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Corazas de papel

Xavier Vidal-Folch

El final de la aventura banquera de Mario Conde trae consigo otros puntos y aparte sustanciales en los más diversos terrenos. Uno de ellos, la prensa. De la mano de la crisis de Banesto llega también la agonía del proceso de bancarización de los medios de comunicación en España.Este proceso ha sido creciente en los últimos años, a impulsos de un núcleo de financieros en el que Mario Conde brilló con luz propia más cegadora que nadie. Su esquema era simple: en una sociedad relativamente desarticulada, la información no era sólo un producto de primera necesidad para los ciudadanos. Era, sobre todo, un arma de influencia social, de blindaje ante el poder político, de coraza frente a eventuales agresiones de la competencia, de flotador seguro contra las propias debilidades. Es decir, se trataba de usar los medios de comunicación como ariete de negocios extraños a la propia comunicación.

Este esquema dio lugar a una carrera armamentista autosostenida. La toma de control de un medio de comunicación por un grupo financiero, directamente o por vías más sutiles, incentivaba en espiral la imitación del competidor. En unos casos se trataba de medios sólidos o al menos posiblemente viables en el largo plazo. En otros, de meras mercancías averiadas sólo útiles para la guerra sucia. En algunos, de una mezcla. No era la primera vez que esto sucedía en la historia de la prensa española, pero sí era inédita tal intensidad en la toma. de cabeceras y tal velocidad en la carrera de dotarles de recursos.

La caída de Banesto y su presidente ha revelado, como en la historia del rey desnudo, que tanta coraza resultaba inútil a la hora de la verdad, en el solemne y frío momento de cotejar cuentas de resultados, balances y normativas. No evitaba su descalabro. ¿A qué, entonces, tanto blindaje? Esta es la sensata pregunta que se hacen hoy algunos émulos de Conde. Sin eficacia política y con desigual rentabilidad (,-empresarial, las corazas han demostrado ser de papel.

Esta evidencia y su corolario -el viejo refrán: zapatero, a tus zapatos- durarán por unos años en la memoria colectiva y en las prácticas bancarias. Y conllevará una seria recomposición en el mapa doméstico del poder y la influencia. No regirá eternamente. Retrataba irónicamente Galbraith en su Breve historia de la euforia financiera que "la característica final y común a todo episodio de especulación es qué sucede tras el inevitable hundimiento. Invariablemente, éste será un tiempo de angustia y recriminaciones, y también de un autoexamen tan profundo como escasamente perspicaz. La ira se dirigirá a los individuos que con anterioridad fueron más admirados por su imaginación y agudeza en asuntos financieros". Y añadía que al poco tiempo "la realidad será ignorada casi por completo".

Todavía no estamos en esa segunda fase del olvido de la lección, sino en la de autoexamen y digestión de los errores que conllevó la bancarización de medios informativos. Y es de esperar que esa digestión sea ordenada. Que no obstaculice los proyectos profesionales sólidos. Y que no prolongue inútilmente la agonía de los fantasmales, porque ese tipo de finales distorsiona, en todos los sectores productivos, las condiciones de competencia y enturbia el mercado, sin evitar sufrimientos de inocentes.La crisis de Banesto se derrama sobre muchas áreas de debate económico y social: la igualdad y diversidad en el tratamiento de la crisis bancaria; la combinación entre mercado y seguridad del sistema financiero y, en consecuencia, cuál debe ser el papel del sector público en cada uno de estos casos; el lugar de los financieros en la sociedad civil, la viabilidad de la banca . mixta en España y el entrelazamiento de la banca comercial con el tejido industrial; la finitud de los arquetipos sociales que huyendo del patrón calvinista combinan, fulgurantes, modos tercermundistas y desdenes de Wall Street.

Quizá una de las consecuencias socioculturales más sugerentes del mutis que emprende quien fuera magnate tácito de la comunicación y emblema del reiteradamente aludido proceso de bancarización de la prensa sea la reapertura (esperemos que serena) de la reflexión colectiva sobre la indispensable profesionalidad del empresario de prensa. Algo que nos recuerda el anciano conservador Indro Montanelli en su disidencia de Silvio Berlusconi, en el preciso instante en que éste abandona el ámbito de la empresa para saltar a la arena política. Y que resulta una reedición de la polémica suscitada hace algunos anos en Italia acerca de los empresarios puros de prensa.Éstos, los que provienen del mundo de la información y la cultura, viven y se expanden en función de los rendimientos de estos medios, son más frecuentes en los países centroeuropeos y anglosajones. Juegan a su favor una tradición empresarial más sólida, un más alto índice de lectura, un mayor anclaje de los periódicos en la vida social. En suma, una mayor capitalización y fortaleza de las empresas de comunicación. Responden a ese emblema de oro que reza en el Libro de estilo del Washington Post: "El periódico se debe a sus lectores y al público en general, y no a los intereses privados del propietario", por más legítimos que éstos sean.En los países latinos, este empresario profesional, schumpeteriano, enamorado de la tinta y el papel y al tiempo sabedor de los secretos de la industria y el comercio cultural, escasea bastante más. En Italia, tras la época del periodismo romántico, los grandes patrones de la prensa han sido los conglomerados industriales cuya estirpe se arraigaba en sectores distintos a la comunicación; incluso la propia banca era ahijada de éstos. Hasta el punto que Giorgio Bocca escribía hace cinco años en su muy pesimista Il padrone in redazione que "los editores puros ya no existen" y lo explicaba en razón de que "no existen individuos o familias que puedan hacer frente a las colosales inversiones que exige un gran periódico".

En España, la banca engendró históricamente la gran industria, al revés que en Italia. Y al cabo ha ocupado en algunos casos, hasta hoy, el papel del empresario de prensa impuro. No es que éste imposibilite absolutamente la independencia del periódico; ésta depende también de otras circunstancias, entre ellas la actitud de los profesionales y la transparencia interna del medio, como demostró prístinamente La Repubblica cuando el procesamiento de su patrón, el ingeniero Carlo de Benedetti.

Pero sí es cierto que la existencia de empresarios puros, que viven de y para la comunicación, facilita y garantiza mejor esa independencia. Una cuenta de resultados positiva es valladar -requisito necesario, no suficiente- de la misma: los lectores harán santamente bien en desconfiar de los medios que se financian de manera opaca. Alguien, y no gratuitamente, enjuga sus pérdidas. Vuelve la hora del estilo empresarial riguroso, tan denostado por los portavoces de la doble burbuja de la especulación financiera y el periodismo entendido como arma de agresión. Aunque con la incógnita de cómo en algunos casos se financiarán costosos procesos tecnológicos y, de expansión.

Vuelve también la hora en que los periodistas no aspiren a sustituir a jueces, fiscales y parlamentarios, pero tampoco a registradores de la propiedad, notarios o taquígrafos. Porque a lo mejor la desbancarización supone segar la hierba a la opción de quienes prefieren hacerse ricos antes que sabios, ¡solamente escribiendo o hablando! Teorema imposible desde la profesionalidad.

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