Toreó Sevilla
Aunque lo parezca, Curro no es un torero. Es un sentimiento. Es Sevilla misma -tímida y engreída- la que, a punto de cumplir los 60, se viste de luces, se gusta, se olvida del mundo y se pavonea. Es esta Sevilla narcisista que se refleja en el espejo de su propia belleza y se deleita, la que hace un triunfo de su propio fracaso y se vuelve loca de alegría cuando su Curro -el mito sevillano- se transforma y dibuja magistrales trazos que nada tienen que ver con lo que hacen toreros de carne y hueso.Curro es un misterio. O un milagro, quizá. Un milagro es, sin duda, que se vista de luces con el único afán de engañar al toro. ¿Qué es, entonces, su toreo? Eso no es cosa de humanos. De humanos es su mala cara, su miedo, su habilidad para parar en seco la embestida de los toros, como hizo con su primero, pero su decisión, su muñeca, el asiento de sus zapatillas, el movimiento de sus manos, el recorrido de su capote, el empaque de su muleta... Todo ello no es de este mundo.
Núñez / Romero, Espartaco; L
y A. DomecqDos toros -2º y 3º- de Núñez del Cuvillo y dos de Joâo Moura, nobles e inválidos. Curro Romero: silencio; oreja. Espartaco: ovación; oreja. Dos toros despuntados de Torrealta, para rejoneo, bravos. Luis Domecq: vuelta. Antonio Domecq: oreja. Plaza de la Maestranza, 12 de octubre. Tres cuartos de entrada.
Con cuatro verónicas y dos medias recibió a su segundo en un prodigio de excelsa torería, de quietud, temple y belleza. Luego hizo una faena indescriptible por estar cargada de instantes mágicos: una mirada, un natural, un desplante, una trincherilla... No hubo ligazón y mató mal, pero Sevilla pidió la oreja con toda la fuerza de su alma.
Con Espartaco la Maestranza bajó de las nubes. Espartaco intentaba emocionar con dos nobles e inválidas burras. Nadie puede negarle el mérito de su prodigiosa técnica, pero también es casualidad que todos los inválidos le toquen a él.
Al comienzo y al final del festejo, Luis y Antonio Domecq ofrecieron un toreo a caballo ortodoxo y emocionante.
Babelia
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