El precio de la soberanía
La historia de la civilización conoce dos grandes corrientes que podríamos definir con los términos centrípeta y centrífuga. La primera se manifiesta en el acercamiento entre países y en su unificación. La historia registró casos en los que ese proceso se desarrolló por la vía pacífica, por la vía de la evolución. Pero conoce también otros en los que todo se debió a las guerras, a las conquistas armadas y al sometimiento de los pueblos.La segunda tendencia también se manifiesta en procesos naturales y pacíficos, pero también en otros en los que los pueblos solamente pueden llegar a su independencia y soberanía con ayuda de sublevaciones y guerras de liberación.
Lo que sucede desde hace varios años en lo que era Yugoslavia es, sin embargo, imposible de clasificar con ayuda de uno de esos dos procesos. En esa región se combate con encono, arden las ciudades y aldeas y mueren, de la misma manera inútil, musulmanes y cristianos, croatas, serbios y bosnios, partidarios del federalismo y portavoces del separatismo.
Todas las guerras son terribles, pero la más trágica y horrenda, por su contenido moral, es la guerra civil. Los españoles lo saben mejor que nadie. También lo saben los polacos, que vivieron las luchas fratricidas de los años 1944-1947.
En Bosnia se libra hoy una especie de guerra civil. Los pueblos que hoy se combaten vivieron en la misma tierra más o menos pacíficamente durante cientos de años, sin preocuparse de que pertenecían a etnias y religiones distintas. Durante los últimos 70 años formaron parte incluso de un mismo Estado, bajo un techo federativo común. Es paradójico que, en los momentos en los que en Europa se intensifican las tendencias favorables a la integración, la antigua Yugoslavia se desintegre en múltiples pedazos arrancados por las distintas etnias que se combaten con encono.
Yugoslavia es, evidentemente' un caso extremo, pero no es el único caso que observamos de divorcio. Los checos y eslovacos se separaron, cada una de las antiguas repúblicas de la Unión Soviética decidió ir por su lado, y en países como España, el Reino Unido, Italia y Bélgica hay fuerzas que promueven y alientan las aspiraciones separatistas. Es cierto que los fenómenos indicados no tienen un denominador común, porque sus causas son muy diversas pero no menos cierto es que la contención de las tendencias centrífugas sí debería tener un denominador común, la responsabilidad por el futuro de Europa y la preocupación porque las posibles diferencias no se transformen en chovinismos y agresión.
La independencia y la soberanía son valores en sí y un derecho inalienable de cada pueblo. Las experiencias históricas hicieron que los polacos seamos particularmente sensibles ante cualquier atentado contra ese derecho, pero somos conscientes también de que en el mundo de hoy la soberanía absoluta no existe. Aunque en distinta medida todos dependemos de todos, particularmente en las esferas de la economía, la ecología y la cultura y no fue una casualidad que la posguerra generase en nuestro continente muchas iniciativas encaminadas a conseguir la integración, primero regional, luego en bloques y por último paneuropea.
La idea del general De Gaulle sobre la Europa de las patrias desde el Atlántico hasta los Urales, la Conferencia sobre la Cooperación y Seguridad en Europa, las ideas sobre la "casa europea común" de Gorbachov, la Confederación Europea promovida por Mitterrand y, por último, la Asociación para la Paz, en tanto que vía para la superación de la división, antagónica del continente, son los puntos que marcan el dificil camino que hemos recorrido. Quedan aún muchos vestigios, sobre todo en la esfera económica, de la anterior división de Europa y muy numerosos y difíciles son los problemas que necesitan solución, como el de Bosnia, que no permite a los europeos honestos conciliar el sueño. Los principios de la libertad, la democracia y el humanismo, propios de la civilización europea, son incompatibles con el chovinismo y el odio, con las patologías que deforman las aspiraciones por la independencia y la soberanía.
Los eslovenos, aunque son correligionarios de los croatas, no quieren seguir viviendo con ellos en un mismo Estado, y menos con los musulmanes. Los croatas, a su vez, aunque hablan la misma lengua que los serbios, no quieren saber nada con ellos, porque son más numerosos y, para colmo, ortodoxos. Con los serbios no quieren convivir los macedonios, aunque también son ortodoxos, y menos aún los musulmanes bosnios. Dicho sea de paso, los bosnios, que fueron convertidos por la fuerza al islam por los turcos, emplean la misma lengua que los serbios y junto a ellos lucharon muchas veces por la independencia. La artificialidad e irracionalidad de todos esos conflictos es asombrosa, y más aún cuándo se sabe que, aunque hoy están dispuestos a matar y a morir por una soberanía local y étnicamente pura, la inmensa mayoría de los croatas, serbios y bosnios sueña con. pertenecer a una Europa política y económicamente integrada. ¿Pero se puede acaso vivir eternamente con la intención de morir o matar? El inevitable proceso de la unificación europea ¿no es acaso también para esos pueblos enfrascados hoy en una lucha mortal un significativo signo y oportunidad? ¿No es la esperanza de la paz y del entendimiento? Cierto es que resulta prácticamente imposible hacer un huevo de una tortilla, pero queda siempre la esperanza de que la tortilla no sea venenosa y que, después de pasado cierto tiempo, pueda ser consumida en común por todos los comensales.
Las pasiones suscitadas en Europa oriental en tomo a los problemas de la soberanía y de la independencia pueden ser explicadas en gran medida por los muchos años en que esa soberanía se vio limitada. La actitud de los bosnios, croatas, eslovenos y macedonios es una reacción ante la dominación serbia en el antiguo Estado federal. Hace muy poco, refiriéndose al conflicto entre Abjasia y Georgia, Edvard Shevardnadze dijo: "Esta es la consecuencia de la dominación de los rusos en la URSS, de la imposición a otros pueblos de las fronteras y de la limitación de sus libertades y soberanía". No olvidemos tampoco que Moscú siempre veló porque la independencia de los países que pertenecían a su bloque jamás rebasase los límites de los intereses de la superpotencia soviética. No puede extrañar que la recuperación de la soberanía haya despertado tanta euforia en decenas de pueblos.
Las reacciones motivadas por el pasado suelen manifestarse de una manera similar al movimiento del péndulo. Los círculos nacionalistas sostienen que los mayores logros de la caída del comunismo y de la Unión Soviética no son la libertad y los derechos del individuo, la democracia y la economía de mercado, sino la soberanía. Lo cierto es que Polo
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