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Normalidad

Jorge M. Reverte

La ciudad es cualquiera y es de noche. A lo largo de una de las aceras de una calle céntrica, se alinean un buen número de bultos formados por mantas viejas, periódicos, cartones y rellenos de cuerpos palpitantes que se disponen a dormir. En esa calle, en esa acera, los comercios van de mal en peor, porque durante el día un convento de monjas distribuye sopa boba a una larga y variopinta cola de mendigos.El transeúnte ocasional decide que, pese a lo evidente del paisaje, tiene que pasar por allí, porque no tiene que damos miedo el que haya mendigos durmiendo. Que no necesaria mente los mendigos le quieren a uno rebanar la garganta o afanar la Visa (¿para qué quiere un mendigo una Visa?). Hay una normalidad escalo friante en la actitud de esos cuerpos a punto de caer en brazos del sueño. Algunos, ni siquiera te miran. Otros, miran como si para ellos fuera normal que la indumentaria del transeúnte sea de buen paño. Esos mendigos se deben sentir integrados en el paisaje de ultramodema tienda de ordenadores y ultramarina tienda de jamones y cava.

El transeúnte se tranquiliza pensando que el sistema de sociedad de bienestar que él ha contribuido a poner en pie les afecta también a ellos. Se dice a sí mismo con orgullo que en muy pocos países del mundo tiene un mendigo derecho a asistencia médica sin limitación. Cualquiera de esas fi guras que reposa sobre las baldosas puede solicitar un trasplante de riñón en el mejor centro de la Seguridad Social.

Uno de ellos está en la esquina, de pie. Se dirige al transeúnte para pedirle un cigarrillo. El transeúnte interrumpe sus meditaciones para entregarle lo que le queda del paquete. El otro dice que ya era hora y muestra su escándalo:

-Llevo media hora aquí para echarme un pitillo antes de acostarme. ¿Usted cree que es normal?

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