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GENTE

Lino Damiani,

64 años, peluquero del Papa, ha cerrado su barbería, situada junto a las murallas vaticanas, porque la Administración de la Santa Sede le ha subido el alquiler y porque, además, se sentía ahogado por los impuestos. Más de un millón de liras al mes (casi 100.000 pesetas) por 25 metros cuadrados y un montón de tasas han decidido a Damiani a retirarse tras 27 años de actividad y a los administradores pontificios, sin perder un minuto, a ceder el local a un bar. No obstante, el peluquero sigue entrando tres veces al mes en las habitaciones de Juan Pablo I, del que, dice, "no es un cliente exigente, no usa lociones, no tiene particulares problemas con el cabello y de vez en cuando me deja decidir el tipo de corte que le hago".Como en cualquier otra peluquería, y a falta, muy posiblemente, de revistas del corazón, fígaro y cliente hablan de las cosas cotidianas. "Durante los 20 minutos que dura la sesión", cuenta la privilegiada tijera, "el Papa aprovecha para preguntarme mi opinión sobre lo que sucede en la capital".

El peluquero pontificio, para quien las cabelleras de eminencias y monseñores de la Curia no tienen secretos -cuenta entre sus clientes -al cardenal Joseph Ratzinger, prefecto del ex Santo Oficio-, empezó a ocuparse ya de Pablo VI. El que los papas se corten el pelo cada diez días debe ser habitual, porque Damiani asegura que, pese a lo breve del reinado de Juan Pablo I, 33 días, tuvo tiempo de meterle la tijera tres veces. "Estaba realmente mal. Pude comprobarlo personalmente", asegura.

Moderno y puesto al día, Lino Damiani circula con un teléfono celular, al que le llama su distinguida clientela.-

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