Mao
La generación de después de la guerra fría, la que piensa, valora y vibra desde 1989, parece desconfiar de los grandes mitos. Hace bien. Le gustan los rockeros o Ton¡ Morrison o Cañizares o el inventor del chip o la hamburguesa. Pero se encogen de hombros al oír hablar de aquellos que conformaban nuestra alma y que, con engaño, nos hacían aspirar a un mundo inaspirable. Mesías que, gracias a un gesto de valor o a una desaforada propaganda, fueron colocados en los sesenta en, los altares personales de los pósters de cada habitación adolescente o en el adoquín de cualquier manifestación. Y, si iban de buena fe, iban tan engañados como nosotros: ¿qué hacía el Che muriendo en una sierra de Bolivia? No es que los jóvenes hayan perdido su alma: es que no comulgan ya con ruedas de molino.Luego, liberados del corsé ideológico que, por ser joven y antifranquista, te exigía ser de izquierdas, todos empezamos a pensárnoslo mejor. Hombre, ser de izquierdas está bien; pero es que en mis tiempos significaba además apoyar a Stalin y sus purgas ("algo habrán hecho") a Fidel y su desastre ("la libertad es menos esencial que los médicos") o a Mao.
Madre mía, Mao. Mao hizo China. Mao echó a los colonialistas e imperialistas e hizo bien. Mao fue el tercero en discordia en la guerra fría. Mao impuso la moda de la chaqueta abrochada hasta arriba. Mao superpuso la férrea estructura del partido único a una maravillosa y multicolor civilización moral. Mao hizo la Revolución Cultural y la nuclearización. Su foto preside el arco de entrada de la ciudad prohibida en Beijing. Y detrás del arco quedan Sendero Luminoso en Perú, los Jémeres rojos en Camboya y 1.200 millones de chinos.
La verdad, prefiero a Michelle Pfeiffer. Y por lo que dicen de Mao y sus gustos mujeriegos, él también.
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