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Madrid visto por sus esclavos

Ya va siendo hora de que los diccionarios de sinónimos incorporen como sinónimo de esclavo la palabra escritor, pues los derechos de estas víctimas de sí mismos son los más parecidos a los de los empleados -que, por cierto, casi siempre son empleadas-, de las empleadas, rectifico, de hogar. Pero no es éste el momento de abordar situaciones laborales, sino de rendir un pequeño homenaje de admiración y gratitud a José Simón Díaz, catedrático de Bibliografía de la Universidad Complutense y autor de más de 500 publicaciones sobre esta materia y de algunos libros sobre Madrid. No seré yo quien diga que José Simón Díaz es ya el autor de 15 tomos de Bibliografia de la literatura española, porque, en lo que tardas en pronunciar tan brevísima frase, este monstruo de la erudición es capaz de haber dado otros dos tomos a la imprenta y el dato queda totalmente desfasado.¿Conoce alguien algún vestigio de casa de alguna criada española de los siglos XVI, XVII y XVIII que se haya conservado? No, ¿verdad? Pues entonces es lógico que, como bien dice Simón Díaz en la introducción a su Guía literaria de Madrid. De murallas adentro, no haya quedado tampoco ni un mal cascote madrileño de las casas de Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Góngora y Tirso de Molina, unas empleadas de hogar de los siglos XVI y XVII que vivieron prácticamente puerta con puerta. No nos han quedado restos de sus viviendas, pero al menos hay que reconocerle a España el gran mérito de no haberse llevado por delante también todos sus textos. Simón Díaz recoge en este excelente libro, coeditado por el Instituto de Estudios Madrileños y Ediciones La Librería, varios cientos de fragmentos de más de mil escritores que han escrito sobre Madrid desde el siglo XVI hasta hoy. Y más exactamente hasta ayer, pues en esta guía exhaustiva -e insisto, hasta ayer, aunque se cita a José Luis Sampedro-, por demasiado actuales para los criterios históricos que gasta la Universidad en el estudio de la literatura, no se recogen, por ejemplo, el excelente Otoño en Madrid hacia 1950, de Juan Benet, o el soberbio poema De aquí a la eternidad, de Jaime Gil de Biedma, que cuenta con una ironía maravillosa la entrada de un viajero en Madrid por la carretera de Barcelona.La guía se abre con unas generalidades sobre la naturaleza, el hombre madrileño y la villa. Se repasan los rasgos típicos de los madrileños y las curiosas leyendas sobre su origen. En esta sección se puede aprender mucha geografía. Respecto a la topografía de la capital, Alonso Núñez de Castro juraba por sus muertos en 1658 que Madrid no era sólo el centro de España, sino, sobre todo, el centro de Europa. La naturaleza, la tierra, el agua, las fuentes, el sol y las cuatro estaciones y las huellas que dejan en Madrid desfilan ante nuestros ojos. Ramón Gómez de la Serna escribe un prodigioso desahogo lírico sobre la diferencia entre el frío de Madrid -que no es "ese frío grisáceo oscuro de casi todos los pueblos, sino un gris fluorescente y en el que se sostiene la luz hasta última hora todos los días"- y el frío de los demás pueblos. Un fragmento de El calor, un soberbio artículo de Bécquer, demuestra que la altura de 14 prosa de este autor no era en nada inferior a la de su poesía: ¡qué agilidad de prosa y qué maravilloso humor!

La segunda sección está dedicada al río Manzanares, cantado y, sobre todo, denostado con saña por los poetas. Su caudal, los puentes, ermitas y fiestas y un panorama histórico constituyen sus tres capítulos. El sarcasmo más mordaz contra el río es de Góngora: su prodigioso soneto A una crecida del río Manzanares es de una maldad de alto traficante de heroína. El propio Quevedo, cuando le llama al Manzanares aborto, comparado con Góngora es un frailecillo de la caridad.y la tercera sección titulada, De muraññas adentro, dedica sendos capítulos a la Puerta de la Vega, Puerta de Moros, Puerta Cerrada, la Puerta de Guadalajara y la Puerta del Balnadú. Aquí están todos los madrileñistas de pro: Jerónimo de Quintana, López de Hoyos, Mesonero Romanos, Sampelayo y Fernández de los Ríos, Lope, Calderón, Baroja, y exponen sus opiniones sobre Madrid hasta los innumerables mártires de Zaragoza. Un miembro de la e ecutiva del PP, probablemente aturdido por las declaraciones de Aznar durante la pasada campaña electoral sobre su admisión del aborto, me preguntó recientemente si esta guía literaria de Madrid era un libro para hacerse pajas. Me desconcertó tanto su pregunta que sólo pude contestarle con un confuso "a quien Dios se la dé larga, que don Manuel Fraga se la bendiga en Compostela".

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