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Ética sin religión: un reto mundial

Nuestro mundo es plural en religiones y creencias. En la sociedad hay más de mil millones de no creyentes, que suman más adeptos que la religión más difundida, que es la católica. Y ésta tiene el mismo número de seguidores que Mahoma.El panorama de hace unos pocos siglos ha dado un vuelco de 180 grados. Los seguidores del cristianismo estamos en minoría en el conjunto de los pobladores del mundo actual, sólo somos el 30% escaso. ¿Podemos entonces considerarnos el ombligo del mundo, y los únicos poseedores de la exclusiva religiosa?

A esto se añade el papel ambiguo de las religiones en lo moral. Las guerras religiosas, las torturas, el abuso de poder de los dirigentes religiosos, la conculcación más elemental de los derechos humanos, cuando el poder estaba -por ejemplo- en manos de los cristianos (inquisición ideológica, censura arbitraria, colonización inhumana de otros países, persecución entre cristianos ... ).

¿Se puede decir que las religiones, en general, han sido un adelanto moral para la humanidad? ¿Y que la moral depende de la convicción religiosa, como se ha repetido tradicionalmente?

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Éstos son los problemas que debe plantearse cualquiera que haya leído o escuchado lo que se dijo en el reciente Congreso de Teología, convocado por la Asociación de Teólogos Juan XXIII junto con 14 asociaciones católicas y otras tantas revistas católicas.

Sobre todo, si recordamos la llamada a una ética mínima y común, cada vez más frecuente por parte de cualquier observador de la sociedad actual, sean ciudadanos corrientes o intelectuales o grupos preocupados por el porvenir del mundo, tan lleno de problemas que no parecen fáciles de resolver, a menos de partir de una actitud ética aceptada por todos.

Los 1.500 asistentes al XIII Congreso de Teología se lo cuestionaron a través de las más diversas ponencias y mesas redondas. Después de la lúcida intervención inaugural del profesor Aranguren, y por citar sólo a los extranjeros, hablaron el profesor Hinkelammert, de la Universidad de Costa Rica; el profesor Kialuta, de la de Kinshasa; y el profesor Dussell, de la de México. Pero merecen también especial mención dos españolas, catedráticas de Ética: Amelia Valcárcel, de Oviedo, y Adela Cortina, de Valencia.

La conducta política, la religión en su esencia, el cristianismo en la historia y las religiones actuales en su papel de colaboradoras a una ética mundial fueron los principales temas tratados, junto con la juventud, la objeción de conciencia, los sistemas económicos, la sociedad española y la educación en relación con una ética mundial.

A mí me parece que la postura respecto a éstos y a otros muchos problemas que tanto afectan al porvenir de la humanidad debe partir de una actitud que hace 23 siglos recomendaba el Buda, para no ser unos papanatas dirigidos por los que nos mandan sin posibilidad de pensar por nosotros mismos. Somos unos autómatas clasificados con un número en un ordenador. Pero el mundo no mejorará si cada uno de nosotros no participamos- para brindar soluciones y apoyarlas con nuestro esfuerzo.

¿Pero qué decía el Buda? En uno de sus primeros discursos señalaba: "No creáis con demasiada facilidad si alguno afirma que una cosa es totalmente buena o mala. No creáis en libros, en escritos, en teorías, en doctrinas de escuela y comentarios simplemente porque fueron recopilados por ancianos maestros. No existe motivo alguno para conceder fe a alguien únicamente porque se trate de un maestro, de un superior, de un hombre poderoso o de una autoridad. Vosotros debéis sopesar las cosas por vosotros mismos y asentir si vuestra propia conciencia así lo decide porque sea beneficioso y traiga buenas consecuencias para vosotros y para los demás: sólo entonces comportaos con toda tranquilidad de acuerdo con ello". Es lo que san Pablo nos había dicho, poniendo como e ejemplo a los de Berea contra los de Tesalónica, porque aquéllos seguían cuidadosamente su consejo, "examinadlo todo y quedaos con lo bueno", y no ser ciegos seguidores.

Los creyentes tenemos que aceptar algo que no nos habíamos planteado hasta ahora: ¿tenemos nosotros algún privilegio vital, y poseemos en nuestras vidas algo que no tienen los que no son creyentes? Porque lo que sí es evidente es que el que no cree no tiene la misma concepción que nosotros sobre la idea fundamental que aceptamos, que es la idea de Dios. ¿Pero supone esto algún demérito en su vida, algo que existencialmente tenemos nosotros y él no tiene? No hablo de ideas, sino de vida interior, de impulso constructivo que brota de dentro.

Y me atrevo a decir que no le falta nada sustancial, aunque diverjamos de buena fe sobre nuestra interpretación intelectual de ese fenómeno.

¿En qué me baso?: en mi experiencia y en la de otros muchos creyentes que han observado este hecho sin prejuicios ni exclusivismos.

¿No dice el Concilio Vaticano II que "en todos los hombres de buena voluntad obra la gracia de modo invisible en su corazón"? (G. et S., 22). Y ¿no es verdad lo que observó la más profunda discípula de Husserl, Edith Stein, que pasó por la experiencia del ateísmo primero y por la vida de carmelita después, para terminar en el martirio en manos de los nazis? Ella sostuvo esta identidad básica, dentro de su propia experiencia, de que "el que busca la verdad busca a Dios; tanto si lo sabe como si no lo sabe". El budismo, por su lado, no habla para nada de Dios en la vida espiritual tan profunda que promueve; y, sin embargo, no se define como ateo, al decir de quienes mejor le conocen, como los investigadores Conze, Humpreys, Johnston o Dumoulin.

Y en moral, ¿cuál es la diferencia? Ninguna que sea básica, decía ya nuestro filósofo del siglo XVI el jesuita Gabriel Vázquez, que reconocía la identidad sustancial de uno y otro; porque exista o no exista Dios, lo exija o no lo exija, "si siguiéramos teniendo el uso de razón, seguiría existiendo el pecado", pues ésa es "la primera regla del bien y del mal". El propio papa Alejandro VIII "dio a entender que no había necesidad de reconocer la existencia de Dios para tomar conciencia de sus deberes y saberse obligado a ellos" (De Broglie, jesuita).

Debemos construir para convivir una ética mundial que nos una a todos en una responsabilidad humana profunda, que evite los males tan poco humanos de. nuestra época. Olvidemos entonces las presuntuosidades que hemos tenido hasta ahora los creyentes, y abramos el diálogo a pie de igualdad, porque nada especial tenemos nosotros que no puedan tener los demás. Ni siquiera el Nuevo Testamento aporta nada nuevo a lo que ya se enseñó en todas las culturas: la regla de oro, "no hagas a los demás lo que no quieras para ti". Lo mismo el biblista Bultmann que Conzelman lo afirman a una con los mejores moralistas católicos de ayer y de hoy (López Azpitarte, jesuita, Fundamentos de la ética cristiana).

Para mí la moral es base de la religión, y no al revés. Muy acertadamente lo enseñó Platón, y me lo demostró mi propia vida. Primero el espíritu aprende -dice Platón- a juzgar la naturaleza de las cosas; después accede así a la idea de bien; y meditando sobre esta idea, y en comunión con ella, se convierte el hombre en elegido de Dios y logra alcanzar la inmortalidad. Esa es la verdadera experiencia humana, y no el querer meter a presión la religión, o discriminar moralmente a quien no cree.

Enrique Miret Magdalena es teólogo.

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