La condena de la mirada
Al analizar un movimiento populista de los cincuenta, el poujadismo, Roland Barthes comentó la carga anti-intelectual que caracterizara a éste como a otros grupos similares. Lo que provocaba el anatema contra el intelectual era su papel de conciencia, su mirada. "Que nadie nos mire", sería la exigencia. "¿Qué derecho tienen a contemplarnos desde el exterior?". La simple actitud despierta del intelectual debe ser rechazada y suscita una réplica violenta.Las reflexiones anteriores encajan muy bien con la respuesta dada desde el nacionalismo radical vasco a la reciente difusión de las imágenes relativas a su comportamiento. Y no es que dicha corriente política se caracterice precisamente por su timidez. La búsqueda de visibilidad constituye uno de sus rasgos más evidentes. Ejemplo, las manifestaciones de masas cuya imagen permite sustentar la ilusión de que el pueblo vasco, el auténtico pueblo vasco, en su totalidad, está ahí secundando las consignas de la alternativa KAS. Quizás tampoco les molesten las imágenes de borroka urbana, con jóvenes corriendo o lanzando piedras frente a una carga de ertzainas. Recuerdan otras parecidas, de tiempo atrás, con los grises en el lugar de los policías vascos y no transmiten información alguna acerca de los orígenes del enfrentamiento. Son abertzales contra policías, o a la inversa, según quien mire, independientemente de unos comentarios televisivos que siempre merecen escasa confianza.
En cambio, los dos vídeos pasados en las últimas semanas han levantado verdaderas ampollas. El de los recaudadores del impuesto revolucionario, porque sitúa a éste en un contexto de crimen político organizado. El espectador no tiene ante sí nada heroico, sino una escena sórdida que ha visto ya mil veces en filmes de serie B, con unos delincuentes que recogen el fruto de la amenaza contra una vida inocente. Aquí sí el mensaje ¡cónico se ve reforzado por el texto, las conversaciones telefónicas entre el gestor de la operación y las víctimas, diálogos que ponen de manifiesto el esprit de finesse que adorna a aquél; su catadura intelectual y política.
El pateo colectivo al ertzaina en Bilbao es aún más explícito. Simbólicamente, vienen a expresar que, tras la agotada España inferior que ora y embiste, tenemos ahora una España que cocea. Pero, sobre todo, el vídeo tiene una virtud explicativa similar a la que alcanzara en su día la retransmisión del tejerazo en las Cortes. Las imágenes expulsan cualquier tergiversación. No hay otra responsabilidad en el agredido que su condición de ertzaina. Los agresores, amparados en su supuesta impunidad, proceden a la primera fase de un linchamiento. Han hecho bien los portavoces de Jarrai en evocar este término, protestando por el que a su juicio los medios de comunicación están infiriendo a "la juventud vasca" (cuya representación modestamente asumen). La declaración sirve para mostrar el recurso a la captación y a la inversión de significados que una y otra vez emplea el nacionalismo radical en su discurso, siguiendo la pauta del famoso "Arbeit macht frei" que presidía la entrada de Auschwitz: los presos por terrorismo son los "secuestrados" y "linchamiento" es desvelar un linchamiento real. Buen indicio para descubrir el significado efectivo de su "liberación nacional".
El vídeo del Arenal deshace asimismo cualquier leyenda acerca de la generosidad y el romanticismo que anidarían en los practicantes de la borroka. Estamos ante la acción política como estricta violencia brutal. Lo cual no significa que carezca de sentido. De nuevo en la estela de los movimientos sociales más reaccionarios del siglo, los nacionalistas radicales vascos (me niego ya a calificarles de abertzales y patriotas: mal patriota es el que destruye a su país) se sirven de la violencia para forzar un proceso de intimidación en que la pasividad obligada de la mayoría les permite proclamar el pleno ajuste entre sus acciones y los intereses del "pueblo vasco", así como monopolizar la expresión política desde la sociedad civil. Ser lo único visible en la calle. Ejemplo: si alguien recorría este verano un pueblo guipuzcoano como Pasai Donibane (Pasajes de San Juan), tenía la impresión de que ETA había tomado el poder, ya que incluso el emblema de la organización terrorista colgaba en la fachada del semiayuntamiento de la localidad. Lógicamente, si ese alguien intentase eliminar tales signos o colocar en las paredes otros alternativos, sería inmediatamente agredido. Lo que el sector KAS califica de "ausencia de enfrentamiento civil" es pura y simplemente la aceptación pasiva por la mayoría de la sociedad vasca de los símbolos de una hegemonía conseguida mediante la violencia. De ahí la ofensiva contra la Ertzaintza y de ahí también la histeria producida en el sistema ETA por la campaña del lazo azul. Frente a la Ertzaintza, la irritación etarra resulta lógica. Quiebra la imagen de que el pueblo de Euskadi tiene por único enemigo la opresión española, y, lo que es más grave, actúa con eficacia. La estrategia combina entonces la calificación peyorativa (los ertzainas son los zipayos, hallazgo estrictamente sabiniano que evoca las tropas indias al servicio del poder colonial), y la asimilación a la odiada Guardia Civil. Incumple, pues, la Ertzaintza el deber de fraternidad vasca, es decir, la complicidad o la pasividad al menos ante la violencia radical. Por ello es preciso aislarla, recordar a sus miembros -de forma bien gráfica en la escena del pateo- que deben quedar al margen de las formas habituales de sociabilidad y que son merecedores de la sanción aplicada habitualmente a los enemigos. El incendio de sus coches particulares constituye un claro aviso. En cuanto al lazo azul, los orígenes de la irritación son bien claros: sólo faltaba tolerar que desde la sociedad civil surgieran iniciativas enfrentadas al sistema ETA y pudieran afirmarse progresivamente, hacerse visibles. No sólo es una propuesta discutible; resulta intolerable, y ha de ser combatida por todos los medios.
Por supuesto, todo lo anterior tiene mucho que ver con el fascismo, con los populismos que surgen en diversas partes de Europa en nuestros tiempos de malestar y también con el legado sabiniano, esto es, con la concepción de una comunidad vasca cerrada, erizada, frente a un enemigo exterior que supuestamente trata de destruirla, enemigo con el que cooperan en calidad de traidores los propios vascos reacios a secundar la declaración de guerra. En los orígenes, la divisoria fue la raza, pero al difuminarse este signo por el mestizaje imparable en la sociedad vasca, y hacerse de paso impresentable el racismo, tuvo lugar una transferencia de discriminación, legitimada por la opresión franquista. Frente a todo lo que represente una posibilidad de articular la sociedad vasca en el conjunto español. Frente a una convivencia democrática que produce a los neosabinianos el mismo efecto
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