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Un mendigo psicópata se confiesa autor de ocho crueles asesinatos

Ana Alfageme

La policía de Madrid ha resuelto ocho crímenes pendientes. Un vagabundo de 39 años, Francisco G. E., ha confesado que una "fuerza interior" le impulsaba a matar. Así acabó con la vida de ocho personas desde 1987. Él asegura que la lista sube a 11, y por ello la policía busca ahora tres cuerpos en un pozo de algún lugar del norte de Madrid cuyo plano él ha di bujado en un papel. Para matar la última vez, en septiembre pasado, se marchó del Hospital Psiquiátrico Provincial -donde estaba ingresado desde hacía cuatro días- junto a su víctima, un enfermo mental de 34 años con quien solía relacionarse, según fuentes del centro. Los crímenes -hasta ocho- tuvieron en común ha ber sido causados con un golpe en la cabeza o unas cuchilladas, siempre por la espalda. Eran amigos o conocidos suyos, con quienes bebía o mendigaba. Los cuerpos sufrían mutilaciones, y a veces eran quemados Francisco, según la policía, tenía, además, predilección sexual por los cadáveres, lo que se denomina necrofilia. Los cuerpos sin vida de sus víctimas fueron también objeto de su deseo.

El primero de los crímenes ocurrió en 1987, cuando decapitó a una mujer en el mes de noviembre en un descampado del barrio de San Blas. Francisco, cuenta la policía, había salido de la cárcel un año antes, en 1986, tras cumplir una condena de 12 años por violación y robo. En lo referente a aquel caso, el hombre asegura que pretendió tener relaciones sexuales con ella. Al negarse, la apuñaló, cortó su cabeza y prendió fuego a su furgoneta.

Otros siete crímenes, todos de hombres, siguieron y pudieron tener un origen sexual. Por ejemplo, a un anciano de 65 años, Julio S. M., con quien solía dormir en la calle, le apuñaló, roció su cuerpo con gasolina y le amputó el pene. Su cuerpo fue hallado en mayo de 1989. A otro conocido del comedor de indigentes, Ángel H. V., le amputó las yemas de los dedos para impedir su identificación Su cuerpo fue hallado el 19 de marzo del mismo año.

Éstas y otras muertes figuraban en el archivo del Grupo de Homicidios de la Policía Judicial como casos sin resolver; hasta el pasado mes de septiembre, cuando los padres de un enfermo mental acudieron a denunciar la desaparición de su hijo Víctor, de 34 años. El hombre se había marchado del psiquiátrico provincial el 19 de septiembre (los médicos habían aconsejado que se le recluyera en un lugar más seguro). Había enfermado muy joven y prácticamente vivía en aquel centro. Por entonces, un cuerpo calcinado que podía corresponder a Víctor había sido hallado junto al cementerio de la Almudena.

La policía acudió al hospital psiquiátrico y allí se enteró de que Víctor y Francisco, a quienes se les solía ver juntos por los pasillos, se habían ido del centro a la vez, el día 19 de septiembre; pero sólo volvió Francisco. En el centro también aseguraron que Víctor y Francisco eran inseparables. Los inspectores supieron un detalle más: la policía de calle solía llevar al mendigo al hospital tras sorprenderle rondando los cementerios y abandonado a sus preferencias necrofílicas.

Al día siguiente de la desaparición de ambos enfermos, Francisco fue atropellado en una carretera cercana y trasladado al hospital Ramón y Cajal. La policía le detuvo el 2 de octubre. Y confesó hace pocos días, ingresado ya en el hospital Penitenciario de Carabanchel.

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El presunto asesino ha asegurado a los agentes que, tras beber vino y Rohipnol -un tranquilizante-, le podía el deseo irrefrenable de matar. Siempre lo hacía por la espalda.

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El asesino regresaba a menudo al psiquiátrico diciendo: "He matado a alguien"

VIENE DE LA PRIMERA PÁGINAFrancisco G., un hombre de mirada desviada, cejas ralas y barba, es recordado en el Hospital Psiquiátrico Provincial como el mendigo de pocas luces a quien llevaba allí la policía siempre por el mismo motivo (necrofilia, tras profanar las tumbas) y desde el mismo sitio, un cementerio. Fuentes del centro aseguran que otras veces iba allí él solo, muy agitado, y forzaba su ingreso diciendo al llegar: "He matado a alguien". Los sanitarios, según las mismas fuentes del psiquiátrico, atribuían el comentario a sus antecedentes judiciales.

