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Vía crucis

Cuando llegaban los días de la Semana Santa, los progres nos encontrábamos en el cine viendo el Evangelio según Pier Paolo Pasolinni, en blanco y negro y con subtítulos. La santa alianza entre la Iglesia y el Estado imponía como penitencia suplementaria en tan señaladas festividades una cartelera mística y monotemática, con el agravante de que todo el mundo sabía que la película iba a terminar con la muerte del protagonista, aunque los partidarios del happy end añadieran la coletilla de la Resurrección.Ahora, Madrid es una ciudad laica, aunque quizá no lo sea por mucho tiempo si funciona la intercesión de la Virgen del Retiro, una ciudad profana cuyos habitantes suelenhuir a la desbandada en cuanto se pone rojo el calendario, sin reparar en si se trata de la Inmaculada Concepción, el Día de la Hispanidad o el de la Madre. En el pecado llevan la penitencia; las carreteras acogen esos días interminables vía crucis procesionales, con paradas en las estaciones de servicio, y los apocalípticos sermones de los antiguos predicadores han sido claramente superados por las agoreras, y no menos apocalípticas, jaculatorias de la Dirección General de Tráfico, ilustradas con una crudeza y un patetismo que para sí hubieran querido los más sanguinolentos maestros de la imaginería religiosa tradicional.

La inmisericorde letanía de las cifras y de las estadísticas de víctimas de la carretera, recitada por severos locutores con cara de circunstancias, es la música de fondo que acompaña estos días de inevitable luto, días en los que la alternativa más segura y relajada puede ser no salir del foro y asistir a alguna de sus peculiares procesiones; eso sí, manteniendo la cartera a buen recaudo en las aglomeraciones, terreno abonado para la cofradía de carteristas que ni siquiera en estos días sagrados pueden evitar la tentación. A un amigo mío le limpiaron hace unos años junto a la Puerta del Sol cuando se detuvo a escuchar una saeta.

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