Sarajevo

Yo también quiero que Sarajevo sea Capital Cultural, no ya de Europa, sino del mundo entero, pero nadie va a conseguir que me sienta culpable de lo que pasa allí: mi cupo de culpas está lleno y tendría que desalojar unas para que entraran otras. Es más, yo haría muchas Capitales Culturales: no sólo Sarajevo, sino Rusia y Georgia y Somalia y también algunos barrios de Nueva York, y, por supuesto, un poblado de chabolas de Madrid cuya periferia he de atravesar a veces: de sus rendijas húmedas salen ratas mojadas del tamaño de un niño, que se lanzan como tigres sobre los neumáticos del coche: seguramente, piensan que son de carne negra e intentan llevarse algún bocado.A lo mejor mis culpas no alcanzan la intensidad literaria que proporciona el drama bosnio, ni siquiera he logrado escribir con ellas los artículos que de vez en cuando me piden con excelentes argumentos, pero han crecido conmigo y forman parte de mi aparato digestivo: a través de ellas metabolizo las cantidades de información que, junto con los conservantes y el tabaco, van formando en mi conciencia el bulto que tarde o temprano acabará conmigo. Naturalmente, ese tumor crece también a expensas de la tragedia bosnia, que tiene un nudo propio en la tupida red que va tejiendo la infernal metástasis.
Por eso, yo estoy dispuesto, en fin, no ya a esperar a Godot hasta la hora que haga falta, sino a ir a buscarle donde quiera que esté y conducirle a palos, si es preciso, a Sarajevo, si de ese modo alivio un poco el sufrimiento de quienes ni siquiera cuentan ya con el suave filtro de la conciencia para soportar tanta barbarie. Pero todo ello sin culpa, porque si me metéis 100 gramos más de culpa en el armario, estallo. Pongo, eso sí, a vuestra disposición las cantidades que hagan falta del arrepentimiento de estar vivo.
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