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El reto de Yeltsin

El referéndum del 12 de diciembre sobre la Constitución de la Federación Rusa, que pone un punto final a la época del sistema comunista soviético, se ha convertido en el acontecimiento más importante desde los tiempos de la perestroika.Yo, que de entrada era contrario a la adopción de la nueva Constitución, considero que, dados los grandes desequilibrios en las relaciones de los tres poderes del Estado, ésta tiene derecho a existir sólo como una Constitución de un periodo de transición para apoyar el poder del Ejecutivo y del presidente, lo que está justificado y es necesario en un periodo de ese tipo. Sin embargo, para estabilizar la democracia en Rusia se requerirá otra Constitución, más equilibrada, con una división real de poderes y con un mecanismo de contrapesos.

Si no fuera por los sucesos de septiembre-octubre con la disolución violenta del Congreso de Diputados y del Sóviet Supremo, la variante ideal para salir de la crisis constitucional hubiera sido la adopción de unos principios fundamentales provisionales, que determinaran las facultades y el carácter de las relaciones entre los órganos federales de poder. Aunque la Constitución como documento y el problema de la legitimidad no son tan importantes en la cultura política y la conciencia social rusas como en Occidente, en las actuales circunstancias considero que es de suma importancia haber aprobado una Constitución mediante un referéndum. Esto ha significado volver a crear un sistema político, que adquiere una legitimidad suprema a través del voto popular. No importa que, estratégicamente hablando, la vida de esta Constitución pueda ser breve, ya que en la etapa actual es absolutamente necesaria precisamente como una Constitución que está llamada a dar legitimidad al actual régimen de Yeltsin.En cuanto a las elecciones a la Asamblea Federal, éstas han dado resultados muy interesantes, que será necesario analizar seriamente. Las fuerzas democráticas y los intelectuales liberales han quedado anonadados por estos resultados, según los cuales el partido de Zhirinovski es el que más votos ha obtenido.

Pero no creo que haya que sobrestimar el éxito de Zhirinovski; en todo caso, en el Parlamento obtendremos una situación cualitativamente diferente, por lo menos al principio, a la que existía en el Sóviet Supremo, donde la aplastante mayoría de los diputados compartía las posiciones de los nacional-comunistas del Frente de Salvación Nacional. Y recordemos que esa aplastante mayoría tenía en sus manos la vieja Constitución que garantizaba todo el poder a los diputados.

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La actual situación es mucho más favorable desde el punto de vista de los intereses de la democracia en Rusia, no sólo debido a la correlación de fuerzas a favor de la democracia en la Asamblea Federal en comparación con el Sóviet Supremo, sino también por el hecho de que, de acuerdo con la nueva Constitución, el actual Parlamento, a diferencia del todopoderoso Congreso de Diputados del Pueblo y del Sóviet Supremo, tiene facultades muy limitadas y cualquiera que sea su composición e independientemente de qué fuerzas políticas dominen en él -aunque sean las de Zhirinovski y los comunistas- difícilmente podrá obstaculizar seriamente la política que apliquen el poder ejecutivo y el presidente.

Por último, quisiera detenerme en lo más importante, y que ha quedado fuera de la atención de algunos comentarios de los analistas que gustan de los sensacionalismos. Me refiero a que, una vez aprobada la Constitución y ratificado un papel muy humilde para el Parlamento en la futura vida política, a Rusia y al presidente se les plantea, por fin, en toda su envergadura el problema del poder ejecutivo. Ya tuve la oportunidad de escribir para EL PAÍS que, formalmente, en Rusia ha triunfado un régimen autoritario, al que ahora la Constitución ha dado legitimidad. Sin embargo, resulta que, a pesar de todas sus facultades, el poder ejecutivo no está consolidado, y el destino de Rusia depende en gran parte, no de lo que vayan a hablar en este débil Parlamento, sino, ante todo, de la capacidad del presidente para consolidar el poder ejecutivo.

Las elecciones han mostrado que el Gobierno de Rusia está dividido en tres bloques, en dura oposición entre sí, y también que los altos dirigentes de la Administración del presidente desean encontrar una fuente alternativa de legitimidad a la lucha por los escaños en la Duma.

En la crítica etapa que Rusia vive ahora, todos los esfuerzos y sacrificios del presidente Yeltsin pueden ser inútiles si no logra crear un equipo monolítico en el Gobierno y en su Administración, formado por profesionales orientados hacia el presidente y hacia las metas estratégicas de la reforma por él formulada en lugar de los actuales ministros y funcionarios de la Administración, quienes en el último año se han dedicado febrilmente a preparar su propia base política, social e institucional para luchar por el poder en la Rusia posyeltsiniana.

es consejero del presidente Yeltsin.

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