Las torres del cíclope
Un arquitecto catalán se adelantó en 20 años a las torres de KIO con otras que las dejaban en pañales
Entre la variopinta población madrileña no falta un gafe que le ha cogido el gusto a la plaza de Castilla. Este malintencionado personaje que ha deparado una azarosa vida a las llamadas torres de KIO, obra del arquitecto estadounidense John Burguee, desplegó todas sus artimañas en 1968 para frustrar los intentos de otro arquitecto, esta vez el catalán Antonio Bonet, por convertir esta zona en "la plaza Mayor del siglo XXI". De no haber mediado tan perverso personajillo, Madrid habría mostrado con dos décadas de antelación su vocación europeísta y habría abierto en esa plaza la Puerta de Europa con dos edificios que, por densidad y altura -50 plantas y 170 metros-, dejaban en pañales a las actuales y habrían impedido a la torre Picasso ostentar el título de techo de la ciudad.
En una primera mirada, las torres que proyectó Bonet, hoy ya fallecido, son las antecesoras indiscutibles de las gemelas de Burguee. Sin embargo, una foto más de cerca hace dudas del parentesco. Frente a la inclinación y rectitud de líneas del americano, Bonet dibujó dos edificios verticales, bastante más intrincados, "unos conoides insertos en unos hiperboloides como los describía Ya, dispuestos inversamente en un edificio con respecto al otro, es decir, que en uno la base está como corresponde abajo y en cambio en el otro, arriba". Bonet no quiso limitar el destino de sus "Jambas ciclópeas" [uno de los calificativos periodísticos que recibieron] y repartió equitativamente el espacio entre oficinas, viviendas y locales comerciales.
Pista de patinaje
El edificio de la derecha, según se sube desde Nuevos Ministerios, tenía uso residencial. En las tres primeras plantas se alternaban unos grandes almacenes, cine, restaurante, peluquería, salón de belleza, gimnasio y, ya en la calle, una terraza con jardín y pista de patinaje "al modo de lo que hay al pie del Rockefeller Center, en Nueva York".En el resto de las plantas las viviendas se agrupaban según su tamaño. Apartamentos, pisos reducidos y habitaciones para los que como él viajaban con frecuencia a Madrid, en los primeros pisos; viviendas algo más espaciosas para familias pequeñas en el nivel intermedio, y finalmente, las proles numerosas disfrutarían de amplios pisos en la cumbre y de una vista privilegiada de la ciudad.
Por el contrario, la torre de la izquierda [rematada "a modo de formidables almenas" por una terraza, un club y un restaurante] estaba preparada para soportar el trajín de 6.000 trabajadores diarios en sus 47 plantas de oficinas, mientras que en los tres pisos inferiores se dispersaban los bancos y los servicios complementarios, como salas de reuniones, de conferencias, locales de fotocopias, etcétera. En los sótanos de ambos bloques, dos garajes cobijarían a un total de 2.500 vehículos, "lo que suman los cinco grandes aparcamientos del centro de Barcelona", según los cálculos de un periodista, que sugería además construir un paso subterráneo de unión "dotado de toda clase de establecimientos".
En el revestimiento, Bonet no ahorró imaginación. "Las fachadas", explicaba Ya, "se arman con unas piezas metálicas muy curiosas, como alusión a la empuñadura y cazoleta de descomunal arma de las que se blandían en los libros de caballería", realizadas en aluminio color plata oxidada y trenzadas en una celosía en la que se enmarcaban las ventanas.
Al singular proyecto no le faltaron apodos ["los nuevos castillos de Castilla la Nueva", "la Puerta Magna", la Puerta del Siglo XXI"], pero hubo un término que los cronistas se negaron a aplicar: rascacielos. Tanta precisión lingüística la justifícaban porque dicho vocablo designaba "a un edificio muy característico y de poca fantasía en el que, como sucede en Estados Unidos, el ingeniero predomina sobre el arquitecto". Las torres de Madrid no eran, desde luego, tan anodinas.
La Puerta del Siglo XXI fue la versión más moderada de lo que la imaginación de Bonet podía dar de sí. El primer proyecto que presentó al Ayuntamiento era tan innovador que los munícipes se negaron a darle el visto bueno. Este primer boceto proyectaba construir una plaza rectangular que salvaba el corte vertical de las calzadas "con un puente tan colosal que sería un pasaje comercial al modo del puente Vecchio sobre el Arno de Florencia", explicaba Ya, un diario que se lamentaba porque "el urbanismo imperante en el Ayuntamiento de Madrid, donde ahora se aprueban pasos aéreos en la misma Castellana", lo había rechazado alegando que invadía un espacio público, imposible de ceder a la iniciativa privada. "No se pedía ninguna cesión", replicaba airado el rotativo, sino que se aprobase el puente, que sería propiedad del municipio, y, por tanto, a él le correspondería su explotación. Pero ni por esas".
Sin embargo, el rechazo municipal no fue tan frontal. Antonio Linares, entonces delegado de Obras, recuerda perfectamente el proyecto, aunque la brecha de estos 24 años le ha arrebatado muchos detalles. Linares asegura que el arquitecto catalán pisó muchas veces el Consistorio, proyectos en mano, "para ir ajustándolos a la normativa urbanística de entonces" y que, en ningún momento existió oposición por parte de la Corporación. "El espacio era muy amplio y merecía un tratamiento singular. Además, la idea de Bonet era mas normal, estéticamente más bonita que las torres de KIO, que me parecen una tortura para los ciudadanos. Dan ganas de no pasar por la plaza de Castilla sólo por no verlas".
Bonet, según el antiguo responsable municipal, se sometió a la disciplina urbanística y, en diciembre del 1968, aseguraban ya haber iniciado la tramitación burocrática. "Acabamos de presentar la solicitud de permiso de excavación. Hay que profundizar hasta 25 metros. A partir de la cimentación, la obra está preparada para realizarse en sólo tres años". Según sus cuentas, Madrid abriría la puerta de Europa en 1972. En el fallo de las previsiones no tuvo, según Linares, culpa alguna el Ayuntamiento, sino la escasez de fondos de los promotores. "Nosotros nunca nos opusimos. Creo que fueron ellos mismos los que se fueron desinflando ante la magnitud del proyecto y de la inversión.
El ex de legado de Obras pasearía con más frecuencia y agrado por la plaza y por la ciudad si Bonet se hubiera salido con la suya y si Madrid, como París, tuviera mayor conciencia urbana y ciudadana. "En arquitectura", advierte, "hay que tener mucho cuidado, porque no se puede rectificar. Creo que a los ciudadanos deberían indemnizarles por soportar esos atentados estéticos que, como un ruido silencioso, acaban destrozando la vista".
Hace dos décadas, Linares dio un empujón a la puerta, pero hoy dice que puede seguir esperando. "A nivel ciudad hay que mirar hacia el sur, a los barrios de yeso. Ésa debe ser tina de las prioridades, y no la puerta, aunque los que vivamos en el norte notemos su ausencia".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.