Tensiones en el electorado
Sin duda, los problemas internos del PSOE, más allá de las personas, de sus opiniones o incluso de sus sensibilidades políticas, son problemas de fuerzas sociales en tensión. Una tensión alrededor de la cual gira el futuro político de España, y que no ha hecho sino crecer desde 1986. Hoy está al borde del punto de ruptura, y ésta puede producirse en cualquier momento. Las elecciones europeas de junio son, sin duda, un buen momento.¿En qué consiste la tensión? Desde 1986, el socialismo ha sufrido un drástico cambio en la composición de su electorado. Volvamos de nuevo al gran triunfo de 1982. ¿Quién votó al PSOE? Lo votaron las ciudades, los más jóvenes y, sin duda, el sector de la burguesía más ilustrada (profesionales y, en general, personas con altos niveles educativos). Lo votaron, pues, las fuerzas que representaban el futuro de la sociedad española. Hoy la situación es justamente la inversa: ha perdido apoyo entre los jóvenes, el medio urbano y los más educados, y lo apoyan los ancianos, el medio rural y los menos educados. El PSOE es hoy, mucho más que en 1982, el partido de los pobres y los desamparados. Pero también una fuerza política que se apoya en fuerzas del pasado para aguantar en el presente, pero a costa de perder el futuro.
El elemento clave es, como siempre, la clave del futuro: los jóvenes. Es sorprendente la poca frecuencia con que aparece la variable tiempo en análisis políticos, casi como si se deseara que no exista. Pues bien, existe. Y de qué modo. A lo largo de los años ochenta han alcanzado la mayoría de edad algo más de 600.000 jóvenes al año, correspondientes a las cohortes nacidas a finales de los sesenta y comienzos de los setenta, las más numerosas de la historia de España. Eso supone más de siete millones de nuevos electores desde 1982. Al tiempo, cada año fallecen unas 300.000 personas, la mayoría ancianos, un total, pues, de 3,6 millones desde 1982. En resumen, desde 1982, el censo electoral ha cambiado en casi 11 millones de personas, aproximadamente un 37%. Y, por supuesto, los jóvenes de 1982 son ya maduros, y los maduros de 1982 son ya ancianos.
Éste es un cambio brutal, que tiene todo tipo de repercusiones políticas. La primera y obvia es que los antiguos ancianos eran votantes de la derecha, y los nuevos, del PSOE. La más importante es que los nuevos jóvenes parecen apoyar al PP o a Izquierda Unida por delante del PSOE, y ello más aún entre los más cultos, entre los estudiantes.
Pues bien, si sobre ese flujo constante superponemos la imagen de un PSOE cada vez más fuerte entre los ancianos y cada vez más débil entre los jóvenes, el futuro está escrito. Por supuesto, puede argumentarse que, como es obvio, los jóvenes dejan de serlo y otros pasan a engrosar las filas de los ancianos. Pero son otros jóvenes y otros ancianos, con experiencias únicas e irrepetibles.
Así, los nuevos ancianos eran jóvenes durante el franquismo y maduros durante la transición. Le deben mucho al PSOE y sobre todo temen más al PP. Pero los nuevos jóvenes electores no conocieron el franquismo y se han educado políticamente bajo una década de gobierno socialista. Para ellos, la democracia, las libertades, la Seguridad Social, son cosas obvias (¡por fin, una generación en la historia de España para la que eso es obvio!). El PSOE es lo de siempre, las mismas caras, las mismas voces. Es, además, el partido de sus padres. Para las nuevas generaciones de españoles que desean el cambio, éste es exactamente eso: un cambio. Y por eso en ellos predominan los votantes de izquierda o de centro (o la abstención) y son minoría los del PSOE. De este modo, el futuro muestra una situación muy fluida aun cuando el tiempo parece. jugar a favor del PP. El problema es si los, electores que progresivamente se ubican en el centro ideológico van a irse con el PSOE (como hicieron el pasado 6 de junio), o se irán con el PP, para lo cual éste debe moverse mucho más a su izquierda. No sin problemas. El PSOE ha tenido serias dificultades para integrar un espacio ideológico que se movía entre el tres y el cinco. Los electores del PP se ubican entre el seis y el siete, pero para ganar debe moverse en un espacio ideológico que va desde el cuatro al siete. Ahí es nada.
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