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La suerte de 'Tizio'

La viuda doña Mariló siempre sostuvo que su gato era un noble entre los gatos. Pensaba que en el reino animal también se daban diferencias y distinciones individuales y de clase, pero de un modo natural: unos eran así, como su Tizio, altivos y distantes, exquisitos y compasivos, con un deje de limpísima desgana, y otros no, sin que la desigual condición de unos y otros se debiera a herencias o cuidados. Se trataba de una cuestión de temperamento, sostenía. Profesaba, frente a la causalidad arbitraria e injusta, la idea del triunfo del ánimo acendrado, incluso en los gatos.Sin más ni más, en la propia casa se oían en las noches de luna propicia aullar por igual a unos cuantos felinos, tan mil-leches los unos como los otros, y, sin embargo, a la hora de las doce, a rellano y solecito compartidos, sólo Feishal, el de la señora viuda de Colino, y Tizio eran reconocidos y respetados en su alcurnia por el resto de los misinos que osaban por su parte subir y bajar peldaños mostrando inquietudes y tendencias callejeras y tejadiles mientras Tizio y Feishal permanecían tranquilos, indiferentes y confiados en el alféizar de la ventana de la última entreplanta u holgazaneaban displicentes y ausentes tumbados panza arriba en medio del espacio social tibio y luminoso, desde el que se podía ver la hora en el reloj de la glorieta de Bilbao bien próxima, arqueando el lomo con más elegancia que la del puente de la universitaria.

¿Cuántos gatos consumen su independencia acompañando la viudedad irremediable de mujeres de Madrid? Su cuidado debería estar a cargo de la Seguridad Social o tener una pensión de ésta: ahorran suicidios, enfermedades del alma y muertes anticipadas, sin duda.

Doña Mariló vivía sola, pero en la puerta de su piso una placa siempre pulcra advertía a los visitantes de malas intenciones de la probable presencia plural y masculina. Presentaba el siguiente letrero: "Señores de Medinilla", y debajo 'Tizio Espoz", apellido éste que se debía a su nacimiento en la alejada calle de Espoz y Mina, abreviado por el entonces marido de doña Mariló en contra del parecer de ésta, que lo quería con su completa precisión, que se le antojaba denominación de más alcurnia, pero el marido no estaba seguro de que Espoz y Mina designaran en la calle de su hermana a un mismo sujeto.

Así es que a doña Mariló nadie quiso contarle la verdad sobre la suerte de Tizio. Ella había ido a pasar el fin de semana con sus compañeros de la tercera edad a Murcia en una de esas excursiones que organiza el Inserso, dejando a Tizio, como otras veces, en el local de su antigua tienda, en los bajos de la casa, con lo que de paso limpiaba la vacante e inalquilable mercería de ratas y ratones. Y ya se sabe cómo se ponen los alrededores de la glorieta los fines de semana de todo tipo de jovenzuelos con sus primeros alcoholes incontrolables. Seguramente algunos de ellos habían forzado el cierre metálico para robar, para pincharse, para guarecerse o simplemente por diversión, ya que en aquel espacio sólo quedaban cuatro muebles desvencijados y nada de valor. Según la policía, Tizio debió defenderse o guardar bien la propiedad, dar la batalla en cualquier caso, ya que quedaron manchas de sangre que no eran de gato junto a la de Tizio, cuyos restos evidenciaban su muerte por un golpe contundente en la quijada con un objeto metálico, lo más probable una puntera de acero de zapato o bota de esas que están ahora de moda.

A doña Mariló se le contó el asalto y se aventuró el posible secuestro de Tizio, que algún día se escaparía, creía ella, y vendría a buscarla, con cuya esperanza confortaba su nueva soledad.

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