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Tribuna:
Tribuna
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¡Viva Madrid!

La historia se mueve siempre hacia adelante. Dejemos que siga así. La España que nos toca vivir es cada vez más plural, más diversa, más rica en todo; Pujol dice, y con razón, que el estado de las autonomías ha liberado y optimizado fuerzas sociales y económicas ocultas. Madrid está pagando tributo al capítulo más negro de su historia: el centralismo autoritario; pues bien, pagado, vale ya. Porque Madrid sigue así: somos cinco millones, hablamos mil lenguas, hemos nacido por ahí y nos duele Madrid.Del Madrid que muere, conservemos lo que hizo grande: su misterio, su magia, su capacidad de atracción. ¿Quién no recuerda su primer viaje a Madrid? El mío, adolescente burgalés, me devolvió a mi pueblo con una especie de sensación de haber perdido la virginidad, de haber besado el cielo. La fantasía, luego, se desbordaría con los amigos.

También se debía desbordar, aunque más onerosamente, como cuentan las crónicas, la fantasía y otras cosas de comerciantes, hombres de negocios, funcionarios de las diputaciones en sus viajes a la capital: el viaje, por ello, siempre merecía la pena cualquiera que fuese el resultado. Al volver, se exhibía como un trofeo de guerra la tarjeta de visita, conseguida con mucho esfuerzo del jefe del negociado de concesión de teleféricos. Hoy nadie viene a Madrid si no es para ver a un ministro, y según. Ni duermen aquí, con los puentes aéreos. Por eso, Madrid se aburre.

Madrid, ciudad abierta. Declaremos madrileños a todos los que consiguen llegar a Robregordo, Alcalá, Somosierra, Navalcarnero y a Barajas, claro. Ayudémosles a sus cosas, a sus gestiones (no les ponga multa a ellos, señor alcalde, a nosotros sí); y que se queden unas horas disfrutando de la ciudad. Dígales, señor alcalde, dónde pueden comer algo distinto a lo de su tierra; invítelos a vino en frasca. Pídales que al pasar por delante saluden: buenas tardes, señora, a la diosa Cibeles, como único impuesto a la hospitalidad.

Digamos a los ajenos que hay infinidad de sitios donde tomarse unas porras o un chocolate con churros a las 10 de la mañana, es un placer de dioses. Algo más fuerte, pero sin igual, un bocadillo de calamares en los alrededores de la plaza Mayor sobre el mediodía. Y al caer la tarde, organice, no reprima señor alcalde, la intimidad, el arte, la imaginación. Hagámosla explosionar. Dejemos que cundan zarabandas, abramos teatros (¿pero a quién se le puede ocurrir cerrar teatros por la fuerza en Madrid?), centro de arte, de danza, de música, para todo aquel que, como siempre ha sido, y como hemos hecho todos, viene a Madrid en busca de su oportunidad. Subvencione la imaginación, la innovación, porque a Madrid se viene a hacer lo que por mil razones no se puede hacer por ahí. Olvídese de casquerías y matanzas, señor alcalde, y suéltese el pelo. Proteja y ayude el futuro, no el pasado de Madrid. Castigue lo cutre, la felonía, multe a los turbo imbéciles del sábado noche, prohiba las motorolas en los pasos de peatones.

Y el Madrid de las autonomías ¿qué puede hacer? Pues ser el lugar de encuentro, el bálsamo de las tensiones, el lugar común, la capital del consenso, el Senado. Madrid no puede ir contra nadie porque la sangre de los madrileños corre por toda la piel de toro. Todas las noches en Madrid se cruza sangre de todo el planeta. Madrid es la capital de España (¿de verdad hay que decirlo por ley?), la sede de las instituciones comunes de los españoles, pero es más que eso; en todo caso, hay que hacer de eso no sólo una forma de vivir, sino de ser.

Ningún consejero de autonomías y concejal de diputación debieran venir a una reunión de Madrid sin, obligatoriamente, pasear un rato por el Madrid de los Austrias; incluso se me ocurre que se podría tratar el plan de1nfraestructura de España paseando por el Retiro. ¿Y qué mejor lugar para tratar secretos de Estado que remando en el lago de la Casa de Campo? ¿A que no se les ha ocurrido, señores Leguina y Manzano, subvencionar academias para aprender euskera, catalán, gallego, y lo que haga falta? Piénselo, no es ninguna tontería, anímense. En Madrid también cabe eso. ¿Hay algún otro lugar en el mundo en que ocurra, y puede haber mayor placer que oír a un borracho bien entrada la madrugada plantarse ante un ministro, de paseo con amigos, y decirle: "¡viva la Almunia de Doña Godina!". Este Madrid, al menos éste, debe sobrevivir.

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es secretario de Estado para las Administraciones Territoriales.

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