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¿Es posible el hombre nuevo?

A Marta Anllo PatiñoLo soñaron muchos poetas en sus versos aurorales como una esperanza próxima a cumplirse: "Creemos el hombre nuevo de España, cantando. El hombre nuevo del mundo, cantando..." (Rafael Alberti), "se amarán todos los hombres / y comerán tomados de las puntas de vuestros pañuelos tristes..." (César Vallejo), anuncian como cristianos proféticos, y Antonio Machado confía en el nos que por el. trabajo crea la fraternidad humana.Solía creerse que del hombre nuevo nace tal eclosión súbita de la transformación profunda de la sociedad o de una revolución política. Sin embargo, hoy día muchos desconfían de ese futuro y dicen abiertamente: "Ya no creo en el hombre nuevo". ¿Acaso el animal humano, que describe la profesora Mercedes Oliveira Alvar, está condenado a sufrir su naturaleza para siempre sin poder cambiarla? El hombre nuevo se está realizando por un lento y hondo proceso psíquico de transformación del hombre antiguo, y al cambiar se hace diferente, extraño. Por ello vive descontento, amargo, insatisfecho, negándose, obligado a rechazar el que es para devenir otro. Esta evolución histórica progresiva e incesante permite esperar un nuevo hombre capaz de vivir todas sus posibilidades y alcanzar su realidad unitaria, llegando a ser el que quiere ser, no un sueño irreal. La conquista de sí mismo supone esa esforzada y larga tarea que constituyen las distintas etapas de la vida humana.

Actualmente domina un pesimismo catastrofista que se manifiesta en la convicción de que vence el egotismo más primitivo, el individualismo feroz, el ansia de placer ilimitado, la supervaloración del Yo. No negamos que existan estos fenómenos e incluso se haya acentuado volcarse sólo en el interés privado, pero se puede comprobar que paralelamente se acrecientan los lazos de amistad, de comprensión recíproca, de solidaridad entre los hombres, señales esperanzadoras de una más firme cooperación humana.

En una primera fase, el hombre descubre que no puede vivir sin el Otro, afirma el mismo Ortega y Gasset, un individualista liberal. Sin embargo, nos encontramos en la calle con ellos como personas ajenas y extrañas con las que coexistimos, distancia que persiste aún en las tertulias donde entablamos diálogos que pueden ser vagos, abstractos, se discute sobre política europea, viajes espaciales, chismes pintorescos, divagaciones espirituales. Pero cuando se llega a una intimidad más profunda, es una verdadera convivencia, pues contamos nuestras ocupaciones y preocupaciones, amores y amoríos, proyectos sensatos y descabellados, y al comunicarnos los secretos más hondos el Yo de los otros existe para mí. Entrega recíproca que encontramos en una sociedad capitalista que se considera ávida, insolidaria, competitiva. Es tas experiencias afectivas de nuestra vida cotidiana hacen nacer la esperanza de llegar al hombre realmente humano y universal. Ya Hölderlin, en su obra Hyperión, creyó encontrar la verdad definitiva en su Yo esencial, pero recién conquistado vuelve a perderlo, huye del egoísmo primordial de la mismidad y sale a los caminos del mundo en búsqueda de los, otros. Porque la creación ensimismada, el principio solitario, aislado, lleva a esos "tiempos de miseria" (Rilke) en que se nos oculta la presencia del ser, es decir, de la humanidad y sus misterios: el amor, el dolor, la muerte. Y aun cuando ahí están los otros, nos rodean con su presencia ausente, porque los vemos lejanos y no podemos saber nada de ellos. El entendimiento entre estos Yoes solitarios puede ofrecer una realidad humana solidaria, participando todos en el bien común sin fisuras, divisiones íntimas ni competitividades productivas, por más fecundas que parezcan.

