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Tribuna
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Un madrileño de pie

Juan Cruz

Era, entre todas las cosas que se podían ser, un madrileño cabal, irónico, distante; transmitía una elegancia inasible y una cordialidad estricta, reservada para los momentos íntimos, para los amigos inseparables. De la generación de otros madrileños extrañados -Jaime Salinas, Ángel González, Elías Querejeta, Juan García Hortelano-, Juan Benet era, quizá, el madrileño inglés, ése que paseaba por su lado de la acera como si llevara un perro, atento a las inscripciones, a los rostros y a las casas.Ingeniero en el alma, era también ingeniero, renacentista, en sus saberes, y hablaba de cualquier rincón de la ciudad Como si las esquinas tuvieran espíritu. Sus perfiles de los madrileños con los que convivió -Madrid hacia 1950, Alianza Editorial- es un ejemplo simpar de su madrileñismo, y su entierro, que se celebró hará dentro de nada un año, fue un homenaje de Madrid a su figura exquisita.

Era día de Reyes, lucía el sol y el frío era como una mano en los ojos. A estas horas de esteDe la generación de otros madrileños extrañados, Juan Benet era, quizá, el madrileño inglés mismo día de 1992 estaba pensando en una Nochevieja en Pamplona, pero entonces estaba ya sentado sin ganas en este lado del mundo, en su casa de la calle Pisuerga, y poco antes había terminado de corregir, extrañado aún de ser él mismo, como si el mundo le hubiera dicho adiós mucho antes a toda esperanza, la nueva edición de Saúl ante Samuel. Una vez le vi llorar por otros, y en aquella ocasión en que preparaba el último viaje que no llegó a hacer quizá tenía presente tantos trayectos pretéritos por una ciudad a la que amó singularmente, como un heredero de Baroja, como un compañero silencioso y mordaz de tantos amigos que hoy le añoran en esas esquinas urbanas que él convirtió en plazas de su sabiduría.

Sus lugares eran habituales y entraba en ellos como quien llega al centro feliz de una familia, saludando como si no se hubiera ido nunca. Iba de los barrios altos a las planicies y en ambos lugares conservaba de pie ese aspecto de galán desdeñoso con el que engañaba a los que le creían antipático.

En los últimos homenajes que recibió este año, amigos suyos le presentaron como uno de los personajes de mejor humor de los que han poblado esta ciudad ahora malhumorada. Este madrileño de pie dejó en la herencia de nuestra memoria el desconsuelo infinito de saber que ya no regresará jamás con la mano abierta a llenar horas de ternura que ya no se podrán compartir más.

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