En los ingresos, Francisco no se separaba de Víctor C. M., un hombre pacífico, de 34 años, que sufría una esquizofrenia antigua. Prácticamente vivía allí, desde que, siempre según fuentes del hospital, ingresó por última vez en 1988.

Francisco llegó al centro por última vez el 16 de septiembre, y cuatro días más tarde cruzaba la verja del hospital junto a Víctor, que nunca se había escapado. El psiquiátrico provincial es un centro de puertas abiertas, es decir, las trabas que se ponen a los enfermos para que no se vayan consisten sólo en mantenerles con el pijama puesto.Arrojarse a un coche

Francisco estaba diagnosticado de alcoholismo y esquizofrenia paranoide. En el hospital no solía tener síntomas de esta última enfermedad mental. Los médicos sabían de sus tendencias necrofilicas. Algo más figuraba en los datos clínicos: psicopatía, un transtorno de la personalidad que caracteriza a hombres con brotes de impulsividad antisocial, sin sentimiento de culpa y para quienes el alcohol y las drogas son un detonante que fulmina su escaso autocontrol. Su conducta, según un psiquiatra, mejora en ambientes represivos y disciplinados: la cárcel, la Legión o los reformatorios.

Durante el ingreso previo de Francisco en el hospital, en junio, sus médicos habían destacado que era inútil e incluso perjudicial tenerle en el ambiente hospitalario, según fuentes del centro. Se mantenía más estable en un medio más rígido, con reglas y restricciones, como el carcelario. Su conducta había mejorado en sus estancias en prisión. Estas observaciones se hicieron sólo unos meses antes de que Francisco cometiera su último crimen "El problema", aseguran fuentes del hospital, "es que no hay psiquiátricos donde se siga un régimen estricto y carcelario. Y en un hospital penitenciario sólo se puede estar si se ha cometido un delito".

En pijama se fue Francisco con Víctor aquel 19 de septiembre. Él volvió a las pocas horas sin su amigo. Al día siguiente, 20 de septiembre, Francisco se volvió a ir y, en la carretera de Colmenar, le atropelló un coche y le fracturó una pierna. En el psiquiátrico sospecharon que el mendigo se había tirado al coche para desaparecer. En otro hospital quedó ingresado hasta que la policía le detuvo, a principios de octubre, por el asesinato de Víctor. Los agentes no pudieron interrogarle, dada su agresividad. El juez le envió al Hospital Penitenciario.

En los días anteriores, la policía había descubierto un cadáver calcinado, con el cráneo hundido y de la misma altura que Víctor, junto a la tapia del cementerio de la Almudena. La policía fue atando cabos en el psiquiátrico y con la madre del presunto asesino: en su casa de Ventas, cerca del cementerio, habían estado los dos el día en que se escaparon.

Una vez detenido, los inspectores de Homicidios se volcaron en investigar la vida de Francisco y volvieron a sus archivos en busca de una serie de muertes con analogías, propias de un mismo asesino: siempre había golpes en la cabeza o cuchilladas, y la intención de hacer irreconocible un cadáver que en ocasiones había sido objeto de deseo: cuerpos quemados, yemas de los dedos cortadas e incluso una decapitación y una castración.

Los agentes se decidieron a interrogar, el pasado día 22, a Francisco, y a exponerle luego sus pesquisas. Les habló un hombre que recordaba con frialdad todos y cado uno de los detalles de sus ocho víctimas; su color de pelo, su nombre de pila, la ropa que llevaban. Uno había sido el mendigo con quien pedía a la puerta de dos iglesias, cómplice de hurtos y tirones. Llegaron a ser detenidos juntos. Ángel S. B., de 53 años, fue su última víctima antes de Víctor. Su cadáver calcinado fue hallado el 29 de junio. Con dos de ellos solía vagabundear por el Parque de las Avenidas; un cuarto compartía rancho con él en un comedor de indigentes de la calle de Martínez Campos; a una mujer la invitó a comer antes de ser asesinada... y a otro hombre lo mató mientras dormía. "Yo sentía un impulso irrefrenable", dijo a los policías. Siempre ocurría cuando, al vino, se sumaban unas pastillas de Rohipnol (un tranquilizante). A los médicos la combinación les cuadra. "Este medicamento, potenciado además por el alcohol, es un motor de desinhibición".

Francisco aún ha sido más locuaz: tres cuerpos, además de la cabeza de la mujer decapitada, están por descubrir en un pozo de 60 metros en el que ya trabaja la policía. Dice que él les mató.

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Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

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