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Ejercicio de autoafirmación

Rominger mantiene bloqueada la carrera pese a los ataques de Zarrabeitia

Carlos Arribas

Una Vuelta se gana de muchas formas. Una de ellas es demostrando una superioridad aplastante y desmoralizando al rival. Casi cómodamente puedes seguir después, dependiendo más de la economías de tus fuerzas que de la energía ajena. Rominger ha elegido la vía más sibilina, ésta misma con un ligero toque sádico. Demoledora así. Para demostrar la superioridad a veces es más fuerte un segundo sobre el siguiente que una minutada. Dos etapas de montaña y dos segundos sobre los más fuertes rivales. Segundo a segundo, Zarrabeitia, el atacante de ayer en la dura subida a Cerler, termina diciendo: "A ver si aguanto y logro terminar en el podio". Zülle sigue buscándose en las cuestas y espera que le llegue la forma. Ayer, tampoco aguantó a Zarrabeitia. Y van dos llegadas en alto en las que cede.Rominger no ataca más que para dejar clara la jerarquía de la Vuelta. Para que nadie se haga ilusiones. Al suizo no le gusta ver gente a su altura, quizás le entran las dudas. Y autoafirmándose niega a los demás. Muy fuerte se siente cuando actúa a la defensiva. Uno de sus motivos es: "Atacar es más fácil que defender; entonces, si yo ataco, los demás se defienden y yo lo tengo más fácil". Pero a estas alturas, todos sus lemas son papel mojado. Más parece un director escénico. Preocupado porque se le dice que la Vuelta entre él, Roldán, Rubio y el padre de Romario no interesa apenas, parece que se preocupa de dar dramatismo a la obra. Calcula clímax y anticlímax. Deja que se desarrolle la peripecia del héroe malhadado para al final entrar él, el bueno, en su caballo blanco. Se regodea en su papel de jerarca: manda a su equipo que controle con calma. No desbocándose. El día de Andorra se irritó por el afán de sus Mapei. "No sé por qué se empeñaron en tirar tan fuerte desde el principio. No era necesario. Se desgastaron a lo tonto". Así, ayer, se pasaron tres puertos y el grupo de los importantes se había seleccionado más por darwinismo que por catástrofes naturales. Comenzaba entonces la ascensión a Cerler.

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Los Mapei son disciplinados y fuertes. "Tan fuertes", dice su director, Juan Fernández, "que cualquiera de ellos podría ser nuestro líder para la Vuelta si no estuviera Tony". Estando el suizo sólo obedecen una orden. Di o Tony "Jon" y Unzaga puso en fila india a los 14 selectos. Poco a poco se fueron quemando, arrastrándose bajo la machacona marcha impuesta por el de Llodio. Rominger, sin dar una pedalada de más, veía cómo sus enemigos sudaban. Las clases emergían. A la derecha del padre, o sea, detrás de Rominger, Zarrabeitia, Zülle y Luis Pérez. Más lejos, los demás, los Cubino, Delgado, Rincón, Leblanc o Uría.

Dicen desde el ONCE que el día de Andorra Rominger le dijo a Zülle a tres kilómetros de la meta: "ataca y nos vamos los dos". Y que Zülle dudó y se pensó: "ya, y luego me deja tirado y se lleva la etapa". No parece que eso mismo le dijera ayer a Zarrabeitia. El corredor de Abadiño dijo que sólo había seguido los consejos de Delgado. Pero atacó: y se fue con Rominger y un par de ellos más. El maestro del escenario se salía con la suya.

"He tenido un hijo y ahora parece que tengo un nieto", dijo entre bromas y serio el ciclista segoviano el otro día. Delgado está a gusto en su papel de maestro procreador. Si Induráin maduró a la sombra de la madurez de Delgado, Zarrabeitia lo hace a la sombra de su barba blanca. Pero no tan viejo: aún tuvo arrestos el ganador del Tour de 1988 para no conformarse con quedarse en el grupo que, mandado por Cubino, perdía tiempo tras Zarrabeitia, Rincón, Pérez y Rominger. Cuando vio que Zarrabeitia no peligraba se sintió fuerte y se fue tras ellos. "No es para tanto", dice Delgado. "Sé las fuerzas que tengo y las gasto poco a poco. Me voy regulando". Y aun así, ahí está. Cuarto, con el podio al alcance de la mano.

Demasiadas infiltraciones para Cubino

La anestesia le entra como agua a Laudelino Cubino. Y su director, Álvaro Pino, está preocupado. "Bastante sé yo de infiltraciones", decía ayer el técnico del Kelme. "Por experiencia sé lo malo que es eso". Después de su gran trabajo en la etapa de Andorra, Cubino se arrastraba ayer. La rodilla no le dejaba. El dolor le mataba. Y él mataba en seguir.A los pocos kilómetros, la primera dosis de anestesia. "Como nuevo vas anestesiado", dice Minguez. Pero el sufrimiento del bejarano no paró. La lesión de la rodilla perduraba -quizás por efecto de la lluvia del día anterior- y poco después, la segunda inyección y la primera discusión con Pino. El director gallego le recomendaba que abandonara, pero Cubino quería seguir.

Su tesón se impuso. Y poco después, de nuevo el dolor. El efecto de la anestesia dura cada vez menos. Una tercera infiltración, pero esta vez sin discusión. Pino ya bajó los brazos, pero seguía preocupado. Pensaba Pino que la temporada es muy larga y que la anestesia sólo sirve para enmascarar la lesión, que puede seguir agravándose. Y llegará el Giro, o el Tour, al que aspira el Kelme, y puede que Cubino no pueda correrlos. Pero la decisión, el coraje y el convencimiento de Cubino de que pasado el trago de Cerler llegarán un par de días de Rano para recuperarse. "Yo creo que es inteligente y sabe lo que hace", resume Pino. Cubino aguantó la etapa entre los mejores. Sin embargo, llegó dolorido. Cubino medita abandonar.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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