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Tres vías para una tragedia

Argelia vive una trágica crisis que, en opinión del autor, tiene tres vías de salida. Frente a la vía chilena y la vía iraní, ambas peligrosas e inútiles, la única salida deseable es la República, síntesis de lo social y lo democrático.

Sami Naïr

Desde comienzos de los años ochenta, Argelia asiste impotente a la desintegración del modelo estatal establecido en los años sesenta y que estaba basado en una economía rentista con vocación industrial. La crisis mundial que ha sustituido el Estado del bienestar por el neoliberalismo thatcherista está, también teniendo sus consecuencias en Argelia. Drástico descenso de los recursos financieros, parón del proceso de industrialización, exiguo mercado interno y falta de salidas externas para los productos no energéticos; descenso de la productividad laboral; crecimiento demográfico mortal para el mercado de trabajo; sector privado no emprendedor, incapaz de orientarse hacia las tendencias de rentabilidad a largo plazo; deuda (75.000 millones de dólares, que Argelia reembolsa hasta el último céntimo y que supone anualmente el 75% de los ingresos por exportaciones. ¿Se recuerda que Alemania, después del Tratado de Versalles, dedicó entre un 6% y un 17% de sus recursos para las indemnizaciones de guerra, lo que desembocó en el hundimiento de la república de Weimar y la ascensión del nazismo?); paro (más del 25% en 1990; un 80% de parados de menos de 30 años; las clases medias cada vez más afectadas; y se rumorea que todavía se despedirá a unos 400.000 o 500.000 trabajadores del sector público); bajada del nivel de vida, etc. En resumen, una situación económicamente explosiva.Además, Argelia sufre una crisis cultural, porque los últimos 30 años estuvieron marcados por un partido único, una cultura única (un nacionalismo más o menos socializante), una identidad única (el arabo-islamismo militante). No existía una opinión pública estructurada; no había debate público serio por la ausencia de democracia; no existía una posición clara sobre la identidad confesional del Estado (aunque el artículo 2 de la Constitución afirma que el Islam es la religión del Estado, el Estado se ha negado a definirse como teocrático). Por último, la tasa de analfabetismo sigue siendo muy importante. Esta sociedad ha sufrido una transformación muy rápida en los últimos 20 años; era inevitable que se produjesen crisis de identidad en todas las categorías sociales.

Pero, sobre todo, vive una crisis política. A la desintegración del modelo estatal se une, desde 1986, la caída del bloque dirigente. El viejo equilibrio entre intereses militares, burocracia del FLN y tecnocracia estatal saltó en pedazos ante los golpes de la crisis internacional y la impericia del régimen de Chadli Benjedid.

El ejército está en el poder sólo desde 1986. Hasta entonces gobernaba en la sombra. Desde esa fecha no deja de avanzar en la escena pública. Tras las revueltas de 1988, el final del partido único y la legalización del pluripartidismo, la sociedad asistió a una fase de intensificación de la competitividad política donde el discurso racional de los partidos democráticos y laicistas no pudo imponerse a la retórica galvanizante ideológico-religiosa que desplegaron las organizaciones religiosas y, sobre todo, el FIS. Estas asociaciones, a diferencia de los partidos democráticos, estaban arraigadas desde hacía tiempo en las capas sociales rurales, marginadas, que vivían en chabolas y no habían tenido nunca derecho a participar. El régimen de Chadli, como se sabe, hizo todo lo posible por favorecer el surginúento del integrismo con el único fin de neutralizar las reivindicaciones democráticas. El intergrismo se convirtió, de hecho, en el principal actor político y, tras su doble victoria en las municipales y regionales de 1990 y en las legislativas de 1991, se negó a compartir el poder con los militares. El juego supuestamente democrático se volvió contra sus organizadores. Los militares dieron las gracias a Chadli, los dirigentes integristas fueron encarcelados o siguieron en la cárcel, y la crisis se agravó.¿Cuál es la tragedia? En este país, las élites modernistas urbanas, algunas fracciones importantes de la clase obrera, los intelectuales, las mujeres, están a favor de la democratización y secularización de la vida pública. Pero si ello conllevara la victoria del FIS, estas capas quedarían encerradas en un universo dictatorial más agresivo que el del pasado. Por ello, aunque antes se mostraron críticas hacia los gobernantes militares, agredecen ahora que les protejan de la amenaza religiosa. ¿Los militares? Tienen el poder real desde 1965. El régimen de Chadli, sin que se dieran cuenta, los colocó sobre un volcán.

Frente a esta situación, hay tres vías posibles para Argelia. De la elección que hagan los grupos dirigentes dependerá el éxito el fracaso de la experiencia democrática.

1. En primer lugar, está la vía chilena, que algunos, sobre todo intelectuales, no dudan en desear abiertamente. Esta vía supondría que el Ejército acabara con los artificios seudodemocráticos, proclamase el estado de sitio generalizado e impusiera una dictadura a lo Pinochet sostenida por sectores urbanos acomodados y del aparato del Estado. Pero, ¿qué se lograría? Esa estrategia permitiría ganar tiempo frente a las fuerzas que llaman a una apertura hacia los integristas, a una organización política menos militarista. Pero, ¿tienen los militares un proyecto econórrúco y social? ¿Pueden llevar a cabo, en los años noventa, lo que Pinochet realizó en los setenta: una liberalización rápida de la economía, más o menos impuesta por EE UU, basada en una represión brutal de la izquierda democrática?

