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El examen

Siempre había soñado con un alto cargo. Desde pequeñito, mientras el resto de sus compañeros de clase emulaban en el patio del colegio las hazañas de los héroes deportivos de aquella época (Indurain, Zubizarreta, Epi, etcétera), Rodríguez daba mítines a tres despistados que se quedaban a escucharle, más que por interés, por divertirse a su costa. Pero no le importaba; más aún, encontraba un estímulo añadido el tener tan escaso como dificil público. Aquel placer, no exento de masoquismo, que experimentaba en sus monólogos fue toda una premonición del camino que tomaría su existencia. Iba a ser un importante político, decidido, ambicioso. Ahora, 20 años después de aquellos primeros escarceos, estaba a un paso de alcanzar su sueño. Sólo le. quedaba aprobar el examen.Escrutó en su interior, y comprobó que estaba de los nervios. Su hoja de servicios al partido y a la sociedad era intachable, pero, aun así, no las tenía todas con él. El examen cada vez era mas riguroso. Vida pública, vida privada, amistades, aficiones, economía propia y familiar, todo era mirado con lupa antes de dar el visto bueno para un ascenso de este calibre. Recordó cuando se instauró como norma el examen. Fue a finales de 1994. ¡Jo, vaya época! En la Universidad de Ciencias Políticas dedicaban casi un curso entero al estudio de los acontecimientos del principio de la década de los noventa, cuando la clase dirigente tocó fondo coincidiendo con un incremento en la producción de embutido ibérico que llegó a saturar el mercado. Nadie estaba libre de sospecha, por lo que se decidió seguir el patrón americano e instaurar un comité de investigación al que tenían que someterse los cargos públicos. Cuanto mayor era su importancia, más exhaustiva era la investigación.

Por enésima vez rebobinó la cinta de su vida y se dispuso a rememorarla a cámara lenta, en busca de algo que pudiese perjudicarle. En la época escolar fue un chico normal, salvo si se considerase sospechosa su aversión a los deportes, que luego rectificó por recomendación de su asesor de imagen. Tuvo varias novias (nunca compartidas, eso sí) hasta dar con su actual esposa.. "Espero que no hablen con Purita", masculló con un ligero escalofrío. Purita tenía un deportivo descapotable donde habían hecho virguerías, pero ahora la moral había variado un poco, y puede que no se entendiesen bien ciertas "posturas". En su casa había servido una filipina, seguramente sin papeles en regla, pero eso no era responsabilidad suya.

Las declaraciones de la renta, eso sí que lo van a mirar con lupa. No he de ponerme nervioso. Están bien. Uf, menos mal que no hice caso a Fernando, que me recomendó invertir en Salchichones Romanones. Luego resultó que era una tapadera de un negocio de compraventa de órganos, y encima los salchichones no cumplían las normas de higiene reglamentarias.

Maldito examen. He tenido mucha gente a mis órdenes, y no puedo ser responsable de todos. ¡Ya está! Ya sé quién me va a llevar a la ruina. Fernández. ¡Qué tonto fui! Tenía que haberme dejado llevar por mi primera corazonada. Aquel tipo no era de fiar. Todo el día pegado a su teléfono portátil, siempre moreno y cada mes con una novia diferente. No podía ser cosa buena. Encima el tío cara me llama el otro día desde Brasil, adonde se escapó, invitándome a pasar unas vacaciones. Como tenga la línea telefónica pinchada, adiós cargo.

Tengo que serenarme. Igual no me llaman hasta dentro de una semana, y a este ritmo me voy a volver loco. Quizás me relaje hacer el amor. Me tomaré una infusión de hierbas relajantes e improvisaré el discurso de toma de posesión, que es lo que mejor me sienta.

Suena el teléfono. ¿Rodríguez? Soy el jefe. Han llamado los del examen. Lo siento, no ha podido ser. Al parecer, han hablado con una tal Purita y no sé qué les ha contado de un descapotable. ¿Te suena ese nombre? ¿Rodríguez, estás ahí?

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