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Reportaje:

Agujas en la rebotica

Jeringuillas, agua destilada y picaresca se reparten las horas de las noches de duermevela

Ana Alfageme

-Una insufina y un agua destilada ¿cuánto es?...La voz del travestido sonó chirriante.

María, la farmacéutica, andaba ocupada en ocultar en una bolsita de papel otro par de jeringas de insulina, las que usan habitualmente, además de los diabéticos, los toxicómanos, que las solicitan simplemente como insufina. Eran para una pareja de yonquis que discutían ruidosamente por una nimiedad detrás de la verja de su farmacia. Uno quería cambiar 5.000 pesetas y el otro se lo reprochaba. El reloj de la madrugada marcaba la 1.31, pese al guirigay de esta calle del distrito Centro.

- Una insufina y un agua destilada, ¿cuánto és? -insistió la voz sonora de hombre, enmarcada en una melena oscura como la noche y apretadita en un vestido negro.

-Espera un momento, por favor -le dijo María, algo agobiada, en su camino a la puerta.

Sus manos gordezuelas de mujer grandota tendieron el paquete. Uno de los dos bandonó la absurda discusión para rebuscar monedas en los bolsillos del chándal. Faltaba dinero. Entonces el vozarrón volvió a sonar:

- Ten, anda -le dijo a uno de los yonquis-, aunque luego a mí nunca me dan nada.

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Con los cinco duros, el travestido les resolvió las jeringas a los otros clientes pero a él sólo le importaban su insulina y su agua destilada. Y por éso lo volvió a decir; y después: "Huy, qué frío"...; y después: "El otro día una farmacia que tenía que estar de guardia en la calle de Fuencarral cerró".

- Huy, ¡qué raro!, respondía la farmacéutica.

Y el travestido:

- Anda, que cómo se nota que haces culturismo, ¿eh?'

El destinatario del requiebro era un amigo pelirrojo de María, de visita en la farmacia y que, por supuesto, no era culturista. Por fin llegó la hipodérmica y el agua -para diluir la droga- de la mano de la farmaceútica rubia, grande, de ojos azules, 29 años, asturiana y novata. Cada vez que recorre el camino hasta la puerta con la jeringa -y lo hace muchas veces cada guardia- se consuela pensando que ella es una sanitaria y que hay que vender de todo, aunque sea sin receta, y, además, ya que estás de pie... Si por ella fuera, la heroína la tendría en la farmacia, bien esterilizada y baratita. Y eso de no vender preservativos es igual que negarse a dar jeringuillas, no puede ser.

Los chaperos que pasaban por la calle le pedían dinero al travestido y él no dejaba de contestar: "Cómo sois los chaperos, ¿es que no ganáis o qué?".

A su lado, María vio un rostro familiar. Aquel joven había venido hacía dos horas... con dos recetas falsas. Este hombre había levantado las sospechas de María. Al llegar dijo, sin que nadie le preguntara nada, que venía desde muy lejos. A continuación entregó una receta de Valium 10 (un tranquilizante) como aguardando, a ver su reacción. La mujer se dio cuenta de que era una fotocopia. Luego, alargó la receta de Rohipnol (otro hipnótico muy cotizado).

"¿De verdad lo siente?"

María se olvidó de que tenía en su vieja botica miles de cajitas colocadas por orden alfabético -hay 10.000 presentaciones distintas- y le contestó:

- Huy, no, esto está en falta desde hace mucho tiempo. Prueba a ver en otra farmacia.

- Pero es que vengo de muy lejos...

-Ya, pero está en falta. La farmacia más próxima está por Doctor Esquerdo.

El individuo aquél no fue el único. Otro, con barba y malencarado, murmuraba en la calle: "Vengo de Palorneras". Y entregó a María dos recetas del Insalud y ella, al darse la vuelta, ya se percató de que esos papeles que reclamaban Tranxilium 50 y Rohipnol eran falsos: no venía ni el nombre del paciente, ni las dosis, ni la fecha. Blanco y con asas, así que le respondió con la misma cantinela y añadió:

- Lo siento mucho.

-¿De verdad que lo siente usted? -murmuró el malencarado mirándole a los ojos.

- Sí.

Timbrazo a timbrazo, María vendió en siete horas, hasta que la noche de guardia clareó, un antigripal, un anticonceptivo, un baño vaginal, un colirio, una caja de preservativos de 1.000 pesetas -los más baratos, pidió un hombre avergonzado cuando ella le ofreció, solícita, unos condones con espermicida, más seguros- unas perlas de menta para un basurero joven. que saltó del camión un momento, y la solución a un dolor de muelas en forma de pulverizador. Todo ello, sin receta. Los únicos que llegaron enviados por el médico, y por tanto, acreedores oficialmente del servicio de urgencia, fueron los padres dé un chaval con faringitis empuñando unas recetas firmadas por una doctora de un centro de salud cercano que hubo que descifrar. "Esta doctora es de las que no quedan", alababa la madre del muchacho enfermo, "está un montón de rato con todos, fíjese que mi hijo tenía hora para las seis y ha salido a las nueve...".

María vendió, además, nada menos que 38 jeringuillas a 65 pesetas cada una y muchas ampollas de agua bidestilada. Algunas veces hasta regaló las jerginguillas; y en otras ocasiones las vendió con mensaje: un par de vagabundos añosos que le pidieron a María un teléfono para desintoxicarse, y a ella le hizo mucha ilusión y por eso les dio toda la información necesaria. Luego, se disculpó por la tardanza ante una señora de buen ver. "Naadaa, no pasa nada, yo trabajo con ellos", le respondió la clienta, muy misteriosa.

Los demás yonkis eran caras de la misma moneda: un chaval despeinado mascando un bocadillo a las seis de la madrugada, un hombre con las manos negras, un viejo barbudo, el más mayor, con otro yonqui cojo que pretendió venderle a una María ya rota un lote del adelgazante Biodel, el retirado por peligroso, a las cinco de la mañana.

Y también un chico con gafas que, por dos veces y con dos horas de diferencia, a las 5.30 y a las 7.10, saltó de un Seat Ibiza a pedir media docena de jeringuillas.

- Qué educado era, ¿no? -se quedó diciendo la extrañada farmacéutica.

Incluso dos policías pidieron jeringas.

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Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

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