La realidad es completamente distinta. No está claro que el Fondo Monetario Internacional (FMI) ni la Unión Europea vieran con buenos ojos una intrusión tan autoritaria. Además, el integrismo organizado no desea otra cosa: se convertirían en el partido de los parias y, a la larga, acabaría por echar en sus brazos a las víctimas de una política económica demasiado brutal. De forma inmediata, esta vía agravaría la guerra civil ya existente: el FIS ya está prohibido y sus grupos armados, perseguidos. ¿Acaso eso ha cambiado algo? Por último, esa estrategia conduciría probablemente a una crisis aún mayor.

2. Una segunda vía es la vía iraní, que supondría la aceptación de los militares de la victoria democrática del FIS o la descomposición del poder de los primeros a causa de una insurrección de los integristas. Pero esta vía presenta graves peligro. En primer lugar, supondría una revolución conservadora muy costosa en vidas, desplazamientos de población que corren el riesgo de desestabilizar a los vecinos del Magreb y a los principales países mediterráneos de Europa; también conllevaría consecuencias geopolíticas enormes, desde el Magreb hasta Irán. Pero, lo que es más grave, sólo llevaría al caos económico, porque los integristas, como los militares, no tienen un programa económico y necesitarían mucho tiempo para tranquilizar a inversores y organismos de crédito internacionales.

3. Por último, está la vía republicana. No es fácil. Supone un acuerdo de las partes afectadas. Pero tampoco es imposible. Implica, previamente a toda auténtica democratización, una doble acción institucional y económica.

Institucionalmente, hay que acabar con la hipoteca del golpe de Estado de enero de 1992. Volver a encarrilar el proceso democrático, pero asegurando los medios para una auténtica democracia y no una vuelta al zoco seudodemocrático que dio la victoria de los islamitas. Es imposible mantener fuera del juego a un partido, el FIS, que obtuvo el 45,60% de los votos en las municipales, un 55,04% en las regionales de 1990 y, en la primera vuelta de las legislativas de 1991, más de tres millones de votos sobre un total de cinco millones emitidos. La evidencia es cegadora: el FIS es el partido mayoritario.

El problema es averiguar cómo llegó a serlo. Las razones sociales y económicas son evidentes, pero no bastan. También hay que achacarlo al sistema electoral, que fue creado por los dignatarios del FLN en connivencia con los dirigentes del FIS, esperando con ello un debilitamiento de los partidos democráticos y laicos. Este sistema, uninominal a dos vueltas, con unas circunscripciones electorales trazadas de forma arbitraria, favorecía a los grandes bloques y condujo a esta situación. No olvidemos que la tasa de abstención en 1990 fue del 25%, y de un 41% en 1991. ¿Se trata de votantes perdidos definitivamente para la democracia?

Argelia no puede ser gobernada como una sociedad con una fuerte tradición democrática, y donde el escrutinio con listas uninominales favorece a las grandes fuerzas. Argelia necesita un modelo más equilibrado, que permita representar todas las sensibilidades de la población. Sería necesario emprender una reforma electoral que introdujese un sistema proporcional fuerte, según el ejemplo de Francia tras la Segunda Guerra Mundial, para crear así un poder legislativo representativo. Esta reforma tendería a debilitar a los grandes bloques y a obligarles a negociar alianzas en defensa de sus intereses. Ni el FLN, ni el FIS, ni ningún otro partido podría gobernar en solitario, y el Ejército sería el garante de este juego institucional.

Esta estrategia paradójica de reforzamiento de la democracia mediante el debilitamiento del poder legislativo supone no solamente mantener un sistema en que el presidente sea elegido en referéndum por un mandato más largo que el periodo de la legislatura, sino también una innovación fundamental que todos los actores políticos deben aceptar como premisa para la democratización: una declaración, cuyo carácter jurídico exacto habría que estudiar, que indicara claramente que nadie, en su programa, puede utilizar la religión para presentar su candidatura a las elecciones presidenciales o para gobernar. En esto el Ejército podría actuar como garante. Este es el precio que el FIS debe pagar por su institucionalización.

Evidentemente, esta apertura institucional no serviría si no se iniciaran inmediatamente reformas económicas en profundidad. Por una parte, convendría negociar la reestructuración de la deuda; aunque los créditos a corto plazo sean caros, deberían poder asegurar la reactivación económica;' habría que buscar políticas regionales de empresas mixtas industriales que supondrían sin duda la privatización de sectores públicos importantes, pero también su rearranque. Algunos sectores estratégicos, como los hidrocarburos, deberían abrirse al capital privado, aunque sigan mayoritariamente en manos del Estado. Tampoco resulta utópico pensar que una gestión más transparente de la renta energética podría permitir iniciar grandes proyectos de obras públicas (sobre todo en la construcción) y de una reforma funcional del sistema educativo. Lo que es seguro es que el tejido productivo argelino debe, de una forma u otra, insertarse en la región mediterránea.

Esta vía es la única que permite al mismo tiempo crear las condiciones de una institucionalización de todas las fuerzas políticas y evitar la guerra civil. Nada será posible sin la integración de la exigencia social representada por el FIS, pero tampoco podrá hacerse nada contra las aspiraciones democráticas de las élites urbanas. La República es precisamente la síntesis de lo social y lo democrático. Y es la mejor vía para. Argelia.Sami Naïr es politólogo. Su última obra publicada es Le différend méditerranéen, Kimé, París, 1992.

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Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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