Veto y aval de Ferraz
LOS RENOVADOREs del PSOE no han conseguido barrer a los guerristas, ni éstos han alcanzado el 40% de delegados a que aspiraban para condicionar esa renovación que los otros proponen como objetivo del 330 congreso. La argucia de última hora, consistente en distinguir entre renovadores propiamente dichos, por una parte, e integradores, por otra, es lógica y legítima en la pugna, pero no deja de revelar una cierta moral de derrota. Con todo, los apoyos obtenidos por Guerra, que difícilmente bajarán del 30%, son suficientes para suponer que González preferirá tener a su antiguo adjunto dentro (de la ejecutiva y del félipismo) que fuera.En vísperas de las votaciones del pasado fin de semana, González deslizó dos ideas: que no era partidario de excluir a Guerra y que reivindicaba manos libres para configurar una nueva dirección (advirtiendo que quienes no estuvieran de acuerdo en concederle esa especie de voto de incondicionalidad no debían votarle para la secretaría general). Una petición tan desmesurada sólo se justifica si el secretario general utiliza ese poder que reclama para desbloquear la vida interna de su partido e institucionalizar mecanismos de poder menos ligados a las adhesiones personales.
El guerrismo ha funcionado siempre como rama del felipismo. Su influencia se ha manifestado, más que como corriente con posturas definidas, como mecanismo capaz de avalar o imponer el veto a las iniciativas de González. Por ejemplo, el guerrismo jamás habría propuesto el giro respecto a la OTAN, o la renuncia a la política de nacionalizaciones a la francesa, o reformas como la del sistema de pensiones, etcétera. Pero evitó los desgarros internos convalidando cada uno de esos pasos, sin los cuales, por otra parte, es posible que el PSOE hubiera sido arrastrado por la crisis de la izquierda que afectó a tantos partidos socialistas y comunistas europeos en estos años.
Producida la ruptura entre González y Guerra, la función de avalista del segundo ha tendido a transformarse en la de socio con derecho de veto, lo que ha deteriorado las relaciones entre el Gobierno y la dirección del partido y provocado un considerable bloqueo político. Los resultados de la votación sobre la designación de Solchaga como portavoz del grupo parlamentario -87 a favor, 66 en contra- indicaron, por lo demás, los riesgos de inestabilidad que podrían derivarse de un guerrismo resentido y marginado. La petición de manos libres puede entenderse como un intento de adelantarse a ese riesgo.
La pretensión guerrista de mantener en la ejecutiva, además de a su jefe, a Benegas y a "los representantes que proporcionalmente correspondan" es contraria a los usos del guerrismo, que siempre defendió la necesidad de una dirección homogénea. Pero si la diferencia es tan grande como se anuncia (70/30), tal vez González se permita la crueldad postrera de ser magnánimo con el derrotado, ofreciéndole de nuevo el cargo de avalista. Para que no se establezca por su cuenta.
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