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El hombre necesita vital y espiritualmente a los otros para existir. "Si mi Yo se separa de los Otros, me traiciono" (Kierkegaard). Se ha dado un paso adelante en el camino de la vida, y comenzamos a buscar ese otro ser próximo. Antes la soledad asfixiaba, pues al regresar de las reuniones y contactos humanos tan necesarios, en el hogar seguíamos gozándonos en monólogos íntimos para organizar nuestros intereses privados, los únicos reales y verdaderos según Bentham. Esta concentración no significa que el individuo se tenga siempre presente e idolatre su Yo, pues su reflexión expresa el afán de objetivarse. Volver a casa puede entristecer o alegrar, si la familia significa la privatización del hombre, como dice Alberto Moncada, o también puede ser convivencia, y revela "una paradójica socialización en el seno de una sociedad individualista" (Hobswans). En consecuencia, el monólogo interior impulsa a la búsqueda del amor compartido. "La palabra primordial Yo-Tú establece el mundo de la relación" (Martín Buber).

Esa persona que sentimos y ocupa todo el horizonte no es una proyección o refleja de mí Yo, pero es un frecuente error de los amantes buscar en el Tú la afinidad completa, una armonía cabal. Por el contrario, el Otro es siempre diferente, y la tarea consiste en llegar, por un proceso amoroso de comprensión mutua, a una identificación. "No hay Yo sin Tú" (Feuerbach). El Yo se realiza en el Tú cuando el Tú se descubre Yo. No se trata, pues, de que uno busque al otro para objetivarse y salir de la mismidad, de sus tristezas íntimas. No, Yo y Tú se complementan porque se necesitan para ser, individuos reales. De este amor recíproco pueden surgir conflictos o desavenencias dramáticas que se resuelven por una fidelidad creadora, dice Jean Lacroix, o sea, una renovación permanente del don de sí mismo, un ir siempre el uno hacia el otro, y viceversa.

Esta dichosa existencia también puede llevar al nuevo encierro en una felicidad egotista, desinteresándose por los otros y cuanto acontece en el mundo. Soledad mística de los amantes que suele desembocar en hastío y aborrecimiento. Al vivir la felicidad como quietud suprema, pero inercia asfixiante, ociosidad estéril, es necesario dar un paso adelante para convivir efectivamente, y se sale de nuevo a buscar la riqueza plural de los otros.Estamos, pues, en vísperas de la socialización del hombre porque el Nosotros se está creando desde el Yo desesperado de su soledad dichosa. Para ello, el hombre tiene que cambiar su vieja naturaleza. A este respecto, en su obra Antropología filosófica, Javier San Martín se pregunta si existe "la total plasticidad del ser humano o esta plasticidad sólo actúa dentro de unos marcos que supondrían o constituirían nuestra naturaleza". Pensamos que el hombre siente la imperativa necesidad de cambiar, transustanciarse, para modificar su naturaleza animal. El hombre no surge por abstracción. Surge paso a paso, por vernos, oírnos, entendernos. Cada uno no podemos ser hombres ni tampoco individuos sino siendo hombres. Así se está creando el Nosotros, cuyo advenimiento anunciaba José Bergamín en su ensayo Hablar en cristiano.

¿Hemos llegado al hombre nuevo? No, solamente al hombre real, social, práctico, que sale de la prisión de su soledad a encontrarse con los otros; abrazará uno a uno hasta estrechar a todos en un gran abrazo identificador. Así podrá vivir la vida y la variedad. de sus partes como un Todo. El hombre, al disfrutar de la producción universal creada por él mismo, se convierte en el hombre positivo que se muda y transforma todo sin cesar.

¿Es acaso el hombre nuevo que sonaron los poetas revolucionarios? Está abierto el camino para llegar a serlo, pero no definitivamente nuevo, porque está renovándose continuamente; ni tampoco hombre total, ya que necesita totalizarse en cada etapa de su vida.

Carlos Gurméndez es ensayista, autor de Crítica de la pasión pura.

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