La resurrección de Beirut
La capital libanesa cura las heridas de la guerra e intenta recuperar su pasado esplendor
Le llaman el señor de los milagros y se le compara con el multimillonario político norteamericano Ross Perot. Rafik Hariri, el primer ministro de Líbano, es un poco de las dos cosas. En los últimos 20 meses, este afable ingeniero libanés de 49 años ha conseguido encarrilar a su país por la senda del orden y la reconstrucción. ¿Su desafío inmediato? Restituir a Beirut el título de "la Suiza de Oriente Próximo". Como la mitológica ave fénix, la capital de Líbano emerge majestuosamente de las cenizas, aunque ramalazos de violencia recuerdan de vez en cuando a propios y extraños que el camino hacia la normalidad no está libre de trampas. Muchos de los libros escritos a lo largo de la guerra civil comienzan con una descripción del desolador paisaje beirutí desde un avión. Calles vacías, edificios destrozados y las ruinas de la línea verde, pavorosa cicatriz urbana que por 15 años separó a cristianos y musulmanes. Los rastros de década y media de violencia son todavía visibles desde la altura, pero cada día son más los edificios nuevos que eclipsan los horrores de ayer. A lo largo y ancho de esta capital de cuatro millones de habitantes se registra un cambio pasmoso que infunde confianza en el futuro, aun a los que dudan.
La economía se recupera a un ritmo inesperado. Según el banco central, muchos inversores libaneses han retornado inyectando unos 7.000 millones de dólares en los últimos meses, y cada día llegan empresarios extranjeros con proyectos de negocios. "Es el mejor momento para invertir", señala un holandés que, como muchos otros, está en misión de exploración.
La mejor ilustración del clima de confianza vino a principios de años, con ' el éxito obtenido por Solidere, el consorcio formado por Hariri para la reconstrucción de Beirut y que ha conseguido reunir un millón de dólares de cada uno de los 20.000 inversionistas particulares libaneses. "El volumen de las aportaciones es claro reflejo de la confianza pública en la reconstrucción de la capital", dijo Naser Chamá, presidente de Solidere, acrónimo en francés de la Sociedad Libanesa de Desarrollo y Reconstrucción.
Confianza, ciertamente, existe, a pesar de las dimensiones titánicas del reto. Técnicamente, el país sigue en guerra con Israel, que ocupa una extensa franja de territorio en el Sur. Por otra parte, 35.000 soldados sirios permanecen en territorio libanés. Pero las milicias han desaparecido, a excepción de Hezbolá, el proiraní Partido de Dios, que combate sin tregua contra las tropas israelíes.
Bonanza económica
Pero los libaneses, especialmente los de la capital, tienen más bien la mirada puesta en las promesas de bonanza económica que ofrece Beirut. Son promesas que se materializan a diario y que pronto pueden convertir a Beirut en una capital superchic, una de las ciudades más caras del Mediterráneo oriental. Son incontables los edificios de apartamentos que ofrecen pisos por un millón de dólares. "No damos abasto", dice Naim Fulad, el gerente de una empresa constructora con siete contratos en el elegante barrio de Raouche. La famosa calle comercial de Hamra, invariable y exageradamente comparada por los Campos Elíseos de París por su agitada actividad comercial, bulle como en sus mejores tiempos. En los montes nevados situados a pocos kilómetros de Beirut se acaban de construir nuevos hoteles con pistas de esquí que nada tienen que envidiar a los mejores centros. europeos. "Beirut volverá a ser lo que fue", afirma con orgullo Isam Nayef, importador de muebles italianos. "Nuestra ciudad será la perla de Oriente".
Ímpetu y dinero no faltan. El plan de reconstrucción ha comenzado con la demolición de las ruinas del antiguo centro comercial, donde Hariri proyecta crear uno de los más modernos complejos cosmopolitas del mundo a un coste de casi 2.000 millones de dólares. El "nuevo Beirut" se levantará en el corazón mismo del conflicto y, como la línea verde, se extenderá desde las colinas de Suj El-Gharb hasta la bahía de St. Georges.
"De lo que se trata es de respetar la armonía de la arquitectura oriental con construcciones modernas, pero de estilo clásico se afirma en los talleres donde se diseña la nueva metrópoli. En los planos hay visibles muestras de voluntad de conservación del atractivo aire otomano de la ciudad.
En el ambiente de expectativa se nutre el espíritu de empresa y superación tan propio de los libaneses. Por la Corniche florecen cafés y restaurantes, al igual que los clubes nocturnos y boutiques en las calles donde hasta 1990 se combatía con ferocidad. Eli Bittar, un cristiano de Ashraflysh, acaba de formar una sociedad con un empresario musulmán para abrir una cadena de pizzerías. "Ya no hay línea que nos divida", dice Bittar, "y los libaneses nos pondremos a trabajar codo a codo, sin distinción de religión o clase social. Los negocios son los negocios".
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