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'Banga' y 'Malabo' vuelven con papá

Dos pequenos gorilas del zoo regresan a la jaula materna

Todavía son dos bebés revoltosos y no saben que sus padres verdaderos son más peludos que los cuidadores del zoo, la única familia que han conocido. Banga, la hembra, perdió a su madre cuando no era más que una bolita de peluche negro. La de Malabo, su hermanastro, no sabía cómo cuidar al retoño. Ahora que han dejado de usar pañales y han cambiado el biberón por el potito, ha llegado la hora de prepararse para volver a la jaula de su padre. Bioko, un enorme gorila de la costa africana de 13 años y unos doscientos kilos, les observa al otro lado del cristal. Junto a él, Nadia, la madre de Malabo, parece pedir con sus ojos tristes que le acorten la espera, que le devuelvan ya al pequeño.Pero para regresar al hogar los gorilitas deben recorrer un camino difícil. La jerarquía en los grupos de gorilas está fuertemente estructurada y deben integrarse poco a poco en el grupo, que completa otra pareja: Gady (una hembra adulta) y Niky (un macho adolescente).

El carácter de la 'niña'

Desde hace dos semanas, los padres adoptivos de Banga y Malabo (ambas monadas tienen alrededor de dos años y medio) les llevan todos los días soleados a un trozo de césped cercano a la jaula de los otros gorilas. Es el primer paso para el reencuentro. Mientras recorren en brazos de sus cuidadores los 500 metros que separan la jaula de acogida de la mansión familiar, los dos pequeñajos tiñen de marrón las batas, se cansan, quieren bajar al suelo, vuelven a pedir que les lleven a cuestas, prefieren la espalda al pecho, luego no.

Como los bebés humanos. Igual de curiosones, traviesos y mimosos. Pero mucho más fuertes. Las manos de Banga, cuatro meses mayor que Malabo, se miden ya de igual a igual con las de los humanos adultos, que la saludan enternecidos al otro lado del vidrio. La niña ya tiene su carácter: "Muy seriecita e independiente" para su edad, según alguien que la conoce bien, Enrique Saénz, uno de los veterinarios del zoo. Él ha pasado noches en vela para cuidar a la pequeña, calmar su llantina o darle el biberón de las cuatro y media.

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Malabo, en cambio, es bastante más travieso, pero también más mimosón. Tanto, que se acurruca con su hermanita bajo la manta y pasa la noche abrazado a ella. En unas semanas podrá colgarse del cuello de su madre, compartir monerías con su padre, e incordiar a sus primos.

El mismo edredón que les cubre los sueños sirve para que se sientan seguros en el jardín, un lugar nuevo para ellos, que apenas habían salido de la enfermería del zoo. En esa misma pradera suelen tomar el sol sus parientes, que ahora deben ceder el césped a los niños. Sólo les hace compañía un pavo real, al que ya ni siquiera miran. Todo lo contrario sucede si entra un fotógrafo o Malabo descubre una lagartija que pasea de incógnito en el parque.

A la hora de la comida llega un empleado con medio litro de leche para cada uno (y de la marca más cara) y una macedonia de frutas: todos los bebés deben aprender a masticar. Banga ya se traga -ella solita- todo lo que le dan. Pero calcula mal y se ensucia un babero imaginario. Malabo, en cambio, todavía necesita la ayuda de su papá humano para poder beber.

Cuando pequeños y mayores se hayan acostumbrado a vivir juntos volverán todos a la pradera. El primer encuentro será de infarto para Banga y Malabo. Nunca imaginaron que su padre es un señor de casi dos metros y doscientos kilos de músculo que se divierte ("se ríe", dicen los que le conocen) asustando a los curiosos que olfatean el cristal tras el que, impasible, se sienta Bioko.

Él espera a que se congreguen una docena de visitantes confiados, da un rotundo puñetazo al vidrio blindado y de dos saltos cambia una celda por otra. Sus primos humanos huyen despavoridos, intentan sonreír y simulan que el sobresalto se debe sólo al ruido. Pero no hay valiente que se mantenga sobre sus talones al recibir un manotazo del rey mono (sus cinco dedos harían papilla un cuello de toro) a pocos centímetros del cutis.

Las 'chicas de la casa'

Pero los padres adoptivos de Banga y Malabo se encargarán de que no pasen miedos innecesarios. Antes de presentarles a Bioko, el macho dominante del grupo y padre de los dos bebés, conocerán a las chicas de la casa. Ellas les protegerán. Luego entrará en juego el menor de los dos machos, Niky. Cuando se hayan hecho amigos, se presentarán en la jaula de Bioko, y temblarán al verle.

Pero los veterinarios confían en que todo vaya bien e irán modificando su plan, según el comportamiento que observen. "Es un trabajo que requiere mucha sutileza, porque cada individuo, cualquiera que sea su especie, es diferente a sus congéneres", explica Saénz. De hecho, Niky no tuvo excesivos problemas para integrarse cuando llegó al zoológico de Madrid ya crecidito.

Al principio, no dormirán con el resto de la familia, hasta que comprueben que Bioko siente la llamada de la sangre" y acepta a sus hijos en la casa del zoológico.

Madrazas inexpertas

Las hembras gorilas, como las humanas, necesitan entrenamiento para ser madres. En su medio natural aprenden de sus mayores a cuidar a los bebés: cómo cogerles (un brazo en la nuca, otro en la espalda), a darles el pecho y limpiarles. Pero si la gorila nunca ha visto una cría, su código genético no le enseña puericultura. El zoo perdió un gorila de siete meses por la falta de pericia de su madre. "Cuando nació Banga, dejamos que mamase unos días para que adquiriese las defensas de la madre, pero luego decidimos criarle a biberón", explica uno de los médicos de animales, Enrique Sáenz. "Luego la madre de Banga murió, y parió Nadia, así que preferimos atender a los dos monitos a la vez y asegurarnos de que crecerían sanos", concluye.Los días que siguieron a la separación de su pequeño, Nadia casi se vuelve loca y hubo que tranquilizarla. Luego se acostumbró. ¿Sabe que el pequeñajo que gamberrea al otro lado es su hijo? "No creo", ríe Sáenz, "pero hemos comprobado que pide a su cuidador que le lleve a los cachorros".

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