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La verdadera revolución industrial

DIEGO HIDALGOLa economía mundial puede verse alterada por una,crísis comparable a la revolución industrial del siglo XIX. Para Occidente puede significar un verdadero cataclismo al que hay que empezar a buscar soluciones.

En mi reunión del 25º aniversario de mi graduación de la Harvard Busines School, a primeros de octubre, varios de mis compañeros de curso, hoy líderes mundiales en sus sectores económicos, resumieron las perspectivas de cada uno de sus campos para los próximos 25 años. Además de oír sus, conferencias, pude charlar con otros amigos que ocupan puestos clave en sus países y sectores y contrastar sus opiniones con las de varios profesores de Harvard, como Michael C. Jensen, presidente de la American Finance Association. En este artículo trato de sintetizar esos puntos de vista y de ver qué podemos aprender del pasado, de resumir las grandes fuerzas económicas que condicionan el mundo de hoy y de especular sobre el futuro en las próximas décadas tanto en España como en el resto del mundo. Mis conclusiones son apocalípticas. ¡Ojalá me equivoque y economistas y profesionales más calificados puedan rebatirme!El pasado. En el siglo XIX se produjeron dos revoluciones industriales: la iniciada en Inglaterra en 1800, cuando el carbón sustituyó a hombres, animales y agua en los procesos de fabricación, y la de mediados de siglo, que trajo cambios aún más dramáticos con el principio de los medios modernos de transporte y comunicación, incluyendo el ferrocarril, el telégrafo y el barco de vapor. Estas invenciones, junto con la de la máquina cosechadora de McCormick (1833), de la máquina de coser (1844) y de tecnologías de empaquetamiento rápido de productos para el consumo (hacia 1880), resultaron en la puesta en funcionamiento de sistemas de producción y distribución en masa, en cambios espectaculares en la vida cotidiana de finales de siglo y en aumentos enormes de productividad en todo el mundo (en Estados Unidos ésta aumentó en el periodo 1889-1919 seis veces más que en todo el siglo anterior). Costes y precios cayeron en picado, lo que, Si bien se tradujo en un aumento en la demanda de muchos, productos, trajo consigo un exceso en la capacidad de producción exacerbado por la recesión y el pánico de 1893. Aunque las empresas intentaron protegerse de la crisis con carteles y asociaciones para mantener precios altos, las fuerzas económicas; eran inexorables y los mercados de capital tuvieron que resolver el problema. Muchas empresas quebraron, y muchas otras se vieron obligadas a fusionarse y a cerrar las fábricas menos eficientes. Entre 1895 y 1904, las fusiones y absorciones en Estados Unidos afectaron a 1.800 empresas, que quedaron reducidas a 157. Aunque la revolución tajo consigo un aumento general en el nivel de vida, los costes sociales de la obsolescencia del capital invertido y de la sustitución de hombres por máquinas; generaron importantes núcleos de pobreza, incomprensión: y resentimiento.

El presente. La tesis de Jensen es que la economía mundial va a ser alterada de forma comparable a la revolución industrial del siglo XIX por: a) innovaciones tecnológicas y organizativas, y 5) la caída del comunismo y la globalización inexorable del comercio mundial: 1.200 millones de trabajadores que hoy ganan en 1,25 y 10 dólares diarios, con una productividad creciente, van a competir con los 250 millones de trabajadores, entre Estados Unidos y la CEE, que ganan alrededor e 85 dólares al ía. Estos cambios mplican menores ostes de producción; caídas salariales masivas y el aumento del desempleo en países de mano de obra cara; exceso de capacidad productiva en casi todos los sectores económicos; obsolescencia del capital invertido, y la necesidad para muchas empresas de elegir entre disminuir de tamaño o desaparecer. Sólo quienes consigan ser sumamente eficientes podrán sobrevivir. Los estragos son ya visibles. En las postrimerías del siglo XX, muchas de las empresas que han configurado el mapa corporativo de Estados Unidos se enfrentan con su pro bable desaparición. Éste es el caso de GM, Ford, Chrysler,IBM, Kodak y un largo ectétera.

