Silencio repentino
Permítanme que, como excepción, generalice en una opinión ante un hecho determinado. Por tanto, no me refiero sólo a su periódico, sino en general a los medios de comunicación, y he elegido para hacerlo a EL PAÍS por ser el que más confianza me merece. Hemos pasado unos días abrumados, y con razón, con noticias desgarradoras y escenas escalofriantes de la situación en Ruanda. Parece ser que han podido salir la mayoría de los europeos que allí estaban, y han cubierto ustedes muy bien la información en ese sentido.Pero el 18 de abril, y sigo generalizando, no escuché ni leí noticia alguna de Ruanda. Me da la impresión de que, al salir los extranjeros, se cerraron las puertas de Ruanda (algo así como en el libro de Sartre A puerta cerrada, y el infierno quedó dentro).
Y me pregunto, señor director, ¿no tenemos obligación y derecho a saber qué está sucediendo en estos momentos entre los hutus y los tutsis? ¿Hay ciudadanos de primera, de segunda, de tercera... para los medios de comunicación y para ser protegidos por la ONU?
Y me estoy quejando yo, que estuve atenta a las noticias porque tenía allí a una gran amiga. Pero aunque ella ya ha vuelto, ahora no es curiosidad, es una actitud, un compromiso de saber qué sigue pasando allá. En muchas ocasiones, como en ésta, los medios de comunicación detectan y denuncian injusticias antes que cualquier organismo oficial. Esto es para ustedes una gran satisfacción al mismo tiempo que una gran responsabilidad. La denuncia y la noticia deben seguir más allá de los momentos espectaculares. Tal vez en el letargo se cometan tantas injusticias como en una matanza.
Gracias de verdad por sus noticias rápidas y certeras de estos días. Pero... ¿qué sigue sucediendo en Ruanda?... ¿Y en Chiapas?... ¿Y en el Tíbet?-
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