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Un debate suicida

A medida que a lo largo de los últimos meses he ido siguiendo el debate que se iniciaba en el PSOE, en conexión con la celebración de su próximo congreso, he ido teniendo la sensación, cada vez más acentuada, de que al socialismo español le están empezando a fallar de manera alarmante los reflejos políticos que le permiten a un partido mantenerse como partido de gobierno.¿Por qué? ¿Qué es lo que está pasando para que haya llegado a esta conclusión? ¿Por qué considero que el debate que se está haciendo en el seno del PSOE es un debate suicida que, de seguir por estos derroteros, sólo puede conducir al desalojo del socialismo del poder y, además, a corto plazo?

Para responder adecuadamente a estas preguntas hay que dar un cierto rodeo y remontarse a ciertas evidencias, que incomprensiblemente están siendo dejadas de lado en el debate y cuya ignorancia sólo puede conducir al resultado que acabo de indicar.

Todo "partido de gobierno" es una contradicción en sus términos. Se trata de la única institución social que, siendo expresión de una parte de la sociedad, tiene la pretensión de determinar el contenido de la voluntad del Estado y dirigir, por tanto, a toda la sociedad. El partido político es una parte que tiene la pretensión de proponerse como el todo. De forma temporalmente limitada, con controles institucionalizados, políticos y sociales, de todo tipo, que le recuerdan permanentemente que, aunque hable como gobierno de la nación, es solamente una parte de la misma. Pero el partido que gana unas elecciones es al mismo tiempo parte y todo. Continúa siendo como partido la expresión de una parte de la sociedad, pero determina como gobierno y mayoría parlamentaria la voluntad del representante político de toda la sociedad, la voluntad del Estado.

Ésta es la naturaleza del partido político con vocación de gobierno en el Estado constitucional. Es la tensión entre el hecho de ser parte y proponerse como todo lo que diferencia al partido de todas las demás asociaciones que existen en la sociedad, es aquello que lo hace ser tal. Por eso, todas las manifestaciones vitales del partido tienen que ser examinadas desde esta perspectiva. Cuando esa tensión se relaja y un partido se cierra sobre la parte de la sociedad a la que representa, es señal inequívoca de que está a punto de perder el poder.

He subrayado "partido de gobierno" porque lo que acabo de decir no es predicable de todos los partidos políticos. Partidos hay muchos. Todos los constituidos de acuerdo con lo dispuesto en la Ley 54/78. Pero partidos con vocación real de poder, esto es, partidos reconocidos por la sociedad para constituirse en expresión estatal de toda ella, son muy pocos. En las sociedades a las que España pertenece por razones históricas y culturales, básicamente dos. Pues para poder constituirse en gobierno de la nación un partido tiene que reunir dos características:

Una primera, que consiste en ser expresión de un sector de la sociedad con entidad suficiente como para poder proponerse con credibilidad, por el simple hecho de existir, como portador de un proyecto global de dirección de dicha sociedad a través del Estado. En las sociedades occidentales, basadas sobre el capital como principio de constitución económica, han sido los partidos representativos de los dos elementos esenciales de esa relación social de producción, el capital y el trabajo asalariado, los únicos partidos con posibilidad real de postularse para la dirección del Estado. Por eso la vida política democrática ha girado en tomo a las opciones que convencionalmente se han calificado como centro-derecha y centro-izquierda.

Ahora bien, ser expresión de un sector clave de la sociedad es condición necesaria, pero no suficiente, para convertirse en gobierno de la nación. Además de ello, el partido tiene que ser reconocido por el conjunto de la sociedad como portador de un proyecto político no sólo para el sector de la sociedad al que inmediatamente expresa, sino para toda ella. Si no ocurre esto último, el partido se queda sin capacidad para proyectarse hacia el exterior y pierde toda opción de dirección general de la sociedad.

Este segundo elemento es esencial. Es el terreno de la política. Es lo que legitima a un partido y le permite hablar de manera pacíficamente admitida en nombre de toda la sociedad.

A principios de la transición, Manuel Fraga cometió el gravísimo error de aludir de manera reiterada a la existencia de una "mayoría natural", que era la que debía gobernar el país. Y así le fue. Las mayorías no son nunca naturales. Las que son naturales son las minorías. Los cinco millones que ha tenido AP a lo largo de los ochenta sí son una minoría natural. De la misma manera que el PSOE dispone de una minoría natural de esa misma entidad, más o menos, que es a lo que quedará reducido si sigue por el camino que va. Las mayorías son siempre políticas y tienen que ser construidas a través de la acción política, mediante la propuesta de lo que Edmund Burke, a finales del siglo XVIII, definía como un "principio general de gobierno".

