El Madrid del ahorro
El equipo de Floro no remató un partido fácil tras el soberbio gol de Alfonso
ENVIADO ESPECIALAl Madrid del ahorro, de la prudencia, de los 10 metros más atrás y del que inventen ellos se le apareció Alfonso. Un gol del delantero, una auténtica obra de ingeniería, una de esas raras perlas que este juego ofrece para el paladar, permitió un resultado bueno en un partido que el Madrid no supo leer. Con todo a su favor para firmar un trabajo perfecto y decoroso, ideal para espantar fantasmas, comentarios y chistes, los hombres de Floro optaron por lo incompleto y permitieron que un encuentro blando, sin amonestados, franco de entrada y ante un rival acongojado por el 9-1 famoso terminara entre tensión, prisas y con más de un borrón. El Madrid no se atrevió a ejercer el mando total, rechazó sacar el encuentro de la zona de indefinición en que cayó tras el tremendo gol de Alfonso, y el campito de Innsbruck fue creciendo y creciendo hasta el penalti de Sanchis. Con el 1-1, todo el mundo quiso hacer en 10 minutos lo que no había hecho en 60. Mal síntoma. La eliminatoria es ya un trámite y los síntomas de recuperación son evidentes. También quedó claro que este equipo disfruta más fuera que en casa, pero el conjunto blanco no pudo evitar la sensación de volver con el trabajo inacabado.
Invitación al deleite
La sola mención del centro de campo madridista invitaba a deleite: Michel, Martín Vázquez, Prosinecki y Dubowsky. 0 al revés, que tampoco desafinaba: Dubowsky, Prosinecki, Martín Vázquez y Michel. Entre esos hombres, el balón sólo podía hallar comodidades, bienestar, cariño. Quedaba por ver hasta qué punto podría presionar tan cristalina media si el partido llegaba a una zona bacheada, pero el Tirol aclaró la cuestión con sus cortedad y escaso rango. La de cuero, que no es tonta, decidió irse con los más guapos.
El gol de Alfonso tuvo un efecto devastador, aunque incompleto. Venía el Tirol de inquietar a Buyo con un par de coladas por la derecha y un maderazo de Baur, y la hinchada estaba caliente con sus tambores, sus banderas y todo eso.Los altavoces pedían la ola sin cesar y las gradas clamaban a degüello. Sin embargo, apareció Alfonso por la derecha, dejó la firma en una jugada magistral y aquello se vino abajo. Había sido la primera llegada a puerta del Madrid, y el Tirol, Con la moral prendida del 9-1 (le hace tres años, se quedó sin argumentos.
El gol pareció dar por cerrado el encuentro en todos los sentidos. El escenario montado por el conjunto austríaco se vino abajo y allí quedaron 11 hombres indefensos, algo extraviados, deslumbrados y cegados por el genial fogonazo de Alfonso. El Tirol había leído algo de la crisis madridista. Por los Alpes habían llegado noticias curiosas y algunos jugadores habían escuchado con asombro que un par de equipos modestos se había atrevido a ganar en el mismo estadio donde ellos recibieron nueve goles hace tres años, o que el temible Real malvivía en los desagües de la clasificación. Pero uno cosa es oírlo y otra creerlo. Tardaron en creérselo y se conformaron con el empate, víctimas de su propio fantasma. El Madrid metió el gol de Alfonso en el calcetín y, fiel a su nuevo libro de estilo, se mantuvo alejado de cualquier veleidad peligrosa. Presionar desde atrás, mantener la posesión el máximo tiempo posible y organizar el juego de ataque siempre en busca de las bandas fueron las instrucciones.
Caídos arribos equipos a una cierta zona de indefinición, el Real Madrid sólo tenía que apoyarse en su mejor calidad técnica para echar el candado al partido y a la eliminatoria. Un estéril disparo de Kirchler fue todo lo que dio de sí la primera mitad tras el gol marcado por Alfonso.
La segunda parte arrancó con otro solo de Alfonso. Crujió a su marcador en la frontal derecha y encaró a Oraze vestido de gol. Sin embargo, el meta desvió con los dedos y Dubowsky, muy ausente durante todo el encuentro, no acertó a rematar. Fue el espejismo que anunció el bajonazo. El Tirol, sin apenas haberlo merecido, se encontró con el timón del partido y vio cómo uno de sus hombres, Westerthaler, se atrevía a desafiar a Buyo con un par de buenas ocasiones.
A medida que los hombres del Madrid cedían líneas, los del Tirol competían por subir, por presionar, por creerse algo mejores de lo que eran. Y llegó el penalti. Sanchis metió la zanca, Kirchler al suelo, 1-1 en el marcador y el Tívoli de Innsbruck como Maracaná. Entonces, sí; entonces los hombres de Benito Floro sí que apretaron. Y a punto estuvieron de agrandar el resultado. Bastó con el 1 - 1, pero nadie podrá negar que fue posible obtener algo más.
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