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Mao, como San Cristóbal

Al margen de las grandes religiones -budista, islámica y cristiana- que han coexistido tradicionalmente dentro de los enormes límites de China, en los últimos años se han difundido de forma paralela multitud de ritos y creencias bastante menos ortodoxas.Actualmente proliferan como hongos las sectas de todo tipo, los adivinadores del porvenir y los maestros del fengshui, una forma de geomancia que en algunas regiones del sur puede llegar a decidir el emplazamiento de un edificio.

Otra tradición en plena recuperación es el qigong, un tipo de yoga que confiere poderes internos a sus adeptos, que permite controlar el dolor y que además tiene propiedades curativas.

Incluso la prensa reconoce que algunos maestros de esta disciplina gozan de privilegios oficiales y tienen restringida la salida del país. De hecho, un rumor persistente en la capital china atribuye el vigor del hombre fuerte del país, Deng Xiaoping, a sus 88 años, al estudio y a la práctica de las técnicas del qigong.

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El incienso del pueblo

También la imagen de Mao, la única que persiste de toda la parafernalia de la Revolución Cultural, se ha revestido de un halo casi religioso, siendo utilizada en taxis y autobuses a manera de san Cristóbal protector y como amuleto de buena suerte.

Su pueblo natal, Shaoshan, se ha convertido, en vísperas del centenario de su nacimiento, en un santuario donde los numerosos peregrinos eligen entre la amplia oferta de souvenirs, estampillas y pequeñas estatuas mientras hacen cola para visitar la morada del Gran Timonel.

El nivel de profundidad de este boom religioso es todavía difícil de calibrar, pero empieza a alarmar a las autoridades chinas, que, no obstante, de momento tratan el tema con cierta prudencia.

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