Mr. Marshall
Me encontraba en Sevilla durante la celebración del pasado lunes, un Día de Andalucía de tonos sombríos, y no sólo por las nubes que, viniendo de la bahía de Cádiz y Huelva, amenazaban con emparedar el Giraldillo. La gente de a pie musitaba un nombre y, en su alma' levantaba un puño para sacudirse la impotencia.Un puño inofensivo que caía con la inocuidad de un corn-flake en un tazón de leche.
Santana es el nombre. Una tragedia, pero también un símbolo. El de una Andalucía, prematuramente jubilada en gran parte por el PER -y que no falte, tal como están las cosas-, que no se resigna.
No se resigna a que los niveles de producción industrial hayan caído a la cota de 1985; a que la agricultura, martirizada por la sequía, no levante cabeza; a que la construcción haya despertado bruscamente del sueño absurdo y febril del 92; mientras, el pequeño y mediano comercio languidecen, y el sector servicios aguarda que nada frustre el anual milagro del turismo.
Imágenes de trabajadores de Santana en las múltiples manifestaciones que estos días, peleones más allá de toda esperanza, transforman la apariencia de Andalucía. ¿Se han fijado en sus manos? Fuertes y duras, labradas por los años de trabajo, de uñas sólidas como herramientas. Manos a respetar.
El Suzuki era un error de concepción que no servía ni para ciudad ni para campo, pero este país también se equivoca cuando. se pone la peineta para recibir, sin condiciones, al Mr. Marshall de turno, que supuestamente va a salvarnos la vida. Y Mr. Marshall siempre levanta la tienda y se va, dejándonos de nuevo solos ante el espejo.
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