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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Nicolás Redondo

LOS LÍDERES políticos -y entre ellos los dirigentes sindicales- suelen ser fáciles de convencer por los halagadores que les dicen que son imprescindibles. Por eso son entre ellos más numerosos los amagos de irse que las retiradas efectivas. Ello ocurre incluso entre los poseedores de las más limpias biografías, como prueba el caso reciente de Václav Havel, el presidente checo, que volvió tras haber dicho que nunca lo haría como dirigente de una de las partes en que se escindió la antigua Checoslovaquia. Otro caso singular es el de Lech Walesa: el antiguo sindicalista que acabó tomándose en serio la posibilidad de ser presidente de su país.Nicolás Redondo desestimó la oferta de acceder a la secretaría general del PSOE en el congreso de Suresnes, y ha desoído ahora las voces que le suministraban argumentos para continuar como número uno de UGT, pasada la edad de jubilación. Son dos momentos estelares de la vida de este metalúrgico de la margen izquierda del Nervión, hijo y padre de socialistas, sindicalista desde siempre. Al anunciar ayer su decisión precisó que lo hacía "por sentido de la responsabilidad y del ridículo". Aunque no explicó a qué se refería con esas palabras, evocó el dato de que tendrá 71 años cuando acabe el mandato que se inicia en el próximo congreso de UGT: seis años más que la edad oficial. de jubilación. "Se trata de hacer normal en el terreno sindical lo que ya lo es en el laboral", añadió. También habló de favorecer el relevo generacional, y adelantó que se retiraba de verdad y que, por tanto, no aceptaría cargos honoríficos (hágase la analogía con Marcelino Camacho).

La hipótesis que relaciona la retirada con el escándalo de la cooperativa de viviendas promovida por UGT es dudosa; ese problema más bien proporcionaba una coartada para seguir, con el argumento de no abandonar el barco en un momento delicado. Se trata del argumento favorito de los que se resisten a dejar el escenario una ve¡ instalados en él. Y si había algún motivo para pensar que ésa sería también la actitud de Nicolás Redondo en el último momento, su decisión ha desautorizado a los suspicaces.

Su trascendencia política es evidente. Hace años que se pronosticó que mientras Redondo encabezase UGT no habría acuerdo alguno entre los sindicatos y un Gobierno presidido por Felipe González. Ese pronóstico ha resultado certero, aunque tal vez no exista la distancia histórica suficiente para una atribución definitiva de culpabilidades. En todo caso, Redondo es responsable de la ruptura de UGT con el PSOE una vez que ese partido llegó al Gobierno. Esa ruptura, cuyo teórico principal fue José María Zufiaur, era seguramente inevitable: un Gobierno representa intereses más heterogéneos que los de los afiliados a un sindicato, e incluso puede verse obligado a tomar decisiones específicamente contradictorias con el ideario sindical. La UGT recobró una autonomía sin la que difícilmente hubiera podido evitar riesgos graves para su futuro, y eso es algo que hoy reconocen muchos de los que entonces criticaron a Redondo-Zufiaur.

Otra cosa es si la forma en que tal ruptura se plasmó fue también inevitable: mediante una huelga general expresamente planteada como deslegitimación del Gobierno, y en un momento en el que la economía española había comenzado por fin a crear empleo. El argumento de que los sindicatos deben demostrar al menos una vez su capacidad para realizar sus amenazas resulta de poco peso en comparación con los efectos que esa movilización acabó teniendo -en términos de desbordamiento del déficit público y otros- para la economía española en la posterior fase recesiva. La ruptura permitió también liquidar el sectarismo que antes había impedido la colaboración con el otro gran sindicato, CC OO. La contrapartida fue que las cicatrices dejadas por el divorcio determinaron un comportamiento caracterizado por la obsesión por marcar distancias con el Gobierno, lo que a veces ha impedido acuerdos posibles.

La salida de Redondo abre expectativas de una nueva fase en las relaciones entre el PSOE y UGT, pero es improbable un regreso a la complicidad fraternal de antaño. Esas expectativas se ven reforzadas por la coincidencia temporal, en los primeros meses de 1994, de los congresos de UGT y el PSOE. La negativa de Zufiaur a ser el número dos de un número uno distinto que Redondo excluye un continuismo estricto. Ni Redondo ni Zufiaur pueden ignorarlo, y que ello no les haga desistir de retirarse es algo que les honra.

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