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Reportaje:

Inquietud en el barrio de Seat

Tenderos y trabajadores no quieren perder la esperanza de que la fábrica sobreviva

Están en la planta de oncología. Saben que sus companeros de habitación tienen cáncer, pero ellos sostienen que no padecen esa enfermedad. Todo porque la quimioterapia no ha ido minando su cabellera. Por ello, dicen, vivirán. La planta de Seat en la Zona Franca, de Barcelona, que ocupa a 10.000 personas, no cerrará, sostienen por lo general sus trabajadores. Tomás Martínez, de 34 años, y desde hace 15 operario de mantenimiento en la fábrica de Seat, esgrime un argumento que le parece contundente: "Política y socialmente es mayor el coste del cierre que el mantenimiento de las actividades en la planta, que no es deficitaria", argumenta al pie del autobús que, a las 13.30 horas, le trasladará al trabajo, por el que percibe 148.000 pesetas netas cada mes. La conciencia, no obstante, traiciona a Tomás, miembro del comité de empresa por CGT. Está casado y dice que no tiene hijos, "por suerte". Intimamente ve el futuro negro."Hasta la fecha no me lo creo", indica Benigno Zardáin, de 44 años y trabajador de Seat desde hace 20. Chapista, casado y con tres hijos de 18, 15 y 13 años, en su casa no hay todavía restricciones; las pocas que pueda haber con 140.000 pesetas mensuales de ingresos, su sueldo. Asturiano de origen, Benigno camina junto al mercado de Nuestra Señora del Port, en pleno corazón del barrio de Seat, levantado a partir de 1953 para acoger a los inmigrantes que creyeron encontrar un trabajo "para toda la vida" en la planta automovilística.

El mercado está triste, pese a qué ayer, a mediodía, los clientes eran saludados con el merengue de Juan Luis Guerra. "Yo estoy convencido de que no cerrará [la planta de Zona Franca], aunque a lo mejor es por las ganas que tengo de que no la cierren" dice Francisco Martínez, 20 años al frente de una pollería en el mercado. Si cierra, también su puesto del mercado peligra. "Las clientas están tristes, pero no han variado todavía sus costumbres de compra", añade. "Sí, hay que utilizar las típicas picardías para levantarles la moral. Ya sabes... qué guapa estás hoy, vaya vestido que llevas", dice María Luisa, de 44 años y al frente de otro establecimiento.

Su compañera, María José, de 26 años, aguanta menos. "En cuanto forman corro y empiezan a hablar del problema les digo que callen", dice. Su marido trabaja en la planta de Seat de la Zona Franca, y tiene también el problema en casa. María José confía en que su marido se coloque en la nueva factoría de Martorell, la planta más moderna de Europa. Ernesto A., de 29 años y chapista en la Zona Franca, tiene "muchísimo miedo de quedarse en la calle". Su mujer le ha empujado a pedir el traslado a Martorell, y lo ha hecho, "para no oírla". Por ello confía en salvar su situación y eso que, cuando hace casi siete años entró a trabajar en la planta de Seat de la Zona Franca, pensó "que tenía trabajo para toda la vida".

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