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El segundo tiempo del partido

Cerrado el 33º Congreso del PSOE, la sucesión de cónclaves regionales y provinciales -que se iniciará el fin de semana con la reunión de los socialistas andaluces- mostrará si los acuerdos alcanzados hace pocas semanas pacificaron realmente los ánimos de renovadores y guerristas. En aquella ocasión, las diversas tendencias del PSOE negociaron, a cara de perro aunque con voluntad de entendimiento, sus cuotas de poder en los centros de decisión organizativos; la nueva mayoría, aglutinada en torno a Felipe González, aceptó la presencia de Guerra y de sus más leales seguidores en la ejecutiva y la incorporación de algunos representantes de Izquierda Socialista al Comité Federal. Terminado ese reñido primer tiempo, los guerristas se retiraron a la caseta con una derrota discreta, hábilmente presentada por sus portavoces como un empate moral; la segunda parte del disputado encuentro se librará en los congresos locales a lo largo de la primavera.En vísperas de las elecciones europeas y andaluzas, el temor a las arrasadoras consecuencias sobre la opinión pública de las divisiones partidistas desempeñó un papel crucial para apaciguar los conflictos dentro del PSOE. En última instancia, la integración sólo pretende que la ropa sucia se lave en casa y que las riñas familiares se oculten ante el vecindario. Pero la preparación del congreso regional andaluz hace pensar que los difíciles equilibrios penosamente alcanzados hace pocas semanas pueden saltar por los aires -como los platos de la vajilla en una pelea matrimonial- de un momento a otro. La numantina resistencia del todavía secretario regional, el guerrista Carlos Sanjuán, a ceder su puesto a Manuel Chaves, presidente de la Junta de Andalucía y candidato para los próximos comicios autonómicos, constituye el motivo formal de la disputa.

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Como suele ocurrir en los conflictos internos de las formaciones políticas, la lucha por el poder se reviste de ropajes doctrinales al servicio de otros propósitos. Los guerristas andaluces desean que la presidencia de la Junta y la secretaría regional del PSOE recaigan sobre personas diferentes; es decir, defienden un modelo organizativo según el cual los cargos públicos (elegidos por los ciudadanos) deberían estar controlados por los dirigentes del partido (designados, únicamente por la militancia). Llevando las consecuencias de la bicefalía hasta su último extremo, esa estructura dual asignaría una responsabilidad sin poder a los gobiernos y un poder sin responsabilidad a los partidos.

La apariencia abstracta de esa discusión organizativa encierra metas concretas. Las maliciosas declaraciones hechas recientemente por Guerra, comparando su fransciscana vocación de número dos de Felipe González con las pretensiones sucesorias a la presidencia del Gobierno de otros ambiciosos dirigentes socialistas, indican el verdadero alcance de la batalla andaluza.

Si Sanjuán lograse impedir la elección de Chaves como secretario regional del PSOE, forzando una eventual solución de compromiso a favor de un tercer candidato, el guerrismo daría un importante paso en su estrategia de ser el poder detrás del trono; a partir de ese momento, una macbethiana burocracia enmadrada dentro del aparato socialista comenzaría no sólo a predecir, sino también a ofrecer jefaturas de gobierno, presidencias autonómicas y alcaldías contra el reconocimiento de su supremacía última. La contundente respuesta dada por Guerra -"la raya se mueve"- a un correligionario andaluz interesado por saber cuál era la línea ideológica del PSOE enseña que la ortodoxia no es cuestión de doctrina, sino de obediencia. Porque la raya no sólo se mueve de manera impredecible e incierta: además, su trazado depende únicamente de los caprichos del aparato partidista encargado de pintarla cada mañana.

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