Las tazas del mueble bar
Competíamos a ver quién tenía más mala hostia, y ganaba él. Probábamos a ver quién se ponía más triste, y también ganaba él. ¿Hay alguien más solitario que el típico chiquillo violento conduciendo solo en un coche de choque, dando topetazos a los demás, ofreciendo sus habilidades a un público infantil que lo obvia o le teme? Él era así. Tenía un estilo muy peculiar de asestar cabezazos en el pecho de los gitanillos del barrio. Una tarde de sábado en que yo andaba a pedradas con otro zagal lo vi acercarse corriendo. Pensé que había encontrado el aliado ideal, si no planeaba calentarme el lomo. No teníamos demasiada confianza. Es mi cumpleaños, vente, hombre, casi me ordenó. Espera que me cargue a ése, le contesté. No quiso tomar partido en la pelea porque se ve que ese día se había propuesto tratar bien a la humanidad. Se apalancó a mi lado y cada cinco minutos me pedía que le acompañara. Si alguna vez dibujó una mueca para llorar fue aquella tarde. Una hora aguantó a mi vera hasta que conseguí rajarle la cabeza al otro. Buena brecha, me chocó los cinco.Cuando llegué, a su casa comprobé que hay algo más desolador que un buen conductor homicida en un coche de choque. ¿Qué habría sido de todas esas galletas, las típicas tazas de las casas obreras que sólo salen una o dos veces al año del mueble bar, si no me encuentra? El padre, la madre y él, solos contra diez velas. El padre me daba miedo, y la madre, pena.
El cumpleaños pretendía enterrar tantos insultos y palizas que cada sorbo de chocolate llevaba la solemnidad de una hostia en una iglesia. Procuré sacudirme los pantalones de tierra sin que se notara mucho el contraste; pero se notaba, se habían vestido de domingo. La madre nos dio a él y a mí un poco de vino tinto, el padre contó chistes, la madre también bebió algo de tinto con roscos y terminamos cantando Doce cascabeles tiene mi cabaaaallo, por la caaarreeetera.
El padre se entonaba bien por Manolo Escobar y decía No me gusta que a los toros te pongas la minifalda. La madre besaba al hijo, al padre y a mí. Salí borrachino de alegría.
Después vino la mili, la jodienda, los Bisonte, la trena para él, la rutina para todos, los casamientos, las entradas por la frente, todo. Se fue a América hace diez años y regresó hace tres días. Salimos de copas por ver si nos reconocíamos entre tantas arrugas. ¿Hay algo más triste que dos hombres en un karaoke cantando y llorando por un carro que les robaron? Donde quiera que esté, el carro nunca fue nuestro. Eso es más triste.
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