanzaba a construir un tercio de lo derribado", aunque sus detractores sostienen que sacó más del triple de lo que invirtió.A pesar del mal trago, cogió gusto a la política. Permitía a la vez hacer proselitismo ideológico y ampliar su círculo de amistades con las que hacer negocios. Desde hace largos anos cuenta con un entramado de hombres de confianza en los ayuntamientos de la isla, todos ellos en manos del PP. Sus adversarios afirman que sus empresas sólo prosperan allí donde ejerce el control político, y ponen como ejemplo Formentera, donde apenas hizo incursiones por ser el único municipio pitiuso que no dominan los populares.
Matutes ha tenido, sin embargo, pérdidas a veces en la propia Ibiza; con la lechera industrial; con el periódico El Día en Mallorca, y, por supuesto, en la Península, con la compañía aérea Meridiana, pero también ha cosechado éxitos con Cupimar, sus piscifactorías gaditanas, que recibieron subvenciones comunitarias legales. "Ahora", explica orgulloso, "exportamos tecnología a Noruega, un país pionero en cultivos piscícolas".Caciquismo y elecciones
Aquel que en una comarca "ejerce una excesiva influencia en los asuntos políticos" es, según el diccionario, un cacique, y Matutes ha sido siempre acusado de "caciquismo" Por sus enemigos políticos y por la prensa peninsular, sobre todo el grupo Zeta. El empresario se ríe cuando escucha la denuncia. "En todo caso, yo sería un cacique bueno, porque luego la gente, con su voto secreto, me ha seguido apoyando". "Los hombres de Abel hacían creer que si no ganaba Alianza Popular", los campesinos y jubilados "se quedarían sin tierras ni pensiones", escribía el periodista Santiago Miro relatando la campaña de las primeras elecciones democráticas.
Fue entonces cuando Matutes dio el salto definitivo a la política, de la mano de Fraga. Sacó el escaño de senador por Ibiza. Dos años más tarde volverá a ser elegido, esta vez al Congreso y a la vicepresidencia de AP, y en ambos foros se especializará en asuntos económicos y turísticos, hasta que en 1985 Felipe González le propuso para comisario.
Matutes ignoraba la realidad comunitaria, metió la pata nada más llegar a Bruselas declarándose defensor de los empresarios españoles, pero no tardó en ponerse al corriente. Repitió hasta la saciedad su disposición a cooperar con el Gobierno, y cualquier proyecto, por embrionario que fuese, de la Comisión fue inmediatamente remitido a Madrid. Gran parte de la alta Administración conserva un grato recuerdo de su colaboración, aunque en La Moncloa y en el entorno de Javier Solana se lamenta que "sólo actuase como correo" y no tratase, a diferencia de Manuel Marín, de "discernir y defender los intereses estratégicos de España".
En Bruselas, Matutes se vio obligado a delegar la gestión de sus empresas a su hermano Antonio, con el que hablaba a diario por teléfono. La capital europea le sirvió, sin embargo, de trampolín para ampliar su red de amistades. Al entonces número tres del PSOE, Txiki Benegas, con el que ya compartía veladas veraniegas en Ibiza, se añadieron sus colegas comisarios, a los que invitó de vacaciones, y, a partir de 1988, cuando ocupó una cartera de Relaciones Exteriores, un sinfín de ministros del Tercer Mundo.
A casi todos sus interlocutores les ha pedido favores. "No me quitéis al embajador ni al consejero comercial en tal sitio", recuerda haberle oído decir un colaborador de Solana, "porque me están ayudando mucho a sacar un buen proyecto". Con algunos, especialmente latinoamericanos, ha acabado haciendo negocios. Aun así, él asegura haber perdido dinero durante su etapa bruselense porque desatendió la marcha de sus empresas.
A sus 52 años, el ex comisario no vuelve, sin embargo, a la política nacional y a España para seguir más de cerca las actividades de Empresas Matutes, ni porque crea que ha llegado la hora de un Berlusconi a la española, un personaje cuya filosofía político-empresarial, confiesa, le resulta atractiva. Regresa porque, después de rechazar en 1986 la sucesión de Fraga, cree que ha llegado la hora de los conservadores y que José María Aznar necesitará en su futuro Gobierno a un político tan experimentado. Cuando le preguntan si será ministro, Matutes contesta echando balones fuera, pero su mentor político, Fraga, le traiciona declarando en la biografía oficial que, en un Ejecutivo popular, "Abel es un hombre que podría tener'éxito en asuntos exteriores, o europeos".
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