Tuzla y Srebrenica ponen a prueba la amenaza aérea de la ONU en Bosnia
Tuzla y Srebrenica -dos de las seis zonas protegidas por las Naciones Unidas, junto a Bihac, Zepa, Gorazde y Sarajevo- son el test de la autoridad y el compromiso político de la OTAN en Bosnia-Herzegovina. Fuentes de la Alianza Atlántica en Bruselas se declaran preparadas para actuar de forma inmediata en el momento en que lo decida la ONU. La base de Aviano, en el norte de Italia, se encuentra desde el sábado en alerta, mientras que los aviones de la OTAN realizan vuelos de reconocimiento en Bosnia.
La carta al Consejo de Seguridad del secretario general de la ONU, Butros Butros-Gali-, en la que se declara dispuesto a solicitar el uso de la aviación, supone un cambio significativo en la situación, que parece deslizarse hacia el uso de la fuerza. La decisión final ya no dependerá del secretario general, sino de su representante en la antigua Yugoslavia, Yasushi Akashi, en coordinación con el jefe de los cascos azules en la zona, el general francés Jean Cot. Éste es el aspecto clave, pues deja la decisión militar en manos de los mandos militares de la Fuerza de Protección de las Naciones Unidas (Unprofor).La posibilidad de utilizar la aviación no es nueva. Ya antes del verano, Estados Unidos propuso bombardear a los serbios para forzar la firma de la paz. Esta idea, que estuvo de nuevo presente en el discurso del presidente Clinton ante la cumbre de la OTAN en Bruselas, a principios de enero, no cuenta con el respaldo de los mandos militares de Unprofor, que la consideran ineficaz y peligrosa para los cascos azules desplegados en Bosnia, pues éstos quedarían indefensos ante cualquier represalia serbia.
De la idea de bombardeos generales se ha pasado a otra menos ambiciosa y más realista y que cuenta con el apoyo del general Cot y del nuevo jefe de los cascos azules en Bosnia, el general británico Michael Rose. Estos, como el sustituido general Briquemont, han jugado un papel esencial en la moderación de los objetivos.
La nueva doctrina, confirmada de alguna manera por la carta de Butros-Gali, consiste en que la fuerza aérea sólo se utilizará para socorrer a cualquiera de los seis enclaves protegidos o para ayudar a cascos azules con graves problemas sobre el terreno, y no como instrumento para imponer la paz. Tuzla, en el norte de Bosnia, y Srebrenica, más al oeste, reúnen estas características.
Aeropuerto de la discordia
En Tuzla, zona protegida por la ONU, Unprofor no puede reabrir el aeropuerto -vital para la distribución de la ayuda humanitaria-, debido a la firme oposición de las fuerzas serbias, cuyos cañones tienen a su alcance las pistas de aterrizaje. Los serbios, que cedieron en junio de 1992 en la reapertura del aeropuerto de Sarajevo, se niegan ahora a un compromiso similar en Tuzla. Si el general Cot opta por forzar la apertura del aeropuerto y se emplea con éxito la aviación para silenciar la artillería de los sitiadores, sería necesario además un número elevado de soldados equipados con carros de combate para sostener la posición. Éste es el talón de Aquiles de todo el plan, pues ningún país quiere enviar más tropas.
En Srebrenica, también zona protegida, se hallan atrapados 150 cascos azules canadienses a los que no se les ha podido dar el relevo previsto. En este caso, el uso de la aviación implica menos riesgos, pues la operación sería muy limitada.
Otra incógnita que plantea una eventual intervención aérea en Bosnia es la reacción de Moscú. El líder ultranacionalista ruso VIadimir Zhirinovski declaró ayer en Belgrado, donde se encuentra de visita, que tal iniciativa sería considerada como una "acción de guerra" contra su país.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.