El futuro. A la vista de esta revolución industrial, esperar que un día cualquiera de los años noventa saldremos de la crisis parece totalmente utópico. Yo añadiría que los retos más difíciles de resolver están, en primer lugar, precisamente en España, seguida del resto de la CE, de Estados Unidos y de Japón. En cambio, el Tercer Mundo tiene perspectivas muy favorables. Mis compañeros coincidieron en constatar el ya vertiginoso crecimiento (más de un 10% anual) de la economía china y en el futuro inmediatamente prometedor para los países del sur y del Este de Asia. Los siguientes en crecer serían los países latinoamericanos, con la importante excepción de Brasil. In tercer lugar. v con un horizonte de 10 a 15 años, vendrán los países del Este de Europa y los de la antigua URSS. Y en último lugar vendría África, liderada por la República Surafricaa. Para los países árabes y del Mareb, el pronósticos reservado:, Maruecos y Túnez están en buena situación, Argelia y Egipto no, y los demás están sujetos a la fragilidad con que les amenaza el fanatismo musulmán, que, por ejemplo, y pese a los ingresos petrolíferos, arrasó la economía iraní tras la caída del sha en 1978.

La conclusión final es terrible para lo que llamábamos Occidente y ahora llamamos mundo industrializado: el gran problema no es la crisis económica, sino un cataclismo que se puede resumir en cuatro hechos incuestionables:

1. Estamos pagando mano de obra y sueldos mucho mayores de lo que vale, en un mercado global, la contribución del trabajador o empleado; además, tanto Estados como empresas soportan costes relacionados con sus plantillas mucho mayores que en el resto del mundo.

2. Hemos perdido el tren de la competitividad, salvo en productos de alta tecnología, empresas muy especializadas o pequeñas empresas de ámbito local. También pueden exceptuarse grandes áreas del sector terciario (turismo, banca y medios de comunicación). Los productos agrícolas y manufacturados (sectores primario y secundario) son mucho más baratos de producir en el Tercer Mundo. Esta situación es difícilmente reversible, al menos en las próximas décadas.

3. Nuestras empresas, o van a quedar rápidamente anticuadas, o tienen, en general, un exceso de capacidad productiva en relación con la demanda previsible.

4.Como consecuencia ha empezado, y seguirá, un desmantelamiento de nuestra industria (véase Seat), acompañado por una no necesidad de trabajadores en las empresas que logren sobrevivir y un desempleo de proporciones masivas.

Al igual que en el siglo XIX, esta situación resultará en un aumento de nivel de vida en el mundo y un abaratamiento espectacular del coste de productos y servicios (por ejemplo, los ordenadores que ahora cuestan 1.000 dólares costarán la décima parte en 1998, y el coste del teléfono bajará en un 75%). Sin embargo, producirá cataclismos y penalidades en muchos países y sectores económicos, acompañados de incomprensión, resentimiento y resistencia entre los más afectados, y pueden producirse movimientos de revolución social que dejen chico al mayo francés del 68. Aún así, las fuerzas económicas son demasiado poderosas para ser detenidas por movimientos sindicales o por proteccionismos económicos o aislacionismos políticos.

Los avances tecnológicos han conseguido que se sepa a los pocos segundos en todo el planeta lo que está sucediendo en cualquiera de sus puntos, y la globalización económica hará que las organizaciones incapaces de aprender la necesidad de ser eficientes no puedan sobrevivir. Esto puede aplicarse tanto a empresas privadas como a administraciones, que sufrirán enormes presiones para agilizarse y desprenderse de gastos no esenciales. El funcionariado vitalicio está en vía de extinción:

Ante lo que se nos viene encima, la tesis sindical de que la crisis es superable con una bajada de tipos de interés bancario parece, como mínimo, ingenua. También lo es la de empresarios aún imbuidos por la utopía del crecimiento, que se endeudan para salvar sus empresas sonando con cifras de ventas que no volverán a producirse, sin ser capaces de enfrentarse con la decisión, desde luego difícil, de aligerar sus estructuras y reconvertirse a otros mercados o desaparecer. Pero lo más alarmante es que nuestros líderes políticos, tanto del Gobierno como de la oposición, sigan creando falsas expectativas hablando de creación de empleo y salida de la crisis, en lugar de mirar el largo plazo y de explicar a los españoles que deben prepararse para la gravísima situación que se avecina. La ausencia de esta explicación, y de un debate urgente para encontrar alternativas, acabará volviéndose contra ellos mismos, al amenazar la gobernabilidad de nuestro país.

es presidente del Consejo Social de la Universidad de Extremadura.

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