Sobrevivir en el aeropuerto
Los pasajeros del vuelo de Pluna procedentes de Montevideo pensaron por unos instantes que habían aterrizado en un aeropuerto fantasma. La sala de equipajes vacía, la cinta transportadora sin maletas y los carros ordenados con una perfección inusual. Cargados con bolsas de mano y la mirada perdida por la sorpresa, los recién llegados se encaminaron hacia la salida. Efectivamente, aquello era Barajas, el aeropuerto de Madrid.Abatida y cansada, una empleada del aeropuerto, embutida en una chillona chaqueta verde, daba explicaciones una y otra vez a todo aquel que se acercaba al mostrador de información. "Estamos en huelga. Sólo funcionan los servicios mínimos. Lo sentimos", recitaba con cortesía. "¿Le podemos ayudar en algo?". Y ahí empezaban los problemas.
"No tengo rnaleta", se quejaba un pasajero. "Tengo que coger un avión a Barcelona", decía otro. "¿Cómo puedo ir al centro?", decía el de al lado. Las respuestas eran claras: "No habrá maletas hasta medianoche. Los vuelos a Barcelona se ha reducido a cuatro. Y usted, a Madrid, sólo puede ir si encuentra un taxi o si le dejan llegar hasta uno". Tras los cristales, un piquete informativo de UGT rodeaba a taxis y a taxistas que se refugiaban en un grupo. "¡Chulos, que sois unos chulos!", gritaba un taxista. "¿Cómo podéis tener la cara de venir aquí? Y lo de los pisos del PSV, ¿qué?", reclamaba.
No hay cambio
La empleada del aeropuerto mientras, aseguraba a los viajeros del vuelo de Montevideo que no había motivos para la alarma, y proseguía en su labor de ayuda. "No, no pueden cambiar dinero. El Banco Exterior está cerrado, los cajeros no funcionan y yo no puedo cambiar". Con las malas noticias, el grupo se dispersó por la sala en busca de un lugar donde refugiarse. Sin dinero, los taxis no les llevarían al centro, no podrían llamar por teléfono y menos aún viajar sin maletas. Hasta las doce, lo mejor sería esperar.
Los niños fueron los primeros en intimar, y unas baldosas sobre las que saltar, su distracción. "Mamá, tengo hambre", se quejó una chavalita. La madre miró con desolación de nuevo a la empleada de verde y ésta se quedó sin el desayuno que llevaba en el bolso. La cafetería estaba cerrada.
En el puente aéreo de Barcelona, la azafata no podía creerse lo que la estaba pasando. Ella, que cada día no para de dar tarjetas de embarque, no tenía ni con quién hablar. "No, no me molesta contestar a sus preguntas. Es un aburrimiento. Sólo tenemos cuatro vuelos, dos por la mañana. En el de las diez, el primero, sólo han viajado 60 pasajeros: tránsitos y tripulaciones. Los clientes habituales no han aparecido". La intervención de un piquete para que la farmacia cerrara y para que el McDonald's no abriera fueron los únicos momentos que enturbiaron la calma.
[Un 47% de la plantilla de Iberia secundó la convocatoria sindical, según un portavoz de la compañía, y los mínimos funcionaron sin incidentes].
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