Martínez queda a 19 centímetros del bronce
Los lanzamientos han dejado de ser una nota a pie de página en el atletismo español. Es el efecto provocado por Manuel Martínez, un lanzador de peso que se ha instalado entre los mejores especialistas del mundo con 19 años. En París fue cuarto en la final, con 19,85 metros, a 17 centímetros de su récord y a 19 del bronce. No sobrepasó la barrera de los 20 metros, la divisoria que marca en estos días la obtención de una medalla en esta clase de campeonatos. Pero su progresión parece imparable. En los últimos 12 meses ha mejorado en 1,88 metros su plusmarca personal.
Esta progresión revela la cali dad de un lanzador peculiar en un país que siempre ha sufrido el subdesarrollo en la especialidad de lanzamientos.El juez estaba pistola en alto para efectuar la salida de 60 metros lisos, la carrera más excitante de la competición. Allí estaba Colin Jackson, un atleta que llena páginas en la prensa deportiva. En ese momento, Martínez se disponía a ejecutar uno de sus lanzamientos. Nunca en la historia la atención se ha desviado de una final de 60 metros para observar el tiro de un lanzador de peso español. En París, había que atender a Martínez, que buscaba un hueco en la historia. Había conseguido 19,85 en el segundo intento y quería la medalla. Arriesgó en cada lanzamiento y esa ansiedad le procuró algunos errores decisivos.
El valor simbólico de Martínez es extraordinario en una disciplina que ha creado complejos insuperables en el atletismo español. Su llegada supone el mismo impulso de los pioneros. Es la historia de nuestro deporte. Inesperadamente surge un atleta irresistible, en medio del erial, producto del talento puro y no de la estructura deportiva. Así ha ocurrido desde la aparición de Santana. Martínez tiene una misión parecida: sacar los lanzamientos del agujero y colocar al atletismo español en el mismo plano de igualdad que el resto de las potencias del continente.
Le pudo la ambición
En París demostró su poder in negable y un excelente tacto para la competición, a pesar de sus quejas tras la final. Por un mouiento llegó a alcanzar la tercera posición. Su tiro, 19,85 metros en el segundo intento, le colocaba con seguridad entre los ocho atletas que pasaban a la mejora. Tanto el ucranio Bagach como el serbio Peric parecían inalcanzables, con sus tiros por encima de los 20,50 metros. Martínez quería la medalla a toda costa. Su único rival apreciable era el islandés Gudmunsson, que había sobrepasado al español con un lanza miento de 20,05, una marca al alcance de Martínez. Sólo tenía que superar su récord, 20,02 metros, para atrapar la medalla de bronce. Buscó su suerte de forma desesperada en cada una de sus intervenciones, pero fue derrotado por la ambición.
"He cometido algunos fallos técnicos en el giro que han acortado los tiros", declaró después de la final. Dijo que se sentía tranquilo -"no he sentido la presión, me siento satisfecho con el cuarto puesto"- pero su gesto denotaba una cierta decepción. Era el talante de un atleta convencido de unas posibilidades que ahora parecen ilimitadas. No importa que su tamaño esté fuera del canon que rige en la disciplina de peso, donde los principales protagonistas, desde el suizo Gunthor hasta el estadounidense Barnes, se acercan a los dos metros de estatura y sobrepasan los 130 kilos de peso. Martínez mide 1,86 y pesa 116 kilos, unas medidas de bolsillo para este mundo de cíclopes, pero no está desarmado. Su velocidad y la coordinación de movimientos son difíciles de encontrar. Es un hombre que corre los 20 metros lanzados en un tiempo de 2,3 segundos, una velocidad que le abriría las puertas del fútbol americano.
Hay una prueba incontestable de su calidad: Martínez era el más joven de los participantes. En una especialidad que rinde sus mejores premios cuando los atletas tienen 27 o 28 años, el lanzador español es un alevín. Bagach, el campeón cuenta 28 años; Peric, el segundo, tiene 30; el islandés Gudmunsson ha sobrepasado la treintena. El cuarto puesto de Martínez es más un síntoma que la realidad. El valor de su marca todavía es limitado. Para alcanzar una medalla olímpica necesitará situarse por encima de los 21 metros, la cota actual para las estrellas de los lanzamientos ahora que los controles antidopaje han provocado una rebaja espectacular en las marcas. La impresión es que Martínez tiene la capacidad para acercarse a esos límites. Son los misterios del deporte español. Una vez más se pasa del cero al infinito por la voluntad de un atleta singular, el último ejemplo de una saga que ha dado pioneros imponentes como Santana, Ballesteros, Nieto o Peñalver.
El resto de la jornada se ajustó a las previsiones de la delegación española, aunque han aumentado las dificultades para conquistar la victoria en todas las pruebas de mediofondo. Luis Javier González ganó su serie de 800 metros con comodidad. Alfredo Lahuerta se clasificó por tiempos para semifinales. En 3.000 metros pasaron a la final los tres representantes españoles: Enrique Molina, Andrés Martínez y Anacleto Jiménez, aunque ninguno de los tres ofreció una actuación convincente.
Jackson, el más rápido
Los velocistas galeses continúan su invierno dorado. Hace dos semanas, Nigel Walker, un antiguo vallista reconvertido como extremo en el rugby, amargó a la selección francesa en el torneo de las Cinco Naciones con un ensayo portentoso, lleno de potencia y aceleración. Walker tuvo que dejar el atletismo porque su camino estaba taponado por otro atleta galés: Colin Jackson. Durante los últimos siete años, Jackson ha sido un protagonista habitual en los grandes momentos de las carreras de vallas. Desde su etapa juvenil estaba llamado a derribar la hegemonía de los estadounidenses en los 110 metros vallas. Sin embargo, su carrera estaba atravesada por la frustración en los Juegos Olímpicos y en los Mundiales. Era un caso de mala suerte y de blandura. Le faltaba el punto de dureza para imponerse a la tropa americana. En los Mundiales de Stuttgart, se impuso por fin a sus rivales y a su leyenda de perdedor. Batió el récord mundial de 110 metros vallas (12.91 segundos) y se liberó de sus fantasmas.Jackson es ahora una estrella de primera magnitud, una de esas que llenan el cartel de cualquier competición. Ha acudido a París para conseguir la victoria en las dos versiones de los 60 metros, la carrera lisa y las vallas, una hazaña que no ha logrado ningún atleta en la historia de los Europeos de pista cubierta. La primera parte de su objetivo se cumplió ayer. Colin Jackson ganó los 60 metros lisos. Lo hizo con un tiempo excepcional, 6.49 segundos, la segunda mejor marca europea de todos los tiempos, a una centésima del récord de su compatriota Linford Christie.
El registro tiene una equivalencia inferior a los 10.10 segundos al aire libre. Para un atleta tan exquisito en la técnica de vallas, esa reserva de velocidad le pone fuera del alcance de sus rivales en los 60 y 110 metros vallas. Su único rival es el récord del mundo. Hace dos semanas, conquistó el primado con 7.30 segundos. Para el verano anuncia una marca de 12.81, un tiempo que los expertos consideran impensable. Pero Jackson camina varios años por delante de sus adversarios.
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