El meneíto
El veo-veo de los hipermercados del sexo, que tanto obsesionaron al concejal Ángel Matanzo, se resume de forma rápida y concisa: poco. Cuatro señoritas se turnan sobre una diminuta pista y, al ritmo de antiguas canciones vertidas al bakalao danzan supuestamente eróticas, supuestamente procaces, y como final o clímax enseñan sus pechos, que son hermosos aunque carezcan de entusiasmo. Española, anglosajona y china pasan sin provocar pasiones. Sólo la negra provoca que el grupo de informáticos y el solitario pensionista se alboroten un Poco: "¡El meneíto!, ¡el meneíto!", gritan. Y ella obedece, y con el culo en pompa describe formas que pudieran ser una rúbrica barroca. Ellos, en su delirio, no ven la firma, sino el tintero. Las chicas, como las nombra el encargado, visten bodys y saltos de cama llegados de las rebajas de Taiwan. Nada de sedas, ligueros o plumas. Esto desanima, sobre todo conociendo los momentos financieros que vive la Central Corsetera. Unos coquetos Belcor ya se los podían permitir.
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