La injusticia, reina del mundo
Las palabras están gastadas. Los números están gastados. Sólo sirven para atenuar los aspectos más trágicos de la realidad. Sólo sirven para alejar, a fuerza de repetirse, la aterradora injusticia que reina en el planeta. Tres mil ochocientos millones de personas pasan hambre en él. El 20% de la población mundial es hoy, pese al mal trance de su economía, ciento cincuenta veces más rico que el 80% restante. Con lo que una pequeña parte de la humanidad despilfarra o tira o come en demasía podría alimentarse toda entera. Cuarenta mil niños mueren al día como consecuencia de enfermedades de fácil y poco costosa prevención Las gentes se ven forzadas a abandonar la tierra en que nacieron, y en que esperaban morir, para dirigirse al norte opulento, donde, en lugar del reme dio a sus miserias, sólo encuentran más injusticia y mayor opresión. Los conflictos y los odios étnicos y xenofóbicos arden por donde quiera: no sólo en lo que hemos dado en llamar, con maldita arrogancia, Tercer Mundo, sino en la misma uropa, y no ya frente a se res de otras razas, sino frente a otros de religión distinta. Por todas las latitudes de la Tierra brota una encarnizada y mortal enemistad...Mientras, continuadas agresones arriesgan la propia vida del planeta, amenaza que -ella sí- equipara a amigos y enemigos, a pobres y a ricos, al Tercer Mundo y al primero, a musulmanes y a cristianos, a blancos y a negros.
El futuro muerto
"África es el continente del futuro", "Brasil es la nación del futuro", se dice, por ejemplo. ¿De qué futuro? Los países del futuro son los que están muriendo en el presente: los martirizados y troceados por otros que, cuando agoten sus recursos propios, recurrirán a explotar los de aquéllos, sin reparar entonces en los destrozos ecológicos que tan aficionados somos a lamentar cuando otros los cometen. No comprendemos que los problemas del Tercer Mundo son también los nuestros; los miramos como una pesadilla confusa y ajena, que no nos estremece ni nos afecta de verdad. El norte es el dueño de su destino, pero también del de todos los desposeídos. Y es esta falsa omnipotencia la que nos lleva a decidir si les ayudaremos o no; si sus materias primas valen más o menos; si los aceptarnos entre nosotros, o les obligamos a seguir padeciendo su deterioro y desgarros, sin procurar que sean ellos mismos los protagonistas de su progreso y su resurrección. Peor aún: les obstaculizamos cualquier posibilidad en tal sentido, y los mantenemos bajo nuestro pie. Un solo dato: según el Informe de Desarrollo Humano del año 92, emitido por el correspondiente Programa de las Naciones Unidas, el acceso de los países subdesarrollados a los mercados internacionales, ya restringido y desigual, les cuesta 500.000 millones de dólares, cantidad que coincide con la que reciben a manera de asistencia internacional. Qué cruel ironía que se les otorgue como limosna lo que se les cobra para evitar su competencia. A Centroamérica, por ejemplo, se le hundió el café y el algodón y el azúcar, y ahora el plátano con las nuevas direcciones del Mercado Común Europeo. La única salida que se le deja como producto rentable es la droga: extraordinariamente peligrosa para Europa y Estados Unidos, pero los hambrientos no pueden elegir. El norte, antes de perdonarlas deudas externas del Tercer Mundo, tendría que pedirle perdón por las deudas morales contraídas con él.
Quizás este momento de recesión y crisis económica no parezca el mejor para hablar de la desdicha, de las hambrunas, de las guerras, de la enfermedad y de la muerte en el mal llamado Tercer Mundo. A mí, sin embargo, seme antoja un momento ideal para reflexionar, teniéndolas bien cerca, sobre la insolidaridad y la injusticia. Nuestros problemas parten de un tolerable bienestar, tan extraño a otros seres humanos que clama el cielo. ¿Qué significan la liberación de la mujer, donde nadie lo está ni lo estará; la colaboración, donde las necesidades son lo único común; la libertad, donde sólo existe sumisión; las dificultades de la enseñanza, donde no hay ninguna enseñanza; la seguridad ciudadana, donde hay policías en lugar de maestros, cárceles en lugar de hospitales, intemperie en lugar de vivienda; la inviolabilidad de los domicilios, donde no hay domicilios; el paro, donde no existe siquiera el trabajo, sino la explotación?
Hay algo que no podemos permitirnos ni un día más: la pasividad provocada por el adormecedor consuelo de pensar que nada o poco podemos acer, y es mejor no intentarlo. Se debe hacer todo; se puede hacer mucho. Las pequeñas generosidades individuales se multiplican y crecen conjuntadas. Ayuda en Acción, como otras organizaciones humanitarias, suman una aportación a otra, un grano de arena a otro, una mirada de fraternidad a miles de miradas. Aliémonos en grupos de presión que se asienten y florezcan cada cual en su entorno; que impulsen a los gobernantes distraídos; que proclamen, con ocasión o sin ella, nuestro racional deber de seres humanos. Colaboremos con el voluntariado responsable u ofrezcamos nuestro trabajo diario a las organizaciones no gubernamentales. Ofrezcamos parte de cuanto no necesitemos. Alertémonos y estimulémonos los unos a los otros. Y, antes que nada, meditemos con seriedad en que la vida es "un bien común que ha de ser compartido. Como el planeta Tierra y sus bienes nutricios. Como la justicia, que nos iguala a todos. Como el futuro del género humano, que en nuestras manos está esperanzar o desesperanzar.
Artículo escrito para Ayuda en Acción con motivo del concierto por el Tercer Mundo que se celebrará en Madrid el 26 de noviembre.
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