Gracias a que es así es posible la propia existencia de una sociedad democrática. Si las mayorías fueran naturales, la democracia sería imposible. No habría espacio para la política. El ser un partido de gobierno es algo que tiene que conquistarse, a partir necesariamente de una minoría natural, pero convenciendo a quienes están fuera de la misma a través de un proyecto de dirección política de la sociedad. Es este ir más allá de su propia base social lo que permite que un partido sea aceptado pacíficamente por toda la sociedad cuando actúa como gobierno de la nación.

En la década pasada, la falta de. reconocimiento social afectó de manera muy profunda a AP en cuanto expresión política de la derecha española. Lo que fue bautizado periodísticamente como el "techo de Fraga" no era, en realidad, sino expresión del desarraigo político de la derecha española, de su falta de credibilidad como portadora de un proyecto político para la sociedad española en su conjunto. De ahí la fijeza de su electorado, que ni crecía ni disminuía, que era suelo y techo al mismo tiempo. Con la excepción de los más sectarios, hasta es seguro que la inmensa mayoría de los votantes de AP sabían que votaban a un partido que no era un partido de gobierno (aunque tenía los presupuestos para poder serlo), y eran conscientes en su fuero interno de que el PSOE era realmente el gobierno de la nación. Esto es lo que le daba al PSOE la solidez que tuvo en la pasada década.

Y esto es lo que empezó a cambiar a comienzos de esta década y, sobre todo, en las últimas elecciones generales. Por primera vez desde 1979, el centro-derecha español se presentaba ante el cuerpo electoral como un partido con credibilidad, no sólo para su base social directa, para su minoría natural, sino para toda la sociedad. Y de ahí su espectacular crecimiento en apoyo electoral.

Lo contrario es lo que está empezando a sucederle al PSOE. El problema del socialismo español no es que su base social directa le esté dando la espalda, sino que el resto de la sociedad está empezando a dejar de verlo como un partido con un proyecto de futuro para el país. De ahí el descenso que pronosticaban las encuestas y que al final se materializó en cuanto a porcentaje, aunque no en número de votos, que, como se sabe, aumentaron de manera importante.

Esto fue así porque el déficit de reconocimiento social del PSOE fue compensado por el prestigio personal de su secretario general. La polémica posterior al 64 de si el triunfo había sido del PSOE o de Felipe González es, ciertamente, una polémica estéril. Ni Felipe González ni nadie habría ganado las elecciones si no fuera el candidato del PSOE. Pero el PSOE tampoco habría ganado sin Felipe González al frente de su oferta. Esta situación no sólo no ha cambiado después del 64, sino que ha ido a peor para el partido socialista. El PSOE no tiene ahora mismo un problema grave con su base social. Lo que viene es un problema de credibilidad como partido de gobierno cada vez mayor. El problema no es su minoría natural, sino u mayoría política.

Y éste es el problema al que tiene que hacer frente en el próximo congreso y que debería centrar el debate. Cómo puede vertebrar el PSOE una mayoría política en, la España de fin de siglo. Es lo que tiene que debatir. Qué ofertas de articulación territorial del Estado, de consolidación de la solidaridad social y de la cohesión interterritorial, de creación de empleo o, si no va a ser posible, de reparto del existente; de construcción de Europa, etcétera. Esto es lo que la sociedad española está esperando. Y lo que están esperando las demás fuerzas políticas, con las que la articulación de una nueva mayoría política es no sólo posible, sino deseable, a tenor de lo que indican los sondeos de opinión.

Si el partido socialista no centra el debate de esta manera, su suerte como partido de gobierno estará echada. Justamente por eso decía al principio que el debate en que el PSOE se ha ido metiendo a lo largo de estos últimos meses es un debate suicida. Un debate hacia el interior, dirigido hacia un problema inexistente, solamente puede conducir a la catástrofe.

La primera ley de la política consiste, según los americanos, en que "cuando uno se mete en un hoyo no debe de seguir cavando". Creo que el PSOE se ha metido en un hoyo, y que debe darse prisa no sólo en dejar de cavar, sino, además, en salir a la superficie y enfrentarse con los problemas del país. En los próximos meses se va a jugar su futuro de muchos años.

Javier Pérez Royo es catedrático de Derecho Constitucional.

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