El árbitro remata a puerta
El pasado fin de semana fue pródigo en acontecimientos para la atormentada vida interior del PSOE. En el convento toledano de San Pedro Mártir, un batiburrillo de renovadores, guerristas e independientes, convocados por el presidente de Castilla-La Mancha, discutió sobre la crisis del Estado del bienestar, la regeneración democrática y el nuevo modelo de partido. Parejas tan insólitas como Solchaga y Carrillo, Garzón y Rodríguez Ibarra o Corcuera y Santesmases se dejaron inmortalizar por los fotógrafos para mostrar el pluralismo y la capacidad de convivencia de los socialistas. Conscientes tal vez de que los debates celestiales sobre ideas abstractas enmascaran demasiadas veces disputas terrenales sobre personas concretas, los organizadores del encuentro ecuménico de Toledo decidieron finalmente mezclar personas e ideas en una gran hormigonera. No es seguro que la fórmula sea buena: como solía decir Bergamín en los años sesenta, una cosa es la reconciliación nacional y otra bien distinta el contubernio patriótico.Al tiempo que la ciudad del Tajo servía de anfitriona a las tres culturas del PSOE, Sevilla era escenario de una auténtica noche toledana: los guerristas lograban derrotar a los renovadores en el comité director del partido mediante una votación democrática. Frente a la propuesta de Manuel Chaves -presidente de la Junta- para aplazar el congreso regional del socialismo andaluz hasta después de las elecciones autonómicas, Carlos San Juan -actual secretario general de la organización y aspirante a repetir en el puesto- imponía su criterio de adelantar el cónclave a las vísperas de los comicios, a fin de condicionar la formación de las listas y el tono de la campaña. Mientras las ideas alborotaban ruidosa y eclécticamente en Toledo, las personas operaban silenciosa y eficazmente en Sevilla: una división del trabajo capaz de hacer saltar la sorpresa en el 331 Congreso del PSOE. Porque el final de la batalla interna del PSOE en modo alguno ha sido escrito de antemano. De un lado, el guerrismo está construyendo una pesada maquinaria de combate con materiales ideológicos tomados en préstamo a los planteamientos socialdemócratas tradicionales. Para esa tarea está recibiendo la inestimable ayuda de los ex militantes comunistas procedentes de la escisión promovida a finales de los ochenta por Carrillo, un grupo de curtidos veteranos que aportan su valiosa experiencia como maquinistas de aparato. Frente a ese correoso equipo formado por incansables y pundonorosos trotones acostumbrados al juego duro y a los terrenos embarrados, los renovadores muestran sus buenas maneras sólo en los entrenamientos; capitaneados por el vicepresidente del Gobierno, parecen consagrar sus esfuerzos a conservar o aumentar sus posiciones de poder dentro de la Administración. No les basta con que Felipe González pase por alto sus fuera de juego y enseñe la tarjeta roja a sus adversarios; se diría que se proponen, además, centrar toda su estrategia sobre la esperanza de que el árbitro remate también los saques de esquina y meta en su nombre el gol de la victoria.
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